
El paisaje como (auto)retrato
Actualizamos la sección de Itinerarios de nuestra web, en la que invitamos a diversos autores a realizar recorridos personales por nuestro fondo patrimonial, con una inmersión en el género del paisaje de la mano de la historiadora del arte y periodista Anatxu Zabalbeascoa. Una inmersión que, como nos explica Zabalbeascoa, nos lleva del "segundo plano", del paisaje como fondo y relleno del lienzo, a su puesta en el centro, a su conversión en elemento nuclear, a menudo como medio de reflejar el estado de ánimo del artista, como un trasunto de su "mirada interior".
Según Zabalbeascoa, este trayecto —que va "de atrás hacia adelante y desde fuera hasta dentro"— da cuenta de la evolución que ha vivido el propio género a lo largo de la historia, poniendo de relieve que, en última instancia, es imposible representar un lugar sin quedar retratado, sin dejar huella de lo que el artista siente cuando lo hace y del contexto histórico y cultural en el que está inserto. "Lo que esta selección de lienzos, acuarelas, collage y fotografía trata de explicar con imágenes", subraya, "es que al retratar un lugar, uno se queda parcialmente en él".
Desde un punto de vista cronológico, el recorrido por los paisajes de la Colección Banco de España que propone Anatxu Zabalbeascoa se inicia en los albores del siglo XVI y culmina en la actualidad. A través de él tomamos conciencia de las muchas cosas que puede haber tras la representación de un paisaje: evocación y memoria, esperanza o temor ante el futuro, reivindicación de vivir el momento, sentimiento de desarraigo, crítica social, reencuentro con uno mismo, asunción de la fugacidad de la vida y de nuestra pertenencia a la naturaleza...
Joos van Cleve: Tríptico de la Adoración de los Reyes Magos (c. 1500)
El recorrido arranca con Tríptico de la Adoración de los Reyes Magos, de Joos van Cleve, "uno de los primeros artistas en introducir paisajes del mundo —por encima de fondos— en la profundidad de sus cuadros", precisa Zabalbeascoa en el ensayo que complementa el itinerario. Excepto esta pieza y las tres que le siguen —Paisaje con Cristo y los fariseos, de Pierre Patel (El Viejo), Perspectiva con pórtico y jardín, del castellonense Vicente Giner y el anónimo holandés Paisaje con carretas en un vado—, el resto de las obras seleccionadas datan de los siglos XIX, XX y, la última, del siglo XXI.
George Elgar Hicks: Paisaje montañoso (c. 1850)
En Paisaje montañoso (c.1850), de George Elgar Hicks y Paisaje de Gerona (1884), de Santiago Rusiñol, la representación de la naturaleza tiene una dimensión metafórica que nos habla del estado de ánimo de sus autores. El lugar como medio para buscar dentro de sí mismo, para plasmar el sentimiento de soledad o el miedo ante un porvenir desconocido, como en el caso de Paisaje (Camí antic de Vilanova), un poco posterior, de 1890, de Ramón Casas i Carbó, donde lo que vemos es un monte cortado para dejar paso al progreso en forma de vías de ferrocarril.
Al momento de impasse que fue la transición del siglo XIX al XX pertenece el siguiente paisaje que ha escogido Anatxu Zabalbeascoa: la acuarela Paisaje con árboles (1900-1906), de Julio González. En el primero, de trazo expresionista, el paisaje aparece desdibujado; en el segundo ya podemos intuir el camino que más de dos décadas después convertiría a su autor en uno de los más grandes escultores de nuestro país.
La influencia del cubismo y del espíritu vitalista de las primeras vanguardias se hace patente en París (1917), de Alfonso de Olivares, un paisaje urbano que es "como un cartel que anuncia el futuro". Ese futuro, sin embargo, parece que queda lejos del paisaje castellano que retrata Joaquín Vaqueros Palacios en Nubes sobre Castilla en 1960, cuatro décadas después. Es un paisaje más construido que pintado, quizás por la formación arquitectónica de su autor. Una abstracción figurativa donde la "realidad es más palpable que imaginable". A esa realidad se enfrenta de una manera muy diferente Carmen Laffón en Sevilla (1962), plasmación de un instante apacible, doméstico que, de algún modo, también puede verse como un bodegón, otro de los géneros al que esta artista sevillana, fallecida el pasado 2021, dio una gran centralidad en su obra.
Alfonso de Olivares: París (1917) | Joaquín Vaqueros Palacios: Nubes sobre Castilla (1960)
Del paisaje calmado y doméstico de Laffón pasamos al paisaje inquietante de Escena con barcos (c. 1964), de Pancho Cossío, "donde todo parece desaparecer". Esta marina, que se antoja más pintada con arena que con gouache, es una de las últimas obras de Cossío, artista que experimentó con la abstracción hasta crear un estilo que podemos describir como poscubista. La pintura de Godofredo Ortega Muñoz, uno de los grandes paisajistas españoles del pasado siglo, es más serena, situándose a medio camino entre la tradición y la vanguardia. De ello da cuenta Olivos y encinas (1964) donde, en palabras de Zabalbeascoa, "retrata la noble sobriedad de una naturaleza que trabaja con lo que tiene, y con ese poco florece". Otro gran paisajista fue Benjamín Palencia. De él ha escogido un lienzo, Poniente (Paisaje) [1972], que pertenece a la última etapa de su carrera y que nos habla de un doble re-encuentro: el del artista con su tierra de origen (Castilla) y consigo mismo.
Pancho Cossío: Escena con barcos (c. 1964) | Benjamin Palencia: Poniente (Paisaje) [1972]
La pulsión fauvista del cuadro de Palencia da paso a un enigmático óleo de Juan Manuel Díaz Caneja, Paisaje (1974), que podría ser una vista aérea del campo castellano, pero también un muro levantado con piedras. Pertenece a una etapa de madurez de su obra, cuando este artista palentino, discípulo de Vázquez Díaz, fue depurando y simplificando su estilo. Ese camino hacia la sencillez también lo transitó Albert Ràfols-Casamada, un artista que, en palabras de la ensayista, "por encima de todo pintaba colores", como atestigua su óleo Mar Groc (1979), "tan tenue que parece una acuarela".
De algún modo, ese camino hacia la sencillez como vía de (auto)conocimiento conecta con la aspiración a la fluidez, a la asunción del cambio como esencia de la naturaleza, que preconiza la filosofía taoísta, muy presente en la producción final de Manuel Hernández Mompó. A esa etapa pertenece Participando en la naturaleza (1980), una imponente pieza de tres metros de altura que pone de relieve el afán de este artista por expandir su pintura. Y un ejemplo paradigmático de "pintura expandida" —de "paisaje expandido"— es Tres fustes (1986), de Perejaume, donde tres maderas superpuestas construyen un paisaje. La ondulante horizontalidad de este micropaisaje "encerrado en la materia" es similar a la que recrea —o reinventa— José Beulás en Tierz (Huesca) [1985], uno de los numerosos cuadros que este artista nacido en Santa Colomá de Gramanet (Barcelona) dedicó al paisaje oscense, cuya austeridad y rotundidad le cautivó desde muy joven.
Albert Ràfols-Casamada: Mar groc (1979) | Miquel Barceló: Quelques herbes (1986)
En el itinerario de Zabalbeascoa el óleo de Beulas antecede a Quelques herbes (1986), un cuadro donde la naturaleza "se palpa". En él, Miquel Barceló evidencia la "construcción matérica, la metamorfosis que es toda pintura". Esa dimensión matérica también está presente en Turia (1987), un collage en el que Carmen Calvo, al modo de una arqueóloga o espigadora de lo cotidiano, cartografía poéticamente el río de su ciudad. Y en Paisaje (1992), de Carmen Pinart, un óleo de pequeño formato en el que esta artista catalana, cuyo trabajo se caracteriza por el uso de óleo y el pan de oro aplicados sobre superficies de madera, nos deslumbra con un paisaje dorado con reminiscencia figurativas y orgánicas.
Carmen Calvo Turia (1987) | Monserrat Soto: Sin título. Huella 12 (2004)
Curiosamente, para cerrar su itinerario Anatxu Zabalbeascoa no ha escogido una pintura, sino una fotografía. Se trata de Sin título. Huella 12 (2004), de Montserrat Soto, una de las imágenes que tenemos en la Colección de su serie Huellas. Según Zabalbeascoa, podemos ver esta imagen como la fotografía de una ruina contemporánea, como una metáfora del paso del tiempo que nos revela algo que, en el fondo, todos sabemos: aquello que permanece, que vuelve una y otra vez, es la naturaleza. Y lo hace, justamente, porque cambia, porque está continuamente transformándose.