Artista de escasa producción debido, entre otras razones, a la necesidad de compaginar su dedicación a la pintura con una carrera diplomática, la escritura, el coleccionismo, la administración de fincas familiares y, eventualmente, la organización de muestras como la «Exposición de la Sociedad de Artistas Ibéricos» realizada en el Palacio de Exposiciones del Retiro de Madrid (1925), Alfonso de Olivares es un artista cuya mirada, más que centrarse en el academicismo imperante en la España del primer cuarto de siglo veinte, muestra una gran admiración por las directrices del arte europeo. Se trata de una forma de hacer a la que el artista tiene acceso por el hecho de residir en París y, sobre todo, por el contacto habitual que mantiene con artistas de la talla de Picasso, Pablo Gargallo, Juan Gris, Julio González, Óscar Domínguez, Francisco Bores, etcétera.
Caracterizada por la autonomía de su grafismo coloreado, la atracción hacia una tipografía procedente sin duda del impacto de la invención del collage y la práctica desaparición de los elementos compositivos y perspectivas que tradicionalmente se aunaban para la configuración de paisajes pictóricos, esta obra de Alfonso de Olivares titulada París (1917) se caracteriza por el modo en que se dejan sentir tanto las influencias del cubismo como de un incipiente surrealismo. En especial en lo referente a la anulación de planos, el predominio de fondos oscuros y la uniformidad de la que emerge una forma semejante a la torre Eiffel y que el artista consigue integrar en un conjunto arquitectónico tan esquematizado como característico del París de aquella época. Se podría decir que esta obra de Alfonso de Olivares es un claro exponente de la influencia que ejerció desde París una nueva visión del mundo forjada al margen de todo academicismo.
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