Participando en la naturaleza
- 1980
- Óleo sobre lienzo
- 295 x 198 cm
- Cat. P_395
- Adquirida en 1988
El año 1980, cuando se realizó Participando de la naturaleza, es un momento extraordinariamente fecundo para Manuel Hernández Mompó. La proliferación de su producción en ese año refleja el hallazgo de una voz pictórica ya plenamente articulada, protagonizada por su reconocible luz blanca mediterránea (localizada en el Levante español) y una cierta joie de vivre, elementos de raíces sorollescas que celebra a través de grafismos situados entre el lenguaje imaginado, el signo, el garabato y la figura reducida a lo esencial. Es también un momento en que se evidencia el afán por expandir su pintura con formatos más audaces: las grandes dimensiones de Participando de la naturaleza, con casi tres metros de altura, convierten la obra en un caso prácticamente único en la carrera de Mompó, pues se trata del lienzo de mayor tamaño dentro de la trayectoria de un artista tendente a formatos de tela o papel de escala más reducida. Este hecho, más allá de un alarde de heroísmo pictórico y vigor, nace de una decisión firme relacionada con su pulsión expansiva, con una cierta obsesión por «abrir» los límites del cuadro en relación con el tema panteísta escogido para esta obra: la naturaleza como sistema en el que tomar parte, como si se tratara de un compendio de sus anteriores intereses, relacionados con escenas de playa, paisajes afables en distintos estados atmosféricos o personajes que evolucionan y se relacionan de manera armónica en entornos festivos, pero tratados en términos más abstractos y depurados. La obra cobra un mayor nivel de disolución de la forma, bajo el influjo de sus intereses por filosofías y formas de espiritualidad alternativa como las que absorbe de la lectura del Libro del Tao o de los escritos de Jiddu Krishnamurti, que se adentran en el modo en que el ser humano participa del ciclo vital y del orden natural.
Si en las obras de Mompó hay, en líneas generales, un clima de comunión biológica del ser humano con su contexto, con su ecosistema, gracias al fondo blanco que se convierte en marca de identidad y éter de fertilidad que permite convivir a sus criaturas, Participando de la naturaleza cobra el sentido de un cuadro- testamento, de manifiesto tardío de una determinada manera de comprender y plasmar el cosmos, entendido como espacio caótico pero amable, habitable, regido por una invisible armonía. En 1984, el pintor reflexionaba en estos términos sobre ese carácter expansivo que va tomando su obra desde finales de los setenta, sobre su búsqueda de un espacio cada vez menos limitado, el mismo que lo llevará a experimentar con el metacrilato como eliminación provisional del límite del soporte pictórico: «Sigo con formatos mayores. El blanco de los fondos de los lienzos, quiero que sea el espacio. Sobre ese espacio como en un escenario quiero que pasen cosas, que estén vivas, que se muevan, que cambien. [...] Hace un par de años encontré un soporte transparente que anulaba el blanco pintado de la superficie y viéndose solo los colores y formas en el aire quedando liberados del espacio limitado [...] El último, de 1982, tiene veintisiete metros cuadrados».
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