El género de la marina es, junto con el del bodegón y el del retrato, el campo más habitual de la pintura de Cossío. Desde los años veinte lo practicó con asiduidad: proliferan en su obra escenas de tempestades, marinas o bergantines, como protagonistas de unos ambientes espectrales, en los que los barcos y velámenes guardan poca relación con una visión formalista de la realidad. Es en ellos donde Cossío puede lanzarse con más libertad hacia la abstracción, mediante veladuras o empastes aplicados a pincel y espátula, que se materializan mediante ocres, blancos y grises en visiones marítimas que tienen su referente remoto en la pintura revolucionaria de Turner. Las formas curvilíneas se entrecruzan con diagonales y verticales, acusando una mayor libertad que en los bodegones hasta alcanzar un alto nivel de abstracción. A la rara habilidad con la que armoniza el color hay que añadir su preocupación por la estabilidad de los pigmentos; de hecho, el artista mezclaba tierras y óxidos para asegurar la permanencia en el tiempo de sus obras. Gaya Nuño indicó que Cossío pintaba marinas ya que «era el modo de dirigir una furia, de encauzar la vieja amargura de no haber podido ser marinero». La obra pertenece a su última etapa, mucho menos prolífica y en la que desaparece el característico moteado que define la anterior.
Comentario actualizado por Carlos Martín
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