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El Banco de España cede nueve obras de su colección artística para exposiciones que se celebran este otoño en Madrid, Murcia y Málaga
El préstamo de obras para exposiciones temporales que organizan instituciones museísticas tanto nacionales como internacionales es una de la iniciativas que ponen de relieve el firme compromiso del Banco de España por acercar su patrimonio histórico-artístico a la sociedad. En este sentido, durante el presente otoño nueve piezas de nuestra colección se pueden ver en cinco muestras que se llevan a cabo en Madrid, Murcia y Málaga: Soledad Sevilla. Ritmos, tramas, variables y En el aire conmovido del Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía; Alfonso Albacete. La pintura inevitable, de la Fundación Cajamurcia; Desnudos. Cuerpos normativos e insurrectos en el arte español (1870-1970), del Museo Carmen Thyssen Málaga; y Sorolla, cien años de modernidad, de la Galería de las Colecciones Reales. A ellas habría que añadir dos obras de Eduardo Chillida y Manuel Millares que se exhibieron en la exposición Una conversación: Chillida y las artes. 1950-1970, del Museo San Telmo de Donostia / San Sebastián, finalizada el pasado 29 de septiembre.
Comisariada por Isabel Tejeda, la exposición Ritmos, tramas, variables, que estará en el Museo Reina Sofía hasta el 10 de marzo de 2025, repasa cronológicamente la trayectoria de Soledad Sevilla (Valencia, 1944) a través de la selección de más de un centenar de obras que abarcan las seis décadas de su carrera. En ella pueden verse cuatro trabajos de esta artista, galardonada en el año 2020 con el Premio Velázquez de Artes Plásticas, que forman parte de nuestra colección. Son piezas que datan de principios de la década de 1980, un momento en el que, coincidiendo con su estancia en Boston tras obtener una Beca de investigación del Comité Conjunto Hispano-Norteamericano de la Universidad de Harvard, se produce un importante punto de inflexión en su práctica, donde a partir de entonces lo poético y emocional irá cobrando una creciente centralidad.
Soledad Sevilla: Meninas IV (1982)
Meninas IV (1982) es uno de los lienzos de la serie que la artista dedicó al célebre cuadro de Velázquez, del que lo que le interesa, nos señala Yolanda Romero, no son los personajes o las historias cruzadas que en él se suceden, sino cómo se configura el espacio, el lugar en el que acontece la escena, a través de un elemento inmaterial como la luz. El uso de retículas cuadrangulares superpuestas, moduladas por el color, da cuenta del giro en la investigación en torno a las tramas geométricas que Sevilla había desarrollado hasta entonces. Giro que ya se anticipa en una serie inmediatamente anterior, Belmont, que toma su título del barrio de la ciudad de Boston en el que la artista residió durante su estancia en Estados Unidos. Los tres dibujos de dicha serie que conserva el Banco de España —Belmont VI, Belmont VII y Belmont VIII— también se han cedido para la retrospectiva del Museo Reina Sofía.
Soledad Sevilla: Belmont VII (1982) | Belmont VIII (1982)
Coetáneas a estas piezas de Sevilla son los dos lienzos —María (1981) y Primer Ulises (naturaleza muerta con limones) (1981)— de Alfonso Albacete (Antequera, Málaga, 1950) que atesoramos en nuestra colección y que forman parte de La pintura inevitable, muestra retrospectiva sobre este artista que se inauguró a principios de octubre en el Centro Cultural Las Claras de la Fundación Cajamurcia. Ambos lienzos constituyen ejemplos tempranos de la reivindicación de la «pintura-pintura» que Albacete abraza al despuntar la década de 1980. Un momento en el que, en palabras de Isabel Tejeda, también comisaria de esta exposición, abandona «los discursos metalingüísticos para entregarse, casi de forma hedonista, al placer de la pintura». En su reafirmación del género pictórico, el artista se vuelca en la reinterpretación de géneros clásicos, como el retrato, en el caso de María, donde el espacio está articulado por los trazos que construyen el lugar de un cuerpo situado en el centro de la tela; o el bodegón, en el caso de Primer Ulises (naturaleza muerta con limones), donde rememora su infancia y juventud en La Alberca, Murcia, cuando dio sus primeros pasos como pintor junto al que por entonces fue su maestro, Juan Bonafé.
Alfonso Albacete: Primer Ulises (naturaleza muerta con limones) (1981)
Fechado casi medio siglo antes que las obras de Sevilla y Albacete, el lienzo Dios de la fruta (1936) es uno de los últimos desnudos masculinos de estética tardo simbolista y notables calidades matéricas que realizó Gabriel Morcillo (Granada 1887 - 1973). Género que cultivó entre 1914 y 1936 y que se vio obligado a abandonar tras el estallido de la Guerra Civil. Como nos explica Javier Moya, sus desnudos «rara vez son integrales y siempre corresponden con un tipo físico de fibrosa esbeltez, inspirada vagamente tanto en la literatura arábigo-andaluza como en las leyendas de Chateaubriand o Washington Irving». Ese imaginario, que hoy calificaríamos de orientalista, se ve reforzada por los artificiosos escenarios en los que sitúa a sus personajes, lo que, según Moya, denota «una evidente continuidad de los modos académicos, al margen de cualquier preocupación de actualidad o sintonía con las corrientes más avanzadas de la época». Un conservadurismo academicista que, no obstante, contrasta con sus reminiscencias homoeróticas, aspecto que le procura un puesto singular entre los artistas de su tiempo. El cuadro de Morcillo se ha prestado al Museo Carmen Thyssen de Málaga para Desnudos. Cuerpos normativos e insurrectos en el arte español (1870-1970), exposición conformada por cerca de noventa obras de creadores como Pablo Picasso, Julio González, Maruja Mallo, Salvador Dalí, Joan Miró, Antonio Saura o Menchu Gal.
Gabriel Morcillo: Dios de la fruta (1936)
Actualmente también tenemos en préstamo el retrato de José de Echegaray que llevó a cabo Joaquín de Sorolla en 1905 y que se ha cedido para la exposición Sorolla, cien años de modernidad de la Galería de las Colecciones Reales, con la que se clausura el centenario de la muerte del pintor valenciano. Realizado por encargo del Casino de Madrid con motivo de la concesión al dramaturgo del premio Nobel de Literatura, refleja la maestría como retratista de Sorolla, género que desarrolló de manera tardía pero en el que fue muy prolífico durante las dos últimas décadas de su carrera. Echegaray aparece sonriente y elegantemente vestido, con un cigarrillo en una mano y en la otra un bastón. A su derecha vemos una chistera de la que asoman varios libros, un detalle con el que, como nos indica Mónica Rodríguez Subirana, el artista busca referenciar la faceta de escritor de Echegaray quien, además, fue ingeniero y político. Cabe recordar aquí que su figura es fundamental para nuestra institución, pues es durante su etapa como ministro de Hacienda cuando el Banco de España adquiere la condición de banco nacional, al concederle el monopolio de la emisión de billetes.
Joaquín de Sorolla: Retrato de José Echegaray (1905).
De casi un siglo antes que el retrato de Echegaray datan las cuatros estampas de la serie de los Disparates de Franscisco de Goya que atesoramos en nuestra colección. Una de ellas, la titulada Lluvia de toros [Disparate de toritos], se podrá ver en En el aire conmovido, exposición organizada conjuntamente por el Museo Reina Sofía y el Centre de Cultura Contemporània de Barcelona (CCCB) donde a traves de una amplia selección de obras de artes y fuentes documentales se busca articular «una antropología política de la emoción en clave poetica». Separadas del resto de la serie, estas cuatro estampas permancieron inéditas hasta 1877, cuando las publicó la revista parisina L'Art, y deben valorarse, además de por ser obras de Goya, como producto y documento de la estética dominante en el último cuarto del siglo XIX. Según José Manuel Matilla Rodríguez, al igual las Pinturas negras, esta serie constituye un ejemplo paradigmático del Goya que anticipa la Modernidad y su ruptura con la lógica mimética para poner en el centro la imaginación y la subjetividad del artista.
Francisco de Goya: Disparate de toritos / Lluvia de toros (1815-1824)
Hay otras dos obras de nuestra colección que han sido cedidas para la exposición Una conversación: Chillida y las artes. 1950-1970, del Museo San Telmo, que cerró sus puertas a finales de septiembre. Se trata de Rumor de límites I (1958), una escultura de Eduardo Chillida (Donostia / San Sebastián, 1924 - 2002) donde el hierro se construye como una línea que genera un dibujo en el espacio, vibrando en su encuentro con el aire hasta adquirir una aparente y paradójica ingravidez; y Humboltd en el Orinoco (1969), pieza perteneciente a la última etapa de la carrera de Manolo Millares (Las Palmas de Gran Canaria, 1926 - Madrid, 1972) y que da cuenta de cómo en su obra tardía el artista canario se aproximó al colour field painting y mostró un creciente interés por la exploración de lo abisal y lo ignoto.
Eduardo Chillida: Rumor de límites (1958) | Manolo Millares: Humboltd en el Orinoco (1969)