Colección
El inicio de la década de 1980 marca un giro en el trabajo que venía desarrollando Soledad Sevilla en torno a las tramas geométricas desde finales de los años sesenta. Se ha de vincular el origen de este cambio a su estancia en Estados Unidos entre 1980 y 1982 para estudiar en el Massachusetts Institute of Technology y en Harvard. Allí, cuando la distancia física respecto a su propia cultura es mayor, se reencuentra con una obra clave de la historia de la pintura, Las meninas de Velázquez.
Las meninas V (1982) pertenece a la serie del mismo título que la artista desarrolló entre 1981 y 1983. Con ella se inaugura en su trabajo, además del uso de las retículas superpuestas y el interés por la representación del espacio a través de los elementos inmateriales que lo componen, una mirada muy precisa de la historia, que será recurrente a partir de este momento en obras posteriores, como las dedicadas a la Alhambra, el castillo de Vélez Blanco o la pintura de Rubens. Lo que le interesa a Sevilla de Las meninas no son ni sus personajes ni las historias cruzadas que se suceden en el lienzo, sino el espacio, ese lugar donde acontece la escena y que se configura a través de un elemento inmaterial como la luz. Ese espacio se recrea a partir de una superposición de tramas cuadriculadas de vocación infinita, moduladas por el color, que buscan reinterpretar el espacio del cuadro de Velázquez.
Un preludio de la serie Las meninas es el conjunto de obras sobre papel tituladas Belmont, el barrio de la ciudad de Boston en el que vivió la artista y cuya atmósfera, de tenues y variados colores, propia de la arquitectura popular del lugar, trató de captar. Sevilla introduce tanto en este grupo de dibujos, de los que el Banco conserva tres entre sus fondos, como en el lienzo Las meninas V, un componente poético y emocional que aspira a envolver al espectador y que se convertirá en característico tanto de su obra pictórica como de sus instalaciones a lo largo de su fructífera trayectoria.
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