Su formación artística comenzó en el seno familiar, concretamente en el taller de bordado de su tía Paquita Raya. A los diecinueve años ingresó en la Escuela de Artes Industriales de Granada dirigida por Manuel Gómez-Moreno González, donde impartían clases de Pintura los maestros Miguel Vico Hernández y José de Larrocha González. En 1907 se trasladó temporalmente a Madrid para continuar sus estudios como discípulo de Cecilio Pla, pero por razones económicas se vio obligado a regresar a Granada. La Diputación Provincial de esta ciudad le concedió en 1910 una beca que le permitió continuar su interrumpida formación en Madrid, donde permaneció hasta 1914. Allí participó en la Exposición Nacional de Bellas Artes de 1912, en la que obtuvo una mención honorífica; sin embargo, no volvió a presentar ninguna obra a ese certamen. En 1916 consiguió una pensión para la Escuela de Bellas Artes de Roma, a la que renunció, tal vez influido por el éxito que por entonces obtuvo en los concursos para la elección de cartel de las fiestas del Corpus Christi, lo que ocurrió en tres años consecutivos.
La renuncia a salir de su ciudad natal dio paso a un aislamiento que caracterizó prácticamente el resto de su vida y que hizo de él un artista muy particular, como particular es también su pintura, cuya técnica, insistida, aceitosa y matérica, se mantuvo con pocos cambios a través de los años, mientras la temática fluctuaba entre los tipos locales, muy en sintonía con el gusto por el tipismo y las señas de identidad del arte español de la época, y un universo enormemente personal inspirado en cuentos y leyendas de la Granada medieval de Washington Irving. Sus composiciones, tanto las que incluyen figuras como sus bodegones, denotan una extraordinaria sensualidad, con un orientalismo personalísimo que destaca como la parte más representativa de su producción y que le hubo de procurar éxitos ininterrumpidos, tanto en España como fuera del país, tal como quedó acreditado en varias exposiciones en Nueva York, Buenos Aires o Venecia.
Morcillo compaginó la creación artística con la dedicación docente. Primero, en la Residencia de Pintores de la Alhambra, en 1922; después, a partir de 1927, en la Escuela de Artes de Oficios como profesor de Pintura decorativa y Figura del natural, cargo que ejercería como interino desde 1922 hasta su jubilación como catedrático y director de dicha institución en 1957. Fueron decenas los seguidores del pintor, tanto en la Escuela como en su taller. Ello dio lugar a una verdadera escuela en la que unos, como Rafael Revelles o Miguel Pérez Aguilera, se aproximaron a la estética del maestro, mientras que otros la siguieron tan cerca que sus obras llegan a confundirse con las de Morcillo, como el caso de Ramón Carazo Martínez, continuador de la técnica, la estética y el universo entero del maestro. En cambio, otros, como José Guerrero o Manuel Rivera, más en sintonía con el tiempo en que les tocó vivir, se alejaron de los postulados estéticos del maestro e hicieron derivar sus obras hacia el informalismo y la abstracción.
En 1951 Gabriel Morcillo recibió la Gran Cruz de la orden de Alfonso X el Sabio, cuyo prestigio le facilitó su reconocimiento entre la elite política y económica española, que retrató en Madrid entre 1955 y 1960. Con motivo del primer centenario de su nacimiento en 1987 la Caja General de Ahorros y Monte de Piedad de Granada le dedicó una gran exposición antológica.
Su formación artística comenzó en el seno familiar, concretamente en el taller de bordado de su tía Paquita Raya. A los diecinueve años ingresó en la Escuela de Artes Industriales de Granada dirigida por Manuel Gómez-Moreno González, donde impartían clases de Pintura los maestros Miguel Vico Hernández y José de Larrocha González. En 1907 se trasladó temporalmente a Madrid para continuar sus estudios como discípulo de Cecilio Pla, pero por razones económicas se vio obligado a regresar a Granada. La Diputación Provincial de esta ciudad le concedió en 1910 una beca que le permitió continuar su interrumpida formación en Madrid, donde permaneció hasta 1914. Allí participó en la Exposición Nacional de Bellas Artes de 1912, en la que obtuvo una mención honorífica; sin embargo, no volvió a presentar ninguna obra a ese certamen. En 1916 consiguió una pensión para la Escuela de Bellas Artes de Roma, a la que renunció, tal vez influido por el éxito que por entonces obtuvo en los concursos para la elección de cartel de las fiestas del Corpus Christi, lo que ocurrió en tres años consecutivos.
La renuncia a salir de su ciudad natal dio paso a un aislamiento que caracterizó prácticamente el resto de su vida y que hizo de él un artista muy particular, como particular es también su pintura, cuya técnica, insistida, aceitosa y matérica, se mantuvo con pocos cambios a través de los años, mientras la temática fluctuaba entre los tipos locales, muy en sintonía con el gusto por el tipismo y las señas de identidad del arte español de la época, y un universo enormemente personal inspirado en cuentos y leyendas de la Granada medieval de Washington Irving. Sus composiciones, tanto las que incluyen figuras como sus bodegones, denotan una extraordinaria sensualidad, con un orientalismo personalísimo que destaca como la parte más representativa de su producción y que le hubo de procurar éxitos ininterrumpidos, tanto en España como fuera del país, tal como quedó acreditado en varias exposiciones en Nueva York, Buenos Aires o Venecia.
Morcillo compaginó la creación artística con la dedicación docente. Primero, en la Residencia de Pintores de la Alhambra, en 1922; después, a partir de 1927, en la Escuela de Artes de Oficios como profesor de Pintura decorativa y Figura del natural, cargo que ejercería como interino desde 1922 hasta su jubilación como catedrático y director de dicha institución en 1957. Fueron decenas los seguidores del pintor, tanto en la Escuela como en su taller. Ello dio lugar a una verdadera escuela en la que unos, como Rafael Revelles o Miguel Pérez Aguilera, se aproximaron a la estética del maestro, mientras que otros la siguieron tan cerca que sus obras llegan a confundirse con las de Morcillo, como el caso de Ramón Carazo Martínez, continuador de la técnica, la estética y el universo entero del maestro. En cambio, otros, como José Guerrero o Manuel Rivera, más en sintonía con el tiempo en que les tocó vivir, se alejaron de los postulados estéticos del maestro e hicieron derivar sus obras hacia el informalismo y la abstracción.
En 1951 Gabriel Morcillo recibió la Gran Cruz de la orden de Alfonso X el Sabio, cuyo prestigio le facilitó su reconocimiento entre la elite política y económica española, que retrató en Madrid entre 1955 y 1960. Con motivo del primer centenario de su nacimiento en 1987 la Caja General de Ahorros y Monte de Piedad de Granada le dedicó una gran exposición antológica.