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Arquitecturas
Sin duda, uno de los grandes valores patrimoniales del Banco de España son sus edificios que a menudo se encuentran entre los espacios arquitectónicos más destacados y valorados de las ciudades en las que se erigen. Esto se debe a que a lo largo de sus más de dos siglos de historia, la institución ha apostado firmemente por dotarse de un patrimonio arquitectónico que se convirtiera en símbolo tanto de su fortaleza como de su compromiso con la creatividad de su tiempo.
Los dos inmuebles que el Banco tiene en Madrid constituyen un claro ejemplo de ello. En el Paseo del Prado está su sede central, un edificio inaugurado en 1891 que, sintetizando con tanta audacia como elegancia los dos caracteres propios del establecimiento -el industrial y el de representación-, es con frecuencia descrito como una de las joyas de la arquitectura decimonónica en nuestro país. Diseñado por Eduardo Adaro y Severiano Sainz de la Lastra, este inmueble ha sido objeto de sucesivas ampliaciones, la última a cargo del arquitecto navarro Rafael Moneo.
En 1992 se inauguró la segunda sede madrileña de la institución, realizada por el estudio Corrales y Molezún. Los principios de jerarquía, simetría y proporción dominan por completo este edificio que se configura como un volumen arquitectónico de gran sobriedad que destaca, sobre todo, por el protagonismo que adquiere la horizontalidad en su composición.
Serie Edificio Banco de España (2000-2001). Autor de las fotografías: Javier Campano
Erigido durante el momento de plenitud de la arquitectura del siglo XIX, pocos edificios de Madrid han tenido una evolución tan acertada y coherente como el de la sede central del Banco de España que se encuentra situada en el emblemático entorno de la Plaza de Cibeles. Su proyecto de construcción se aprobó a finales de 1883 y las obras, en su primera fase, terminaron en 1891, siendo Eduardo de Adaro su principal artífice, aunque contó con la colaboración inicial de Severiano Sainz de la Lastra y, tras su fallecimiento, de José María de Aguilar y Vela.
Superando no pocas dificultades constructivas, estos arquitectos lograron crear un edificio que constituye, sin duda, uno de los ejemplos más poderosos de la arquitectura española de la época. En él, como nos señala Pedro Navascués Palacio, dentro de una línea monumental, confluyen con gran naturalidad y fluidez los dos caracteres propios del establecimiento: el industrial y el de representación. Una síntesis que se da no solo a nivel estructural, sino también, como veremos más adelante, en su programa ornamental, y que es una de las razones que motivó que en 1999 el edificio fuera declarado Bien de Interés Cultural, adquiriendo la categoría de Monumento Histórico.
Desde su inauguración, el edificio ha pasado por un complejo proceso evolutivo que llega a su culminación ya en el siglo XXI, cuando en 2006, coincidiendo con la celebración del 150 aniversario de la adopción por parte de la institución de su denominación actual, el arquitecto Rafael Moneo, galardonado con el prestigioso Premio Pritzker, cierra la manzana con un nuevo chaflán que, configurando un edificio exento y completo, resuelve la necesidad de salas de reuniones y salón de actos. Una cuidadosa intervención que, respetando en todo momento lo existente, enriquece el conjunto.
En total, los tiempos de configuración de su estructura arquitectónica transcurren en cuatro fases, mediando entre el final de cada una de ellas y el principio de la siguiente treinta y seis, treinta y ocho y veintiocho años, respectivamente.
La primera ampliación, aprobada en 1927, corrió a cargo del arquitecto José Yarnoz Larrosa que, siguiendo el lenguaje historicista del proyecto original, construye la fachada que da a la calle Alcalá. Más rupturista fue su intervención en el interior, donde sustituye el Patio de Efectivos por el gran Patio de Operaciones, en estilo art déco, bajo el cual se encuentra la célebre Cámara del Oro. La segunda ampliación comienza a mediados de la década de 1960, siendo su responsable Javier Yarnoz Orcoyen, hijo del autor de la anterior reforma. Esta ampliación fue la que posibilitó el cierre del edificio del Banco por las calles de los Madrazo y Marqués de Cubas.
Las sucesivas intervenciones que se han realizado sobre este edificio no han impedido que el conjunto de su volumen arquitectónico, sin dejar de representar muy bien la cultura arquitectónica del tiempo de cada una de sus etapas constructivas, posea una gran homogeneidad. Todo ello ha posibilitado que la sede del Banco de España, iniciada en el romanticismo tardío y concluida ya en plena democracia, se haya convertido en uno de los más característicos edificios públicos de Madrid.
Mención aparte merece su programa ornamental, tanto para el exterior -la decoración de sus fachadas, donde coexisten en armonía los elementos escultóricos y de relieve del proyecto original con los que han ido generando las sucesivas ampliaciones- como para el interior. En este último destacan una serie de elementos vinculados al edificio histórico, como la Escalera de Honor construida con mármol de Carrara; el Patio de Efectivos o caja general, hoy Biblioteca, con su estructura de hierro fundido procedente, como en general todo los componentes metálicos que se utilizaron, de la Fábrica de Mieres; o el conjunto de vidrieras de estilo simbolista, realizadas por la Casa Mayer de Múnich. También destaca, aunque fruto ya de la intervención de Yarnoz Larrosa, el antes citado nuevo Patio de Operaciones, con sus atractivos elementos art déco como la vidriera superior o el reloj que preside el patio.
No podemos, por último, dejar de señalar los proyectos fotográficos que han realizado sobre este edificio Javier Campano, Candida Höfer y Jorge Ribalta, autores con una amplia trayectoria en el ámbito de la fotografía arquitectónica. El primero de ellos realizó en los años 2000-2001 la serie Edificio del Banco de España, compuesta por más de un centenar y medio de fotografías, algunas de las cuales se han convertido en imágenes icónicas de nuestra sede central. También del año 2000 data el proyecto fotográfico de la alemana Candida Höfer, una de las máximas representantes de la llamada Escuela de Düsseldorf. Incidiendo en su investigación en torno a lo que se ha descrito como la "arquitectura de la ausencia", en dicho proyecto Höfer nos acerca a varios espacios del interior del edificio, entre ellos el antiguo archivo histórico y el acceso a los ascensores de la cámara acorazada. El proyecto más reciente es el del fotógrafo barcelonés Jorge Ribalta, una serie titulada Restauración, que constituye tanto un trabajo de documentación sobre las obras de restauración y limpieza que se hicieron en 2017 y 2018 en el edificio, como un poliédrico ejercicio de reflexión metalingüística en torno al propio dispositivo fotográfico, la génesis e historia de este espacio arquitectónico y la relación entre el dinero y la fotografía.
Banco de España, sede de Alcalá 522 (2020). Autor de las fotografías: Fernando Maquieira
Inaugurado en 1992, este edificio se construye con el objetivo de contribuir a descongestionar la sede central del Banco de España en Madrid y ocupa una superficie aproximada de setenta mil metros cuadrados. Fue realizado por los arquitectos José Antonio Corrales (Madrid, 1921) y Ramón Vázquez Molezún (A Coruña, 1922), constituyendo no solo uno de los proyectos que mejor recoge sus ideas y convicciones, sino también el último que ambos llevaron a cabo de manera conjunta.
Se trata en un volumen arquitectónico de gran sobriedad que destaca, sobre todo, por el protagonismo que adquiere la horizontalidad en su composición, matizada por las líneas curvas de algunos paneles que acentúan tanto las entradas como determinados puntos singulares de la construcción.
Cuenta con dos edificaciones -la primera de ellas situada en paralelo a la avenida de Aragón y la segunda en perpendicular a la misma- que quedan unidas por un gran patio central cerrado tan solo por dos de sus lados. La fachada principal se caracteriza por la sucesión de una serie de pórticos de grandes dimensiones, entre los que se intercala un volumen, convexo en su parte superior, que contiene en su interior un amplio salón de actos. En las fachadas laterales, los muros pantallas, fragmentados con abertura verticales, funcionan como elementos de transmisión entre el exterior y el interior.
Como buenos conocedores de los valores expresivos de la forma y la materia, Corrales y Molezún dotaron a esta obra de un rico juego de volúmenes, potenciado por la masiva presencia de parámetros de ladrillo en la construcción. Un juego que resulta especialmente visible en las galerías exteriores, los patios lucernario, las celosías o las rampas de entrada.
De su interior cabe resaltar el carácter diáfano del vestíbulo de acceso y del zaguán que lo precede. El empleo de ladrillo y de chapa de acero otorga a estos espacios una tonalidad gris que conecta muy bien con las piezas escultóricas de Pablo Palazuelo y Jorge Oteiza que alberga. La escultura Elogio del descontento (1991), de este último, preside el atrio y constituye un ejemplo muy representativo del creciente interés del Banco de España por poner obras de su colección en diálogo con diversos espacios arquitectónicos de la institución.