Colección
Banco de España Madrid VII 2000
- 2000
- Copia cromógena sobre papel
- 120 x 120 cm
- Edición 2/6
- Cat. F_29
- Adquirida en 2001
La obra fotográfica de Candida Höfer se ha definido como el retrato de una «arquitectura de la ausencia» por su recurrencia a espacios públicos o semipúblicos carentes de toda presencia humana. Tal ausencia no significa, no obstante, que no haya en ellos una huella, una impronta de quienes han transitado estos espacios, como si al observarlos se esperase la llegada de personas y la activación de sus funciones cotidianas o del aparato institucional que representan. La serie de fotografías tomada en el Banco de España en el año 2000 revela ese mismo interés, al que se añade el hecho de tratarse de una institución que, aunque pública y dados los requisitos de seguridad inherentes a su función, es percibida como lugar de difícil acceso. En ese sentido, Höfer escoge tres tipologías de espacios en función de su accesibilidad: dos de representación pública (la escalera principal y la biblioteca), dos de acceso limitado (el antiguo archivo histórico y el acceso a los ascensores de la cámara del oro) y uno de usos variables en el tiempo (el vestíbulo de Cibeles, entrada natural de público al edificio antes de la ampliación inaugurada en 1936).
La imagen del acceso a los ascensores de la cámara acorazada cobra un carácter especial, pues permite ser interpretada como el retrato arquitectónico de aquello que no muestra: el lugar que, ocho pisos por debajo de esta antesala, alberga parte de las reservas de oro del país. El hecho de que la gran puerta de acero se encuentre cerrada aleja la imagen de la marcada perspectiva del resto de la serie e impone una rotunda presencia frontal cuya brillantez parece, paradójicamente, enunciar una negativa. Si se ha considerado que los bancos centrales son los herederos del templo clásico, que con frecuencia albergaba en su cella el tesoro de una ciudad-Estado, la imagen es el retrato de un acceso vedado a lo sagrado, a lo proscrito a la mirada general, de modo que alimenta el espacio legendario que ocupa la cámara del oro en el imaginario colectivo. No solo es un lugar en el que no aparecen fotografiadas personas, sino que, literalmente, habla de la ausencia continuada en un espacio que no suele ser hollado por presencia humana alguna salvo en ocasiones determinadas y bajo un estricto control de acceso.
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