
Devolviendo la luz a Sorolla
Considerada como una obra atípica dentro de la trayectoria de Joaquín Sorolla y Bastida (Valencia, 1863 - Cercedilla, Madrid, 1923), Voltaire contando uno de sus cuentos (1905) fue el lienzo central de la decoración que este artista realizó para el techo de la casa del ingeniero de montes Calixto Sánchez, con quien mantuvo una duradera relación de amistad y que llegó a poseer más de diez obras suyas. Se encuadra dentro del género de la «pintura de casacón», muy apreciado por la burguesía decimonónica, y da cuenta de la maestría técnica del pintor valenciano, no solo por su ágil uso de la pincelada sino también de la perspectiva: la pintura está pensada para ser observada desde el suelo, un efecto que Sorolla logra generar con gran veracidad gracias a su hábil utilización de los elementos arquitectónicos que hay en ella.
Se cree que en esta obra lo que se representa es al escritor francés narrando su cuento El sueño de Platón, pues sobre las cabezas de Voltaire (al que vemos de espaldas) y de su audiencia, se adivina, en una forma fantasmagórica creada por nubes o montañas, una figura pensativa que podría ser la del filósofo griego. Como nos señala Mónica Rodríguez Subirana, el hecho de que este cuento fuera uno de los que se incluía en un libro de Voltaire que el artista tenía en su biblioteca, conservada por el Museo Sorolla, contribuye a confirmar dicha hipótesis. En uno de los laterales del lienzo, aparentemente ajena a la escena central, vemos a una niña apoyada en una balaustrada y mirando hacia abajo, fuera del cuadro, un sencillo pero eficaz gesto con el que el artista refuerza el efecto de veracidad de la perspectiva, al tiempo que incorpora un componente de cotidianidad, clave en su discurso estético. Por la edad podemos pensar que la niña representada es su hija Elena.
La restauración de este lienzo, adquirido por el Banco de España en 1970, se enmarca dentro de un convenio de colaboración que firmó nuestra institución con el Museo del Prado en 2013 y que ha posibilitado hasta la fecha 16 restauraciones, entre ellas la recientemente realizada del retrato de José de Toro-Zambrano y Ureta, el primero de los seis cuadros pintados por Francisco de Goya para el Banco de San Carlos entre 1784 y 1788. En el caso específico del lienzo de Sorolla, de casi 4 metros de largo, la decisión de iniciar su proceso de restauración surge de la necesidad de mejorar el espacio en el que está ubicado, lo que obligó a desmontarlo para garantizar su seguridad.
Al inspeccionarlo en profundidad, se llegó a la conclusión que la obra requería un trabajo complejo de restauración que comprendiera la limpieza profunda de la pintura, muy afectada por la acumulación de polvo y contaminación, así como revisar repintes, homogeneizar el barniz y reponer pérdidas puntuales en la capa pictórica. El objetivo de todas estas intervenciones ha sido devolver al lienzo su textura y luminosidad original.
Yolanda Romero, conservadora del Banco de España, subraya que gracias a la excelente labor realizada por el equipo del Museo del Prado, encabezado por Lucía Martínez Valverde y Lorena Fernández, ahora se pueda apreciar mucho mejor la «calidad lumínica» de la obra, contribuyendo así a su conservación para «legarla al futuro que es una de las principales obligaciones del Banco respecto a su patrimonio». También resulta necesario agradecer a la familia Sorolla su inestimable colaboración. Su esfuerzo por localizar un cartón preparatorio de la obra ha permitido conocer de primera mano la intención del artista y recuperar parte de la pintura original, tapada por uno de los semicírculos de la moldura perimetral que enmarca el lienzo sobre el techo.
Cabe recordar, por último, que además de El sueño de Platón, nuestra colección atesora otras tres obras de Sorolla: Retrato de José Echegaray (1905), un lienzo que realizó por encargo del Casino de Madrid cuando al dramaturgo le concedieron el Premio Nobel de Literatura; En la tasca. Zarautz (1910), ejemplo de su acercamiento a figuras populares anónimas en escenas íntimas que funcionan casi como retratos, no solo físicos sino también de costumbres; y Antigua puerta de la catedral de Sevilla (1910), óleo en el que representa la llamada «Puerta del Nacimiento de la catedral de Sevilla» y que llegó a incluir en algunas de las grandes exposiciones individuales que le dedicaron en Estados Unidos.