
Desastres de la guerra. La vigencia del alegato antibélico que Goya realizó a principios del siglo XIX
Entre 1810 y 1814, Francisco de Goya llevó a cabo el conjunto de 80 estampas que conforman la serie Desastres de la guerra, una obra que, en palabras de José Manuel Matilla, Jefe de Conservación de Dibujos y Estampas del Museo Nacional del Prado, tal vez constituya "la máxima expresión que un artista haya sido capaz de realizar de la irracionalidad de la violencia y de sus terribles consecuencias sobre la humanidad".
Tristemente, los acontecimientos que estamos viviendo ponen de relieve que la reflexión crítica en torno a la guerra que el pintor aragonés desarrolló en ella sigue estando de plena vigencia. No en vano, estos días hemos visto como en redes sociales, artículos periodísticos e incluso programas de televisión se utilizaban grabados de esta serie, que la Colección Banco de España adquirió en 2018, para ilustrar la desolación y el miedo que la guerra de Ucrania está suscitando. Como se ha hecho ante otros muchos acontecimientos bélicos anteriores, porque, como nos dice Matilla, en estas laminas, al igual que en los lienzos que realiza a raíz de los sucesos del 2 y el 3 de mayo, Goya logró crear un imaginario iconográfico universal sobre el "tema de la violencia", mostrando la "esencia del mal que acarrea", y brindándonos unas "imágenes ante las que no podamos permanecer indiferentes, ya que su mera contemplación es como un puñetazo a nuestra conciencia".
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El origen de la serie fue un llamamiento que hizo el general José de Palafox a Goya y otros artistas para que dieran testimonio del llamado Sitio de Zaragoza (1808-1809), uno de los acontecimientos más representativos de la Guerra de Independencia española. De hecho, en las primeras láminas de los Desastres, fechadas en 1810, encontramos muchas coincidencias temáticas con grabados de otros artistas inspirados en los mismos sucesos, como la serie Ruinas de Zaragoza, de Juan Gálvez y Fernando Brambila. No obstante, precisa José Manuel Matilla, el objetivo fundamental de Goya nunca fue dejar constancia de hechos concretos, sino plasmar su esencia, confrontarnos a la devastación y el dolor que la sinrazón de la violencia causaba entonces y continua causando ahora.
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Esa capacidad de universalización es la que hace que más de dos siglos después las imágenes de Desastres de la guerra nos sigan interpelando y que, en un contexto como el actual, adquieran un renovado valor simbólico. Matilla considera que la clave de su universalidad y atemporalidad radica, en gran medida, en que presenta "la violencia y la muerte en sus más puras expresiones". Hay que tener en cuenta que en sus obras de contenido bélico, Goya toma como punto de partida acontecimientos reales, pero no los recrea miméticamente sino que los utiliza para generar una "representación universal del heroísmo, la brutalidad, el hambre, la desesperación, la destrucción y, sobre todo, la muerte". Y lo hace, además, dando todo el protagonismo al pueblo anónimo que es siempre la verdadera víctima de todas las guerras.
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En estos grabados, realizados en su mayoría con la técnica del aguafuerte, no retrata a héroes militares o populares, sino a figuras anónimas, ubicadas en espacios indeterminados. Domina la composición piramidal lo que unido a la combinación y confrontación del blanco y el negro, dota a las imágenes de una fuerte carga dramática, dirigiendo la mirada del espectador hacia los aspectos más relevantes del asunto representado. "De este modo", subraya José Manuel Matilla, "la distancia entre espectador y protagonista se reduce notablemente, y se logra una proximidad que no se para solamente en lo visual, sino que trasciende al plano emocional con el objetivo de conmover al espectador/lector de estas estampas".
Mención aparte merecen los títulos y textos que acompañan a las imágenes. Como ya ocurriera en los Caprichos, suelen ser expresiones lacónicas, en algunas ocasiones de una única palabra —cabe aclarar aquí que la mayoría de las estampas editadas durante la Guerra de Independencia y en años posteriores con fines conmemorativos tenían textos descriptivos muy extensos— que le sirven para sintetizar, reforzar y enfatizar las ideas expresadas en las imágenes. El primero de ellos, Tristes presentimientos de lo que ha de acontecer, lo refleja bien, funcionando casi al modo de una introducción profética al cúmulo de horrores y desgracias que vamos a ver relatados en imágenes. Resulta también interesante mencionar el papel clave que jugó Juan Agustín Ceán Bermúdez, amigo y mentor del pintor y figura clave en la gestación de la Colección del Banco de España, en la creación y custodia de esta serie. Como cuenta la catedrática española de Historia del arte Jesusa Vega en el libro Estudios. Desastres de la Guerra, editado por Planeta en el año 2008, a él le dio las planchas para ordenarlas y grabar los títulos. De hecho, Ceán Bermúdez fue el depositario de uno de los dos únicos juegos completos de los grabados que se imprimieron en vida del artista, pues la serie no llegó a ser publicada hasta la década de 1860.
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El conjunto de estampas de Desastres de la guerra y el resto de la producción gráfica que el pintor aragonés llevó a cabo dan cuenta de la extraordinaria modernidad de su propuesta artística. Como señala Matilla en el itinerario Goya. Una reflexión sobre el miedo y la muerte que escribió sobre las tres series de grabados que tenemos de él en nuestro fondo patrimonial —las otras dos son Tauromaquia y los cuatro Disparates publicados por la revista L’Art—, se le puede considerar como "el primer referente moderno del artista que, junto a los encargos, desarrolló una creatividad tanto o más prolífica que la oficial". Una creatividad que no solo utilizó para desarrollar audaces experimentaciones formales y conceptuales, sino también para plantear una lúcida reflexión en torno al valor ético de las imágenes, al papel que ha de desempeñar el arte en la sociedad.