Colección
Lugar imaginado nº2
- 2022
- Pintura poliuretano y óleo sobre MDF, enmarcado de madera de cedro
- 124 x 124 x 10 cm
- Cat. E_165
- Adquirida en 2024
Lugar imaginado es la imagen de una contradicción, el tiempo de la naturaleza que desafía lo inflexible de la medición del tiempo. Lo que rodea, encuadra, cuantifica y determina el tiempo moderno es un límite que se impone como sistema, como progreso y como éxito —el éxito que presiona y alimenta al ego—. La limitación se representa como una esfera perfecta y exacta que dirige al tiempo desde la mecanización del sistema.
Dentro está lo posible, un tiempo que existe sin una medición mecánica, un tiempo que se rige por su propia naturaleza. Ma’t moxorik chu chomaxik (no enloquezcas, vive al ritmo de la naturaleza), decían los mayores a los niños que se preguntaban sobre el infinito del tiempo y el espacio. La gente antigua recomendaba: la vida en la Tierra tiene su propio ritmo, mientras la luna hiciera lo suyo, mientras la Tierra rotara en sí misma... Las aves con su instinto, tal vez por sabiduría o porque eran libres, volarían al sur y al norte, anunciando la llegada o la retirada de la lluvia.
Poyón recuerda que, en el campo, durante los momentos de siembra de la vida del maíz, del frijol, el ayote, el güisquil, etc., los maya-kakchiquel guardaban silencio mientras hacían los surcos. En la cima de los cerros, entre los árboles, la gente cerraba los ojos para sentir la brisa, la dirección del aire, observar el movimiento de las nubes y del calor; unos tiempos en los que ser parte del entorno era la cotidianidad. Lugar imaginado es una metáfora de la vida natural antes del límite cuantificador de la modernidad. Las aves que aún vuelan recuerdan que, paralelamente a la medición obsesiva del tiempo moderno, el tiempo de los vuelos y los abuelos aún existe.
Los territorios limitados en el sentido reflexivo de esta pieza —la esfera limítrofe que controla el tiempo moderno— también exponen la restricción de los radios «nacionales» (fronteras). Explora la violencia que se desdobla contra los que huyen, entran o salen con o sin el permiso de una legalidad condicionada por el privilegio y un laberinto burocrático. Inmigrantes/ilegales, así los llaman. Personas, animales, semillas, minerales se pierden, no están en donde han nacido y crecido; sus vidas pasan lejos; el contacto con la tierra en la que quedaron sembradas sus raíces y su ombligo pasa por pantallas, desde lejos, y mirarse es solamente una contemplación de la memoria —desde lejos—, un presente que acompañan desde lo remoto, un futuro en el que el retorno es una intención, tal vez, un camino sin regreso.
El vuelo de los azacuanes recuerda que antes la tierra no tenía dueño; las personas alternaban la tierra para cultivar porque «se cansa la tierra», decían. Las aves, los insectos, las personas y el viento intercambiaban conocimiento y semillas con natural cotidianidad; ahora compartir la vida de las semillas es ilegal. Una reflexión que plantea Poyón es: «¿Qué nos hizo estar del lado ilegal de la historia? ¿Qué sería de los territorios y sus pueblos, si no hubiera arribado la colonización?». De ahí el lugar imaginado, imaginar lo posible, soñar, morir y renacer cada día mientras soñamos, «porque no han podido colonizar nuestros sueños, kuxlan a wanima’/descansa el aliento de la vida».
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