Las rosas silvestres

Las rosas silvestres

  • 2016
  • Acrílico y lápiz sobre papel
  • 200 x 150 cm
  • Cat. P_812
  • Adquirida en 2019
Por:
Maite Méndez Baiges

Las rosas silvestres, acrílico y lápiz sobre papel, compone una escena protagonizada por las figuras de tres niñas tumbadas en posturas forzadas, de abundante cabellera rojiza, con vestidos camiseta marineros a rayas azules y blancas. Aparecen amontonadas unas sobre otras, y sirven de apoyo, como si ejercieran la función de pedestal, a una pecera transparente con un ramo de rosas silvestres representadas a una escala desproporcionada respecto a las figuras infantiles, mucho mayor que ellas. Se ven acompañadas de cuatro pájaros: un canario amarillo, un martín pescador con su característico plumaje azul y lo que parece ser un par de mirlos, uno rosado y un ejemplar hembra de color pardo, también fuera de escala. Todas las figuras se recortan sobre un fondo carente de profundidad, como una especie de papel o tela tapizado con motivos vegetales en veladuras de tonos verdosos, con un sentido marcadamente decorativo. Reina un clima inquietante, no solo por la condición enigmática de la reunión de todos esos motivos, sino por las posturas y escorzos de las niñas: la que ocupa la cima de este montón dirige una mirada lánguida e inexpresiva al espectador; bajo ella, la siguiente mira hacia uno de los pájaros, que picotea su mano derecha; la de la parte inferior oculta el rostro, solo muestra su cabellera, mientras su pie sirve de apoyo al martín pescador. Sus manos se proyectan más allá del límite del fondo tapizado, creando un efecto de perplejidad ante el supuesto realismo de la escena.

El estilo pictórico figurativo y realista de la obra, el gusto por un dibujo nítido, los colores encendidos o llamativos, el vestuario y los peinados de estas figuras, denotan una inspiración en la cultura y la estética pop, las revistas de moda, los cómics, la ilustración y los fanzines, constante en la obra reciente de Agrela.

Las poses lánguidas e inertes de las niñas remiten al papel de modelos que han ejercido habitualmente las mujeres en la historia de la pintura occidental: condenadas a ser objetos de la mirada más que sujetos activos. Es como si en esta escena se forzara la representación de este papel, llevada hasta el paroxismo. También parece haberse querido acentuar el equilibrio precario en el que se encuentran esos cuerpos y el jarrón. Del mismo modo que se recurre a la imagen de la cabellera femenina pelirroja, uno de los motivos asociado durante siglos a la iconología de una suerte de eterno femenino. Como en este cuadro, Agrela utiliza de una forma deliberada en sus obras de la serie a la que pertenece Rosas silvestres este tipo de elementos que se refieren a lo que habitualmente se ha considerado propio de la «cultura femenina». Relegadas a campos alejados de lo que se ha considerado tradicionalmente «artes mayores», a las mujeres se las ha asociado históricamente con las «artes menores» o «decorativas», el bordado, el género del bodegón, la artesanía, todo lo relativo en general al ámbito de lo doméstico. De ahí también, según confiesa la propia artista, sus fondos decorativos, vegetales o animales, o los amontonamientos de objetos y sujetos que remiten a las naturalezas muertas. En cambio, los vínculos de la mujer con modos de arte jerárquicamente superior, esto es, con las Bellas Artes, se suelen presentar en la pintura de Agrela por medio de esas niñas o mujeres siempre caídas, durmientes, tumbadas y pasivas. A la artista le interesa su juventud como una forma de aludir tanto al ideal de la eterna juventud, propio de la publicidad, como a su margen potencial de transformación, con una mirada fija en el futuro. En este sentido, la referencia del título a rosas silvestres puede remitir de la misma manera al propio ramo de flores que se sostiene sobre el montón que forman las tres figuras como a ser una metáfora de las propias niñas, de su ternura y su fragilidad. Destaca, sin embargo, la pasividad que parece haberse adueñado como una plaga de los cuerpos de las protagonistas del cuadro. Una cualidad que casi nunca asociaríamos con la condición infantil, aunque sí con la imagen femenina en la historia del arte y en la cultura visual contemporánea. A Agrela le ha interesado a menudo explorar los ingredientes de la institución arte. Esta obra también redunda en otros elementos recurrentes en su trayectoria artística, como el cuerpo, la identidad, el disfraz, la máscara y, en fin, la tensión entre la voluntad de mostrarse y la de ocultarse o camuflarse.

Maite Méndez Baiges

 
Por:
Maite Méndez Baiges
Ángeles Agrela
Úbeda (Jaén) 1966

Ángeles Agrela, nacida en Úbeda (Jaén) en el año 1966, es una de las artistas andaluzas de mayor proyección de su generación. A lo largo de su trayectoria ha cultivado distintas disciplinas: la pintura, la performance, la fotografía, el vídeo, el dibujo, el bordado, la costura, la escultura y la obra gráfica. Estudió en la Facultad de Bellas Artes de la Universidad de Granada, con residencias artísticas posteriores en Nápoles, Cuba y Berlín. En 1994 empieza a exponer individualmente y desarrolla un interés especial por el cuerpo. Entre 1999 y 2003 trabaja en una de sus series más ambiciosas, Camuflaje, con la que se adentra en la performance, la fotografía y la instalación. Confeccionó para ella un variado guardarropa que le permitía mimetizarse con distintos escenarios, jugando con la apariencia y el engaño, con un sentido de juego e ironía. Aunque el feminismo no fuera el eje principal de sus propuestas, con esta serie sí se centra en asuntos que tienen que ver con búsquedas feministas, presentes igualmente en su obra posterior, como el interés por el cuerpo, la identidad, o el intento de deconstruir los roles y los estereotipos de género.

Con la creación de un alter ego, una superheroína bautizada como La elegida, y el vídeo Biografía trabaja sobre su idea del arte y de la condición misma del artista. A partir de entonces, el uso recurrente de las técnicas tradicionales de la pintura y el dibujo la conducen a una mayor exploración de los arquetipos de lo femenino, en series como Fanzine, La profundidad de la piel o Las Bellas durmientes. Su pintura/dibujo de los últimos años, volcada en retratos femeninos, contiene referencias tanto a la cultura pop como a la historia del arte occidental, sacando a la luz la condición pasiva, como objeto de la mirada y modelo, a la que se ha visto relegada tradicionalmente la mujer bajo una perspectiva principalmente masculina. Su pintura con niñas o jóvenes cultiva escenas de un realismo deliberadamente ambiguo y desconcertante.

Sus obras están presentes en numerosas colecciones públicas y privadas como, entre otras, el CAC de Málaga, el Museo Artium (Vitoria), el Centro Andaluz de Arte Contemporáneo (Sevilla), las Diputaciones Provinciales de Jaén, Granada, Cádiz, Málaga y Cáceres, el Museo de Arte Contemporáneo Unión Fenosa, el Instituto Andaluz de la Mujer, los Ayuntamientos de Córdoba, Mojácar y Jávea, la Fundación Provincial de Artes Plásticas «Rafael Botí» (Córdoba), la Caja San Fernando (Sevilla), la Fundación El Monte (Sevilla), la Colección Cajastur (Gijón), la Biblioteca Nacional de España (Madrid), la Colección L´Oréal, la Colección de Arte Contemporáneo de la UNED, el Gobierno de Cantabria y la Colección Iniciarte (Sevilla).

Maite Méndez Baiges

 
«El favor de la bellas», Galería Yusto/Giner (Marbella, 2016-2017).