Colección
Isabel II, niña
- 1838
- Óleo sobre lienzo
- 167 x 126 cm
- Cat. P_211
- Encargo al autor por el Banco Español de San Fernando en 1838
- Observaciones: Antes de que se reconociese la firma, el cuadro estuvo atribuido a Genaro Pérez Villaamil.
Nacida el 10 de octubre de 1830, Isabel II contaba ocho años cuando posó para esta efigie, cinco de los cuales los había pasado ya como reina de España. La iconografía no puede ser más expresiva de su compleja condición; de pie, ante el trono, bajo palio y junto a un escabel, señala una simbólica regalía real con la mano izquierda, mientras sujeta su propio guante con la derecha. Pero la reina está vestida de un modo revelador, con un traje infantil —y que no cumple las normas de la corte—, aunque con algunos elementos que corresponden al vestuario de una mujer adulta. El traje es, convenientemente, de seda blanca —color reservado a las reinas católicas—, tejido con hilos de plata que subrayan la suntuosidad que corresponde a su portadora, pero la tipología es la propia de una niña de corta edad, con pantalones a la turca y un vestido de sílfide con falda corta de vuelo y corpiño blanco en el que el cuello de bañera, con una valiosa berta de organza y con las mangas afolladas, replica para niñas los gustos que promocionan las revistas de moda para las damas adultas. Isabel II se presenta casi sin demasiados adornos personales, como era adecuado para las niñas, pero lleva tejidos ricos y perlas —que eran por definición el adorno de las mujeres casadas— y una castiza peina de carey. Todo ello define una imagen ambigua de la reina niña, a medio camino entre lo público y lo privado, entre el traje de corte y los vestidos de cualquier niña burguesa o aristócrata, entre una jefa del Estado y una niña de ocho años. Contrasta esta caracterización con la que hicieron de ella otros pintores, como Vicente López (Museo del Prado, P7544, depositado en Madrid, Tribunal Supremo), que la presenta también ante el trono y bajo palio, pero con un traje de corte, vestida de blanco, con cola de media gala de terciopelo azul borbónico y con manto real, corona y cetro en la mano derecha, además de diadema y joyas propias de una mujer adulta, comparación que revela la problemática en que se convirtió la elaboración de un retrato real en los primeros años de este reinado.
En ese debate entre las distintas sensibilidades de la corte sobre cómo debía pintarse la efigie oficial de la pequeña reina, una vez que había dejado de aparecer en los brazos de su madre —todavía regente—, triunfó predominantemente la concepción de López, que adoptaron a continuación el resto de los pintores de cámara, como Luis de la Cruz, José de Madrazo, Carlos Luis de Ribera y otros más. Esa toma de posición forma parte integral de la fascinante imagen que esta insólita niña proyectaba sobre sus contemporáneos. Al igual que en tiempos remotos el azar había hecho ceñir la corona antes de tiempo a niños a los que se auguraba un futuro incierto, la pequeña Isabel, como ha expresado bien Reyero, encerraba en su ser un contraste poético que condensaba la propia existencia romántica, por un lado la frágil ternura femenina e infantil y, por otro, la dura responsabilidad de regir un país sumido en su más grave crisis. La reina debería oponerse a la opción absolutista que significaba la pretensión de su tío Carlos María Isidro y, en ese sentido, a juicio de Esquivel, las características infantiles que hace ver en su retrato tienen también una fuerte carga de esperanza en un naciente futuro constitucional. La huérfana de Fernando VII encarnaba las únicas posibilidades de renovación política deseadas, frente a su tío, que proponía la continuidad del Antiguo Régimen. Comprometido liberal que luchó contra los Cien Mil hijos de San Luis, Esquivel convirtió así la vulnerabilidad de la niña que aparece en el cuadro en un elemento que interpelaba al sentido protector común a los adultos para alertar sobre lo lábiles que eran todavía las seguridades democráticas que había traído el liberalismo a España.
Pero el modelo de Esquivel, de una extraordinaria calidad plástica en el contexto de su propia producción, no fraguó como imagen oficial de la reina. Se debió precisamente a su atrevimiento; aun así el artista se encargó de volver a representar a Isabel como una reina niña en otras ocasiones. La más memorable es sin duda la del retrato que forma pareja con el de su hermana Luisa Fernanda (Sanlúcar de Barrameda, colección particular), del mismo año que la del Banco de España. Las dos niñas, todavía como estudiantes, miran al espectador una sobre el trono y la otra desde una silla, y en ambas de nuevo los detalles transparentan la realidad —Isabel II estudia pero Luisa Fernanda sólo juega— y subrayan su frágil condición. Junto al retrato de su hermana, afanada en labores propias de su edad, es más fácil comprender el sentido esperanzador con el que Esquivel impregnaba la imagen de la reina, pero, al mismo tiempo, la fragilidad a la que estaba unido su sino.
Uno de los personajes más representados en la colección de pintura del Banco de España es la reina Isabel II (1830-1904), lo que se justifica no solo porque su reinado fue comparativamente largo (1833-1868), sino también porque durante buena parte de este convivieron el Banco de San Fernando y el de Isabel II, hasta que se fusionaron en 1847. Estas instituciones bancarias oficiales, que nacían bajo el patrocinio de un rey, de quien con frecuencia tomaron su nombre (San Carlos, San Fernando), necesitaban retratos de estos para que presidieran los lugares más importantes desde el punto de vista representativo.
Isabel II era hija de Fernando VII, y su nombramiento como princesa heredera generó una profunda crisis política en España provocada por los partidarios de su tío, el infante don Carlos, que se oponían a que gobernara una mujer. Esa crisis tuvo una importante dimensión bélica a través de las llamadas «guerras carlistas». Dada su minoría de edad (tenía tres años cuando murió su padre), hubo un primer período de regencia que ostentó María Cristina y duró hasta 1840. Fue sucedida por Espartero, hasta que en 1843, y para evitar nuevas regencias, fue proclamada mayor de edad. En 1846 contrajo matrimonio con su primo Francisco de Asís. Más allá de los problemas sucesorios, su reinado se caracterizó por las frecuentes crisis políticas, que culminaron en la llamada Revolución de 1868, a raíz de la cual Isabel II tuvo que partir al exilio en Francia, donde moriría. Fue una época de cierto auge económico e industrial, que vivió el nacimiento y rápido desarrollo del ferrocarril en España, en la que se acometieron importantes obras públicas, se produjo la desamortización de los bienes eclesiásticos, e hicieron su fortuna financieros como el marqués de Salamanca.
En 1838, cuando el país estaba bajo la regencia de María Cristina, el pintor Antonio María Esquivel representó a Isabel II en su retrato más temprano, que custodia el Banco de España. La vemos de pie, con peineta en la cabeza, sujetando con su mano derecha un guante blanco, ostentando la banda de la orden de María Luisa y señalando con su mano izquierda (que está enguantada) hacia una pequeña mesa cubierta con un rico tapete encarnado en el que está bordado el escudo de España. Sobre esa mesa hay un cojín, y encima de este vemos el cetro y la corona. Tras la niña se encuentra un trono de madera dorada y tapicería roja, con tallas alusivas a la posición del modelo: sobre el respaldo, dos ángeles sostienen con una mano un escudo con una «Y» y un «2», y con la otra una corona real. Es probable que cuando Esquivel acometió el retrato de Isabel II tuviera a la vista otro de Fernando VII que custodia también el Banco de España y que actualmente se atribuye a Zacarías González Velázquez. El esquema compositivo es muy semejante: está, igualmente, de pie, junto a una mesa en la que descansan corona y cojín y ante un trono en cuyo respaldo vemos sus siglas, que culmina con dos angelitos sosteniendo una corona de España. Cambia la indumentaria, que en este caso es militar, y el hecho de que el rey sostiene un bastón de mando. También cambia el estilo: Isabel II tiene la factura cuidadosa, minuciosa y detallista que caracteriza los retratos de Esquivel, quien demuestra aquí también un gusto muy característico por el empleo de tonos nacarados para la descripción de la carne. Cromáticamente, es una obra que juega a combinar los tonos rojos y dorados para crear un marco vistoso y suntuoso ante el que proyectar la figura de Isabel II niña, que da lugar a una de las imágenes más delicadas de su rica iconografía.
Reina de España 1833 - 1868
María Isabel Luisa de Borbón y Borbón, fue la hija primogénita de Fernando VII y de su cuarta esposa, María Cristina de Borbón Dos Sicilias. Su nacimiento fue muy deseado, al no haber logrado su padre descendencia de sus tres matrimonios anteriores, pero dividió a España en dos bandos, pues a los dos días de morir Fernando VII, el 29 de septiembre de 1833, estalló la Primera Guerra Carlista. Su tío, Carlos María Isidro, no la reconocía como reina legítima, a pesar de que en marzo de 1830, Fernando VII derogó el Auto Acordado de Felipe V y restableció la tradición de la monarquía española por la cual las mujeres podían reinar. Isabel fue jurada princesa de Asturias el 20 de junio de 1833 y proclamada Reina el 24 de octubre del mismo año. Reina desde los tres años, durante su minoría de edad (1833-1843) actuaron como regentes, primero su madre, la reina María Cristina, y después el general Espartero.
La regencia de María Cristina duró desde 1833 hasta 1840. Durante esta regencia se otorgó el Estatuto Real de 1834, de carácter moderado, y la Constitución de 1837, de carácter progresista. La Reina María Cristina tuvo que renunciar a la regencia en 1840 y partir al exilio en Francia. Las Cortes nombraron Regente único al general Espartero, y eligieron a Agustín de Argüelles como tutor de Isabel y Luisa Fernanda, quien a su vez nombró aya a la condesa de Espoz y Mina.
En 1843, tras la caída de Espartero, las Cortes decidieron declarar mayor de edad a Isabel II que acababa de cumplir los trece años. El reinado de Isabel II se caracterizó por la inestabilidad política marcada por las sublevaciones, los pronunciamientos militares y los numerosos gobiernos, al mismo tiempo que comenzaba la modernización de España.
El primer Gobierno de la reina Isabel II lo presidió Salustiano Olózaga, jefe del Partido Progresista, sustituido por el gobierno moderado de Luis González Bravo. El 3 de mayo de 1844 comenzó a gobernar el General Narváez, iniciándose un periodo de diez años de gobiernos moderados, la llamada Década Moderada (1844-1854). Narváez presidió cuatro gobiernos, siempre detrás del partido moderado, del que fue jefe y valedor durante el periodo 1843 a 1868. Además de ser el hombre fuerte de dicha década, fue el auténtico protagonista del reinado de Isabel.
Los Gobiernos de Francia e Inglaterra intervinieron activamente en los matrimonios de Isabel II y su hermana Luisa Fernanda, ante el temor de que el regio matrimonio diese a una potencia supremacía sobre la otra. Ambas potencias llegaron a un acuerdo, Isabel no podía casarse más que con un descendiente de Felipe V. El infante Francisco de Asís fue elegido por exclusión; quizá no fuese el esposo más adecuado para Isabel II, joven extrovertida y vital, a quien no le entusiasmaba la idea de casarse con un primo del que no le atraía ni su aspecto físico ni su carácter taciturno. El 10 de octubre de 1846, con dieciséis años, contrajo matrimonio en el Palacio Real de Madrid. Simultáneamente se celebró la boda de la infanta Luisa Fernanda con Antonio de Orleans, duque de Montpensier, noveno hijo del rey Luis Felipe de Austria.
El proyecto de reforma de la Constitución de 1845 dio lugar a la caída de Bravo Murillo y puso de manifiesto el declive del partido moderado; sus sucesores representaron la reacción más extrema del partido moderado, contribuyendo a la formación de un frente revolucionario que puso fin a la Década Moderada y originó la Revolución de 1854. De todas las consecuencias que tuvo esta revolución, la más grave fue el desprestigio de la reina.
Ante la gravedad de la situación, la reina llamó a Espartero, quien gobernó durante dos años, el Bienio Progresista (1854-1856), en el que O’Donnell ocupó la cartera de Guerra. Tras un paréntesis de dos años de Gobiernos moderados (1856-1858), llegó el segundo de O’Donnell, el llamado Gobierno largo o Quinquenio Progresista (1858-1863), fueron cinco años de paz, estabilidad política y económica, en los que destacó el gran desarrollo del trazado y puesta en explotación de vías férreas que además de facilitar las comunicaciones, contribuyó a dar mayor entidad urbana a las ciudades españolas.
El Quinquenio terminó con la crisis provocada por la decisión de O’Donnell de hacer un reajuste ministerial, que dio lugar al abandono de Prim del partido unionista y su incorporación al progresista. A la crisis se sumó el enfrentamiento de la reina y su jefe de Gobierno que se consumó al negarse ésta a firmar el decreto de disolución de las Cortes, solicitado por el jefe de gobierno para abordar la reforma constitucional. Con la caída de O’Donnell comenzó el ocaso de su reinado.
Los Gobiernos presididos sucesivamente por el marqués de Miraflores, Arrazola y Mon, dieron paso de nuevo al Gobierno de Narváez (16 de septiembre de 1864) que fue destituido en 1865 después de las graves protestas estudiantiles reprimidas violentamente la Noche de San Daniel. La salida de Narváez fue seguida por el último Gobierno de O’Donnell (1865 a 1866), que tuvo que enfrentarse a la conspiración ya imparable de los progresistas, que habían decido avanzar por el camino de la Revolución.
En 1866 estallaron sucesivos pronunciamientos encabezados por Prim; el que se produjo en Madrid en el cuartel de Artillería de San Gil, degeneró en una batalla urbana, seguida de una represión muy dura que erosionó la tradicional generosidad de la reina y el talante liberal del duque de Tetuán. La reina le sustituyó por Narváez, y O’Donnell se exiló voluntariamente a Biarritz (Francia). Isabel II perdía a uno de los hombres más leales y valiosos de su reinado. Narváez presidió el que sería su último Gobierno, desde julio de 1866 a abril de 1868, cuando suspendió las Cortes y las garantías constitucionales.
La réplica de los progresistas no se hizo esperar, en agosto de 1866 firmaron el Pacto de Ostende en el que se comprometían a hacer un solo frente para derrocar al régimen y a la dinastía, creando un centro revolucionario permanente en Bruselas. A la muerte de O’Donnell en 1867, la Unión Liberal se unió al Pacto. Cuando en 1868, murió Narváez, la reina se quedó sin apoyos. Nombró presidente del Gobierno a González Bravo cuya forma dictatorial de gobernar precipitó el destronamiento de Isabel II.
Acaudillaron la Revolución los generales Serrano y Prim junto con el almirante Topete. Llegaron a Cádiz y Gibraltar el 17 y 19 de septiembre de 1868. El 30 de septiembre Isabel II, desde San Sebastián, cruzó la frontera con Francia, iba a cumplir treinta y ocho años. La Revolución Gloriosa terminó con su reinado.
En el destierro se instaló en principio en el castillo de Pau, cedido por Napoleón III. Pasados los primeros meses se separó definitivamente y por acuerdo, del rey consorte. Isabel II se trasladó a París, estableciendo su residencia definitiva en el palacio Basilewsky, al que dio el nombre de palacio de Castilla. Allí el 25 de junio de 1870 abdicó en su hijo Alfonso XII, y encomendó a Cánovas la jefatura del movimiento Alfonsino. Murió el 9 de abril de 1904 de una gripe que desembocó en neumonía. El Gobierno francés le rindió honores de jefe de Estado a quien durante treinta y cinco años había sido reina de España, y durante treinta y seis había residido en París. Con toda solemnidad el féretro de la Reina fue conducido a la estación de ferrocarril de Orsay desde donde partió hacia a España para darle sepultura en el Panteón de Reyes del monasterio de El Escorial.
A pesar de la inestabilidad política de este periodo, los treinta y cinco años del reinado de Isabel II hasta su destronamiento en 1868, supusieron la modernización de España. La población experimentó un notable crecimiento, 15 500 000 en el primer censo oficial de 1857. En 1848 comenzó el trazado de la red de ferrocarriles; en 1855 se pusieron en explotación 5400 kilómetros de red ferroviaria.
En 1845 comenzó una importante reforma de la Hacienda en la que participó Ramón de Santillán, y que aplicó Alejandro Mon. En 1856 se creó el Banco de España de la fusión del Banco de San Fernando con el de Isabel II. La aplicación de las leyes bancarias dio paso a la fundación de bancos de emisión y sociedades de crédito.
La desamortización impulsó la ampliación del terreno cultivado. La industria textil, del algodón y lanera, logró un acelerado proceso de expansión y concentración, principalmente a partir de 1842 en que se importó maquinaria inglesa. La minería comenzó a ser explotada a gran escala en la segunda mitad del siglo XIX. La construcción de obras públicas destacó especialmente en el gobierno de Bravo Murillo, así como en el de O’Donnell. Se construyeron más de 7000 kilómetros de carreteras y se promovió el sistema de riegos y el de abastecimiento de agua a los núcleos urbanos por medio de canales como el de Isabel II, el de Tauste, el Imperial o el de Castilla. También se creó el sello de correos y la red de telégrafos en 1854. El alumbrado de gas entró en funcionamiento en 1841 y los primeros ensayos de alumbrado eléctrico se produjeron en Barcelona en 1852.
A mediados del siglo XIX comenzó la fotografía en España. Trabajaron al servicio de la Corte Charles Clifford y Jean Laurent. También se produjo un importante desarrollo cultural: se promulgó la primera Ley de Instrucción Pública de Claudio Moyano, y se fundó la Academia de Ciencias Morales y Políticas. Isabel II donó al Museo del Prado, por Ley de 12 de mayo de 1865, sus colecciones privadas que constituyen el repertorio de obras más importantes que hoy posee el Museo. Así mismo, en 1836, la Biblioteca Real dejó de ser propiedad de la Corona y pasó a depender del Ministerio de la Gobernación, recibiendo el nombre de Biblioteca Nacional. Durante su reinado, ingresaron por compra, donativo o incautación, la mayoría de los libros más antiguos que posee actualmente la Biblioteca. El 21 de abril de 1866, la Reina puso la primera piedra del edificio en el que hoy se alberga la Biblioteca Nacional, construido por Francisco Jareño. Durante su reinado y favorecido por su afición al bel canto, se inauguró en Madrid el Teatro Real, el 19 de noviembre de 1850, con La favorita de Donizetti, y renació el género de la zarzuela.
Isabel II tuvo diez hijos, de los que sobrevivieron cinco: Isabel, muy popular en Madrid donde era llamada cariñosamente la Chata; Alfonso, el futuro Alfonso XII; Pilar; Paz y Eulalia.
Extracto de T. ORTÚZAR CASTAÑER, Diccionario biográfico español, Real Academia de la Historia, 2009-2013.
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