Antonio María Esquivel y Suárez de Urbina

Sevilla 1806 - Madrid 1857

Por: Javier Portús

Como ocurre con otros pintores sevillanos de la época, su biografía tiene como puntos de referencia su ciudad natal, en cuya Escuela de Bellas Artes se formó con Francisco Gutiérrez y donde le fue transmitido el culto a Murillo, y Madrid, adonde acudió en 1831 gracias a la protección del cónsul inglés en Sevilla. Al año siguiente fue nombrado académico de mérito de la Academia de San Fernando y, una vez instalado en la corte, se dedicó a abrirse camino en el mercado artístico madrileño y a introducirse en los círculos artísticos locales mediante la colaboración en la fundación de entidades culturales, el trato con escritores e incluso la redacción de crítica artística. Su interés por las artes y las letras lo convirtieron en un típico representante del Romanticismo que queda expresado en cuadros como la Ventura de la Vega leyendo una obra en el Teatro del Príncipe (Museo del Romanticismo, Madrid), o Los poetas contemporáneos. Una lectura de Zorrilla en el estudio del pintor (Museo Nacional del Prado, Madrid).

Fue uno de los fundadores del Liceo Artístico y Literario de Madrid, en 1837, y al año siguiente acudió a Sevilla para organizar el Liceo Sevillano. Allí se quedó ciego, pero la ayuda de sus amigos pintores y escritores le permitió curar su enfermedad en el extranjero, en junio de 1840. A su vuelta a Madrid, en 1841, reemprendió una brillante carrera artística que lo llevó a ser nombrado pintor de cámara dos años más tarde, y académico de número en 1847. Muestra su interés por intervenir en los sucesos artísticos locales el hecho de que en 1856, un año antes de su muerte, participara en la primera Exposición Nacional de Bellas Artes. Esquivel supo influir en el ambiente artístico madrileño a través de su magisterio directo y mediante su Tratado de anatomía pictórica, publicado por primera vez en 1848.

Fue un pintor prolífico y, aunque su catálogo incluye una amplia variedad de géneros, se especializó en los retratos. Reinas, infantas, políticos, militares, nobles, burgueses o escritores, individualmente o en grupo, constituyen sus modelos; y nos sirven para reconocer a los miembros más importantes del Romanticismo madrileño, así como a las clases medias y altas de la sociedad de la época. Aunque menos, también cultivó la pintura religiosa, con un estilo al principio deudor de Murillo, que fue evolucionando hacia simplicidades compositivas y cromáticas que lo acercan a los nazarenos. Otros temas que trató fueron los históricos y mitológicos. Es autor de algún cuadro costumbrista ambientado en su ciudad natal, y produjo algunas obras de carácter erótico, poco frecuentes entre los demás artistas españoles de su tiempo.