Colección
Blumenbild
- 2007-2017
- Fotografía montada sobre dibond
- 123 x 88 cm
- Edición No única
- Cat. F_472
- Adquirida en 2022
La catalogación es una de las máximas de la fotografía. Es capaz de convertir cualquier tema en referencial y cualquier motivo secundario en protagonista. Próxima a lo archivístico, convierte en narración lo que apenas se muestra como apunte, y persiste en su continuidad productiva una intención fantasiosa a la par que fantasmagórica: completar visualmente el mundo. Jean-François Chevrier lo expresó con claridad: «La uniformidad de la imagen se opone a la heterogeneidad de los objetos y de los materiales. […] La imagen iguala lo que agrupa». Hans-Peter Feldmann (Düsseldorf, Alemania, 1941) había estado haciendo precisamente eso desde finales de la década de 1960, clasificando imágenes en sus cuadernos Bild y Bilder. Los elementos quedaban igualados por su pertenencia a un formato, por su planteamiento como narración visual. Al mismo tiempo que cualquiera puede entenderlas, subyace un intertexto que lanza estas obras (y otras que emplean el mismo procedimiento) a una lectura mayor, donde el contexto es una clave fundamental. ¿Puede verse en la clasificación y acumulación de referentes fotográficos un deseo por la falta de recursos, por la ausencia derivada de procesos de transformación sociopolíticos en tiempos de carestía?
La serie Blumenbild [Fotografía de flores] funciona también como el apartado de una clasificación mayor, más amplia y que queda atravesada por el kitsch, otra de sus principales herramientas para subvertir la noción de gusto. En este caso, la imagen representa un arquetipo: sobre un fondo azul añil, límpido, un ramo de Lilium o azucenas de varios colores muestra diferentes estados de floración. Tres de ellas ya se han abierto, cada una con un color y tono distintos. Otras, entre siete y ocho, están todavía en proceso embrionario, en nudo. Al igual que en los procesos archivísticos clásicos, la serie se explica con mayor claridad al observar varias fotografías, participantes de un muestrario elocuente, perfilado. Para Feldmann, lo kitsch es una ampliación del campo de batalla del arte; el lugar donde confluyen el gusto popular principal y el giro irónico de la mirada construida y educada. En proyectos anteriores, el artista pintó con colores vivos, primarios, una serie de réplicas de esculturas grecolatinas clásicas encargadas a escultores especializados. El cuestionamiento no parece buscar únicamente una fricción o un roce entre los supuestos expertos en arte contemporáneo; también parece epatar con el origen policromado de las esculturas y la arquitectura clásicas, lo que permite una vuelta al origen y genera un descasamiento entre lo que fue y lo que la academia ha certificado posteriormente que ha sido.
Al igual que con su aversión a los catálogos que contienen textos excesivamente teóricos o encriptados, Feldmann busca una simplicidad espartana en sus proyectos artísticos. Lo que se ve es lo que hay y, a su vez, esto es justo lo que quería que hubiera. La acción, radicalmente sencilla, entronca con las obras de arte conceptual cuyos títulos describen milimétricamente lo que muestran. Las fotografías de flores son eso, fotografías de flores. Y, como tales, se potencia su cualidad como objetos bellos, la variedad de colores, la composición perfecta, el fondo adecuado que contraste con el primer plano. En el proceso, sin embargo, hemos aprendido que ninguna imagen es ingenua, ni solamente es lo que dice que es, sino que explosiona como una bomba de racimo hacia todas las direcciones posibles, entre ellas a la historia visual del arte, a sus naturalezas muertas, a sus vanitas. Con Feldmann siempre se tiene la sensación de que hay alguna cosa oculta tras la apariencia; aunque sea, simplemente, las ganas de jugar con quien mira la belleza sencilla de la fotografía de un ramo de flores.
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