Manuel Salinas es un artista que, tras el inicio de una carrera enmarcada básicamente en torno al ámbito de la figuración, evolucionó progresivamente hacia una abstracción lírica de inspiración norteamericana basada en la búsqueda del color y la forma. Empeñado en eliminar de su pintura lo que no sea el reflejo de una expresión plástica, Salinas se caracteriza por desarrollar a través de su producción toda suerte de evocadores ensayos a partir de formas geométricas, aplicaciones de color, su interés desde joven por la arquitectura y la materialización de todo tipo de tensiones entre el orden y el gesto o entre la razón y la emoción. Son ensayos que, desde la primera mitad de los años setenta, al tiempo que lo atrapan en el universo de la abstracción también le permiten avanzar en la línea del trazo enérgico y el gesto rápido tan propios y característicos del léxico del expresionismo abstracto. Se trata de un avance que, aunque se evidencia en la obra de este artista desde principios de los años ochenta, se consolida con el tiempo gracias a la ampliación de su paleta de color y el juego de texturas y vibraciones con que consigue acercarse al orden que siempre late bajo la espontaneidad de su gesto y su libertad cromática.
Aunque nada hay más lejos de la intención del artista que sugerir a través de su obra lo que no se pueda transmitir mediante el color y la forma, esta obra de Salinas, titulada Verde (1987) —pese a su reticencia a titular sus trabajos por no caer en la literatura— es un claro exponente del debate que mantiene el artista entre su práctica pictórica y su tendencia a la introspección. Se trata de una obra presidida por dos líneas en forma de cruz, dos grandes trazos en forma de arcos invertidos y cuatro masas de cromatismo oscuro de factura dramática. Son cuatro áreas de color que el artista trabaja como por separado en función del modo en que aplica el óleo y el juego de vibraciones que es capaz de recrear con el fin de alcanzar una especie de concepción romántica sobre la base de lo que podría ser el esbozo de un espacio arquitectónico. No en vano, es la arquitectura —y por extensión el urbanismo, el diseño de muebles y la decoración de interiores— lo que siempre transita entre los intereses ocultos de una obra que, como la que nos ocupa, consigue sintetizar el gusto de Salinas por las formas geométricas y los volúmenes en el espacio. Pese a la presencia de manchas en sus superficies, el ruido de sus trazos vibrantes y la firmeza de la gestualidad con que ejecuta esta obra, se adivina el anhelo de Salinas por el orden y el equilibrio y una inclinación hacia lo geométrico como imagen visual de la concepción que tiene el artista tanto del mundo como de la naturaleza.
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