Colección
Ventana de noche
- 1972
- Lápiz sobre papel
- 102 x 73 cm
- Cat. D_175
- Adquirida en 1993
La colección Banco de España posee unos fondos bastante representativos de la obra del escultor madrileño Francisco López Hernández, ya que reúne piezas desde los años sesenta, década en la que empieza a trabajar por encargo para relevantes instituciones españolas, hasta casi la actualidad. Por otro lado, además de placas relivarias —tanto en bajo como en alto relieve— muestra al tiempo que no solo es un gran escultor, sino también un excepcional dibujante. López Hernández emparenta con la tradición en la elección de las disciplinas y materiales entre los que se mueve —fundamentalmente bronce, terracotas y escayolas— y en el uso de los géneros que marcó la Academia francesa del siglo XVIII, de entre los cuales aquí encontramos la presencia del bodegón y del paisaje. El realismo en el que se sitúa López Hernández ofrece aportaciones de contemporaneidad. No es la del artista una escultura o pintura del instante, sino de la acumulación de tiempo y emociones: en unas piezas en las que el ser humano está ausente pero marca con sus huellas que es su territorio el que se plasma, esta omisión genera una fuerte carga de contención y silencio, una cierta idea de eternidad. El membrillo (1983-1986) sigue en ese sentido la tradición de la vanitas barroca, una alegoría de la muerte; sin embargo, en este alto relieve los objetos que acompañan a las frutas —un bolsito, una cadenita con una medalla— son contemporáneos y colocan la escena en el ahora.
El bajo relieve tiene en este artista un maestro: aprendió la técnica en el taller paterno y la desarrolló en lo que se ha convertido en una larga y versada trayectoria en el diseño de medallas. En este sentido, el Banco de España le encargó en 1983 dos bronces para la inauguración de la sede central de la entidad en Cádiz. El madrileño eligió para las piezas la representación de dos árboles —un membrillo y una higuera— como símbolos de la vida y de la abundancia; árboles que por su sencillez, detallismo y por la inexistencia de un entorno recuerdan la pintura pompeyana que bien conoce el autor. El jardín (1970) es otro paisaje más, en este caso un oasis urbano cuya tapia indica que, en el fondo, ese recoveco se encuentra en un espacio privado.
Ventana de noche (1972) es un dibujo detallista, melancólico e intimista, al tiempo que de gran virtuosismo, que marca el contraste entre el interior artificialmente iluminado con el silencio de la noche. La ventana sirve de límite entre lo íntimo y el exterior, y remite a la pintura holandesa de interiores del siglo XVII, al tiempo que, como otras pinturas de sus compañeros de generación, sitúa al espectador en el espacio protegido y cubierto.
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