Sin título
- 1993
- Acrílico y carboncillo sobre tela de algodón
- 162 x 130 cm
- Cat. P_578
- Adquirida en 1995
Cuando a finales de los años ochenta la pintura española tendió a enfriarse y apagarse tras el entusiasmo de la década, artistas como Patricio Cabrera comenzaron a destilarla a partir, sobre todo, de una revivificación del paisaje y del bodegón desde posiciones no estrictamente académicas. El paisaje inexplorado, la terra incognita con que las antiguas cartografías definían al lugar no hollado, fue el espacio en que se movió la obra inicial de Cabrera, buscando el efecto de abstracción no dogmática inspirada en lo decorativo y en el arabesco. Así puede percibirse en estos cuatro dibujos donde, como ocurre en el arte islámico y mudéjar al que el artista había estado expuesto en Sevilla, los motivos ornamentales acaban perdiendo su referente directo para convertirse en repertorio decorativo huérfano de origen. En un intento por soslayar la disyuntiva entre lo abstracto y lo figurativo, Cabrera se fija también en el primer surrealismo, interesado por lo biomórfico, lo visceral y lo legendario, velados por un espacio etéreo entendido como campo magnético en el que evolucionan figuras imposibles de identificar según taxonomías conocidas, todas entre lo sensual, lo monstruoso y lo maquinal. Dentro de esa línea, Cabrera juega también con la transparencia y sugiere la posibilidad de coexistencia de diferentes niveles de realidad mediante las amplias reservas del soporte de papel que deja a la vista. Como ha señalado Santiago B. Olmo respecto a Cabrera: «Aunque el paisaje va a constituir uno de los ejes de su obra, en la pintura este artista aborda lo ornamental y lo decorativo con una consciente ausencia de estilo definido, lo que le permite dotar a su pintura de una extraordinaria capacidad para generar imágenes. En los últimos años, la fusión de lo abstracto y lo figurativo ha otorgado una extraordinaria versatilidad a su obra».
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