La obra de Miguel Ángel Campano alcanza en la década de 1990 un grado sumo de madurez y destilación conceptual. La exposición del Museo Reina Sofía en el Palacio de Velázquez (1999), donde estuvieron presentes las dos obras de la Colección Banco de España de este período, fue la confirmación de un punto de llegada del pintor que, para una parte no desdeñable de la crítica, sigue siendo el más brillante de toda una generación. Sin título (1993) forma parte de la serie de trabajos que tienen en común la combinación de blanco y negro en grandes superficies cargadas de severidad, obras surgidas de una extraordinaria voluntad de depuración formal y cromática que revelan un nuevo impulso ascético, aunque no decididamente purista, pues Campano permite que se transparenten los procesos y arrepentimientos, ligeros goteos y tensiones del pulso entre límites cromáticos netos, sin que tal honestidad reste rotundidad a la obra.
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