Sin título
- 1980
- Acero cromado
- 90 x 31 x 24 cm
- Cat. E_52
- Adquirida en 1983
- Observaciones: Adquirida en la Subasta Art Solidaritat. Subasta pro-damnificados inundaciones octubre 82
Tras formarse de manera autodidacta en la práctica pictórica y el dibujo durante la segunda mitad de la década de 1950, Alfaro dio el salto a la tridimensionalidad hacia finales de la misma década bajo el influjo de escultores como Jorge Oteiza o de los constructivistas Constantin Brâncusi y Antoine Pevsner. El artista es fiel a un estilo personal y comprometido con la experimentación formal a través de geometrías realizadas en acero y aluminio; obras de carácter cinético en las que destaca la belleza de columnas ejecutadas en mármol y piedra calcárea, sobre todo; el léxico de unas obras realizadas a gran escala y concebidas a partir de mediados de la década de 1960 para ser integradas en espacios públicos a la manera de monumentos colectivos y celebrativos.
Alfaro inició su carrera creativa en València, adoptando en la realización de su obra la metodología de los procesos y materiales industriales, así como la convicción de que la escultura puede y debe servir para simbolizar actitudes o argumentos colectivos. De ahí que desde muy pronto se palpara en su obra una suerte de compromiso con la sociedad a través de una producción susceptible de convertirse en un espectáculo en el que los espectadores empiezan a tener un importante protagonismo.
Construida en acero inoxidable en un momento en el que, pese a que la obra de Alfaro ya es reconocida por su alto nivel de experimentación se ve coartada la característica heterodoxia del artista debido a que todo el mundo siempre espera lo mismo de él, esta obra de 1980 —ejecutada con uno de sus materiales de referencia— vendría a ser como una muestra de la dirección que toma el artista en favor de la libertad, la importancia de la temática en el desarrollo de una obra y, por encima de todo, la necesidad de dejar claro que la razón y la espontaneidad nunca deben dejar de estar siempre unidas. Concebida a la manera de una escultura trazada en el espacio o como una suerte de esbozo multilineal resuelto en términos tridimensionales, y con un lenguaje que, gracias a la importancia que progresivamente adquiere el dibujo —«a mi mano nada le está prohibido, todo es posible», dice el artista— es cada vez más directo y fluido, esta obra de Alfaro procede de la estructura de la generatriz sobre la que el artista investiga durante la década de los setenta. Esta, formada por múltiples varillas o tubos de acero inoxidable o aluminio, solía desplegarse en complejos abanicos de tres dimensiones, formas geométricas teóricamente abstractas, elementos alusivos a conceptos y experiencias, figuras indeterminadas o, en general, en obras caracterizadas por la virtud de transformarse radicalmente en función del punto de vista y, sobre todo, de la incidencia de la luz.
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