Colección
José Herrera es un escultor cuya obra, si bien se asocia injustamente a los preceptos de Generación 70 y su búsqueda de lenguajes artísticos rupturistas y renovadores durante los años de la Transición, es tan personal como difícil de incluir en cualquier tipo de tendencia.
Forjada al hilo de la memoria, el espacio, la soledad, la fragilidad y la tristeza, buena parte de la producción de Herrera se dirige hacia la construcción de un paisaje interior al considerar que la realidad está seriamente amenazada. Las suyas son unas obras que, como las que realiza en pasta de papel, madera, pan de oro, pigmentos, objetos y materiales tan cotidianos como almohadas, sillas o mesas, apelan directamente a la emoción, lo poético y la intuición. Junto a obras de carácter escultórico, volumétrico y espacial, en las que da muestras de su apego por la luz natural y el vacío, también destacan entre su producción sus acuarelas de gran formato y pequeñas obras sobre papel en las que aborda temáticas vinculadas a sus sentimientos y su proyección sobre lo que le preocupa e inquieta.
Muestra de su investigación en torno al espacio y al misterio del vacío desde el punto de vista emocional son las tres acuarelas de principios de la década de 1990 que forman parte de esta colección. Se trata de unas obras en las que, empleándose a fondo con un elemento nada ajeno a su escultura como es el color, logra intensidades silenciosas próximas a lo que sería la representación de un estado anímico y no la representación de algo que fuera identificable.
Ese mismo apego por el color es el que se aprecia en la escultura de madera pintada. Una suerte de habitáculo al que el artista invita a penetrar a través de pequeñas puertas, pese a estar completamente ocupado por esa especie de silencio misterioso que parece rodear la soledad de quien habita dentro.
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