Colección
Sin título (la noche en balde)
- 2019
- Collage sobre cartón, marco de madera pintado a mano
- 190 x 110 cm c/u
- Edición única
- Cat. F_458
- Adquirida en 2020
La fotografía contemporánea encontró en las técnicas de ampliación y los nuevos modos de exposición y montaje de las imágenes una simulación certera del mundo. Aquel cuento de Borges que planteaba crear un mapa tan fiel al territorio que lo desarrollara a escala 1:1 derivó en una posibilidad, aunque fuera fragmentada y a través de técnicas de impresión fotográfica, de mostrar todo lo circundante a tamaño real. Nada hay menos real, sin embargo, que una imagen de sí mismo. Pues la imagen siempre será un espacio de pensamiento y análisis, una distancia más o menos premeditada de aquello que anuncia. De alguna forma, lo que convierte en real a una imagen es su superficie, como indicaba Godard en Histoire(s) du cinema y citaba Didi-Huberman en Imágenes pese a todo: «incluso completamente rayado / un simple rectángulo / de treinta y cinco / milímetros / salva el honor / de todo lo real.»
El díptico de Miguel Ángel Tornero Sin título pertenece a una serie de trabajos que se agrupan bajo el manto nominativo La noche en balde. Realizar algo en balde es hacerlo en vano, innecesariamente. Sin embargo, en estas fotografías destaca una persistencia por hacer cosas que implican un esfuerzo, tal vez inútil, pero no exento de connotaciones, y hacerlo con un ritmo lento. El ímpetu del trabajo está en mostrar plantas marginales, como cardos y pitas, que crecen en los límites entre el campo y los caminos o las carreteras, y ofrecerlas como protagonistas. En este símbolo de lo marginal destaca, al mismo tiempo, el uso del desenfoque, de la sobreexposición de una luz de flash que no calibra la proporción entre el fulgor de la luz y la distancia de los objetos. Y el hecho de hacerlo con nocturnidad y alevosía.
La oscuridad de la noche es un agujero que engulle todo aquello que, a la luz del sol, parecía importante o significativo. Lo libra de la presión del límite, difumina sus contornos. De ahí que la luz proyectada del flash restituya cierto protagonismo a aquello que alumbra; lo saque de su negritud y le otorgue una forma, si bien aplanada y limitada, y una importancia —aunque cuestionada—. Iván de la Torre ha indicado, a propósito del uso que hace M. Á. Tornero de la luz artificial, que «en especial ha sido utilizada para señalar focos de especial interés. De ahí que resulte paradójico para el espectador que el golpe lumínico provocado por el flash […] sirva para iluminar el anodino tronco de un árbol, la espalda de unos desconocidos, la esquina de un edificio, la linde de un camino en la oscuridad de la noche. ¿Dónde radica, entonces, ese supuesto interés?».
Estos aspectos parecen indicar que el interés puede estar, precisamente, en convertir en protagonistas a los elementos secundarios y liminares; en otorgar función de primer plano a lo destinado a habitar los márgenes: las flores menos bellas, las hierbas más bastas, las personalidades más arrebatadoras. Del mismo modo, el artista recorta las imágenes y las superpone sobre un fondo de cartón. La disposición recuerda no solo los collages a los que sin duda se refiere, sino también, desde nuestro parecer, a lo teatral. La obra, conformada por capas de imágenes fotográficas superpuestas, adquiere volumen de mapa topográfico: indicado, dibujado y simbólico. Si la fotografía indica, la superposición de varias capas simboliza. Si las imágenes relatan, el aspecto teatral de la composición representa.
Los marcos que recogen y protegen, que delimitan, las composiciones de esta serie están pintados a mano. Este detalle incide de nuevo en la voluntad del artista de valorar el componente manual, imperfecto y emocional. Las primeras composiciones fotográficas de Tornero realizaban estas operaciones digitalmente. Llegado a un punto, decide recuperar la pulsión directa de un trabajo que emplea la impresión digital de las imágenes con la manipulación de sus contornos recortados a mano, dejando entrever el interior blanco del papel, así como el acercamiento titubeante a unas formas rotas y sin perfilar. De hecho, el uso del flash no solo potencia el protagonismo de lo insólito o lo desapercibido, sino que también hace explotar sus contornos y blanquea, quema, los colores y las formas. Parece indicarnos que el peaje que implica este protagonismo nunca dado antes con tanta insistencia a lo marginal acarrea una pérdida: la de sus colores y formas, la de su función y localización precisas.
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