Colección
Sin título (03). Serie Salinas de Torrevieja
- 1984
- Fotografía. Impresión FineArt en papel Canson
- 110 x 80 cm
- Edición única
- Cat. F_210
- Adquirida en 2019
El arte lidia con el tiempo. Es decir, lo soporta, lo retiene, lo lanza contra sí mismo. No hay manera de aguantar la mirada del arte sin ver en ella el tiempo en el que una obra se realizó, un presente que parece resurgir cuando la contemplamos de nuevo. Este presente no es el mismo que luce el cine al volver a presentar a las actrices y actores vivos de nuevo o los espacios resucitados, incautos entonces de su destino como repetidores de presentes y como alto valor documental, respectivamente. El tiempo que transcurre cuando estamos frente al arte plástico o visual es un espacio lleno de ecos. Los de la época y sus referencias; los de la artista y su trayectoria; los de quien las mira e intuye que siempre habrá una pérdida de sentido, una necesidad de interpretar lo que queda sin decir.
Las cinco fotografías de Eva Lootz tomadas en 1984 en las salinas de Torrevieja habían estado latentes hasta su producción en 2010. Para nosotros son, ahora, la prueba de que el tiempo existe, y de que pasa. Veintiséis años después, las toneladas de sal se han ido regenerando a un ritmo de 600.000 toneladas anuales. Son las salinas más grandes de Europa y están situadas al sur de la provincia de Alicante, entre La Mata y Torrevieja, y su explotación se remonta a la época romana, al siglo I a. C. ¿Es importante saberlo? ¿Qué dicen las imágenes sin el aporte de los datos geográficos, productivos, climatológicos? Las fotografías se centran en los procesos de producción, transporte, almacenamiento… Montañas blancas de veinte metros de altura bajo un sol que alcanza temperaturas de hasta 40º. La inversión del color blanco, siempre asociado al frío, es aquí la superficie que refleja toda la luz imaginada.
Estas fotografías aluden a lo documental. No hay en ellas una búsqueda de la belleza que no sea entendida como información y documento visual. Son escenas duras, limitadoras, reflejos apenas de un lugar asombroso donde se genera una laguna rosa; más rosa aún que los flamencos que a veces, cuando pueden soportar la excesiva salinidad de sus aguas, acuden a beber. Sin embargo, en su limitación estética, en su tamaño excedido de fotografía contemporánea, reside su interés. Sus incertezas devienen virtudes. Lootz vincula su experiencia de España como país de acogida a paisajes y materiales; olores y formas de la naturaleza. En la exposición «La canción de la tierra» (Tabacalera, 2016), la artista indicaba la importancia que tuvo su primer viaje a las minas de Riotinto, «pues me afirmó en la sospecha de que antes que las ideas como guías de los destinos humanos están los elementos de la tierra y sus propiedades, es decir, son las materias las que “hacen mundo” y prefiguran la historia del género humano, pues la tierra está siempre primero y los humanos vienen después; somos una especie tardía que tiene que adaptarse y de hecho se adapta a lo que encuentra sobre la tierra».
Es posible ver la trayectoria de Eva Lootz como un proceso de adaptación al medio natural a través de una búsqueda incansable de formas y materiales; de imágenes planas e instalaciones vivas, audibles y olorosas. Montañas de arena, tierra y minerales que se emplazan en espacios expositivos donde se aísla el contenido y donde la interpretación viaja entre el yo individual —pero universal— y el mundo externo donde habitamos, otro universo. El tiempo detenido de estas escenas alude a una repetición productiva, pero también a otro tiempo, el que permite evaporar el medio líquido y convertir la sal en sólido. Ese espacio de tiempo repercute en el lapso entre la realización de las fotografías y su producción, esos veintiséis años de espera; pero también en el de la memoria de quien, viendo la vida pasar, decide subirse encima y vivirla.
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