Colección
Semilla es un tropo de la simbiosis de la vida de los humanos mesoamericanos con la Tierra, como madre, como semilla, como planta, fruto, alimento, como ciencia en resistencia. Una metáfora del vínculo que sucede permanentemente con las nubes, con el agua, con el suelo, con el viento, con las otras formas de vida que interactúan en el proceso del crecimiento del maíz, como elementos en coexistencia.
Semilla desmitifica la ficción exotizante del cronotopo en el discurso colonial y moderno, que creó a los supuestos «dioses mayas» definiendo un geotropo: «Neologismo para abarcar un territorio semántico que se convierte en metáfora del lugar para definir lo exótico, el bárbaro, el salvaje, el primitivo o cualquier combinación de motivos que contengan las nociones de alteridad y otredad» (G. Weisz: Tinta del Exotismo. Literatura de la Otredad, 2007, p. 99). Esta obra nos recuerda que no había ni hay dioses —ni siquiera uno— en la ontología antigua. Existen los elementos que mutuamente ayudan a las semillas a despertar, crecer, ser, dar y reproducirse como vida.
Esta obra es una comprensión visual, somática, ontológica, estética y política de la práctica milenaria basada en la ciencia del asocio agrícola y nutricional de los pueblos mesoamericanos antiguos. La alineación de hilos simula los surcos, los nudos a las semillas, que juntos tejerán la vida. Una especie de fotografía del momento que reinicia el ciclo de la vida. Los hilos y los nudos simulan la tierra y las semillas en potencia, la probabilidad de ser maíz, de ser frijol, de ser ayote, o no. Reproducir la vida en la tierra requiere de una selección sabia de semillas vivas; no todas duermen, algunas reposan sin el aliento de la vida. Los nudos-semillas en la pieza dicen del tiempo lunar antiguo, jun winaq q’anil / «20 semillas», 20 días que se multiplican correlativamente por un numeral 13, 20 semillas que le dan su k’ux/«ser» a la matemática antigua, 20 semillas como metáfora de la urdimbre que le dará el k’ux/«aliento» al tejido de la vida.
El sistema educativo en Guatemala interrumpe el aprendizaje del proceso de reproducción de la vida sembrando semillas. El proceso civilizatorio se apropia del futuro de la vida de los maya tz’utujil; pocos aprenden a cultivar la tierra, ya no quieren desgranar maíz, nixtamalizarlo en cal, molerlo, tortearlo, opina Pichillá. La gente «civilizada» subestima la transformación de las semillas en alimentos-vida porque prefiere comprar la comida emplasticada —inconsciencia, dependencia y enfermedades—.
Durante la pandemia del COVID-19, mucha gente aprendió que quien sabe cultivar la tierra siempre tendrá alimentos. «Cultivar, cosechar, guardar e intercambiar semillas criollas y nativas, es asegurar la vida. Si no sembramos, ¿qué vamos a comer el otro año? Vivimos por la vida de nuestros territorios. Lo que se cosechó el año pasado es la comida de este año, lo que se siembra ahora será la comida del otro año; sembrar es intrínseco al tiempo, como el tejido» (Antonio Pichillá).
Semilla propone una reflexión: el humano fue semilla, la humanidad es una siembra, por lo que debería comprender su existencia como una simbiosis con sol, el aire, el agua, los sueños, la tierra. Cada humano es, con sus ideas, sus intenciones, sus motivaciones y sus acciones, una siembra. Por lo tanto, como dice Pichillá, la vida debería ser una observación constante de cada momento. Como el maíz, no solo se siembra la semilla: hay que cuidarla, limpiarla, abonarla, guardarla, seleccionar chom ija’ / «seleccionar las mejores semillas» para alimentar la vida el próximo año.
Semilla se expuso por primera vez en la feria Arco Madrid 2024, en España.
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