Rey Felipe VI y Reina Letizia

Rey Felipe VI y Reina Letizia

  • 2024
  • Díptico. Fotografía impresa con tintas de secado UV sobre lienzo de poliéster imprimado
  • 213,4 x 160 cm c/u
  • Edición 1/1
  • Cat. F_503
  • Encargo al autor en 2023
Por:
Yolanda Romero Gómez

Uno de los conjuntos más significativos que compone la Colección Banco de España es, sin duda, su galería de retratos oficiales. Dicha galería refleja de manera casi ininterrumpida la historia de la institución, desde la creación del Banco de San Carlos en 1782 hasta nuestros días. Este conjunto no se compone exclusivamente de efigies de personalidades involucradas en la gestión del establecimiento bancario (directores, gobernadores o ministros de hacienda), sino que en él también están representados los diferentes monarcas que han reinado a lo largo de la vida de la institución. En este sentido, constituye una de las mejores galerías que existen para estudiar la evolución del retrato oficial en España, desde los tiempos de la Ilustración. Además, hay que subrayar que en ella están incluidos muchos de los grandes retratistas que han trabajado en nuestro país, empezando por Francisco de Goya —autor de los seis primeros retratos encargados por el Banco de San Carlos—, continuando por Vicente López o, más recientemente, artistas como Isabel Quintanilla o Carmen Laffón. Es en este contexto donde hay que situar la realización de los retratos de los actuales reyes de España, don Felipe y doña Letizia.

En octubre de 2022 el Banco de España inició el proceso para el encargo[1] del retrato de los monarcas españoles que concluyó, casi un año después, con la selección de Annie Leibovitz para su realización. Sin duda, la incorporación de la fotógrafa norteamericana a la nómina de artistas que han conformado este conjunto patrimonial daba respuesta al deseo de renovación que el encargo pretendía. Uno de los elementos innovadores de esta propuesta era la sustitución del retrato pictórico —que había prevalecido en la galería desde sus orígenes— por el fotográfico. También era la primera vez que el encargo recaía en una artista de fuera de nuestras fronteras, abriendo para el futuro la posibilidad de una mayor internacionalización de nuestros fondos. Además, la elección de Leibovitz para esta tarea permitía fomentar y equilibrar la presencia de creadoras en esta sección de la colección.

Pero si bien el uso del medio fotográfico supone una novedad, Leibovitz ha sabido recoger en estas piezas la tradición, renovándola, del retrato institucional español. Encontramos en su composición alusiones al Velázquez retratista de corte, quien, como apunta John Berger, era capaz de capturar lo visible y fortuito desde un único punto de vista, logrando que el espectador se sienta partícipe de la escena, y anticipándose así a la fotografía. Para Berger esto explica que, cuando estamos con un retrato como Las meninas, tengamos la impresión de que podemos entrar en el cuadro. Este hecho es, sin duda, lo que primero nos impacta de las fotografías reales de Leibovitz, pues ha creado una escena donde quien mira asiste también al acontecimiento: la irrupción de la reina en el espacio real. Una sensación que se refuerza por el tamaño de las imágenes y por la propia escenografía envolvente de la localización elegida: el Salón de Gasparini del Palacio Real de Madrid.

La composición en díptico de este retrato real nos permite analizar la secuencia en dos partes: en la primera, el rey Felipe VI viste el uniforme de gala; lo rodean todos los elementos del retrato clásico: el espejo, la mesa, una soberbia araña, el reloj, una puerta abierta con cortinajes, aunque ya no sean los originales que estaban ricamente bordados. En la segunda, la reina Letizia entra en la cámara, inundada de luz natural, despojada de los atributos que señalarían su grandeza (la tiara real y la banda de Carlos III)[2], sin necesidad de recurrir a ningún elemento propio de los retratos de aparato, entre los que el rey posa con absoluta naturalidad. Se diría que ninguno de ellos es en absoluto necesario, resultarían accesorios, reiterativos, en ese proceso de entronización «fotográfica» que opera Leibovitz para proclamar su majestad. La artista ajusta su mirada y su cámara en un complejísimo equilibrio: aplicar el protocolo, pero minimizar el aparato, inspirándose en la tradición del retrato español en su edad de oro, de Velázquez a Goya. Es evidente que la fotógrafa sabe a quién está retratando y en qué momento de la historia, pero también desea que, en una sola mirada, lo sepa también el espectador. Es una combinación que consigue calibrar en dos imágenes contundentes pero próximas, regias pero humanas y, por encima de todo, artísticamente interesantes e históricamente relevantes.

 

 

[1] Con dicho propósito se convocó, en diversas ocasiones, a la Comisión Asesora del Banco, integrada por José Manuel Matilla, jefe de Conservación de Dibujos y Estampas del Museo Nacional del Prado; Teresa Velázquez, jefa del Área de Exposiciones del Museo Reina Sofía y Yolanda Romero, conservadora de la Colección Banco de España, a fin de establecer las condiciones que debería observar este nuevo encargo. Tras barajar diversas alternativas, se propuso para su realización a la artista Annie Leibovitz, elevándose esta propuesta por el director general de Servicios, Alejandro Álvarez, a la Comisión Ejecutiva del Banco de España, que procedió a su aprobación.

[2] Viste un vestido de tul de seda plisado y una capa de gala en seda rosa, ambos del diseñador Cristóbal Balenciaga (de la década de los 40 y 60, respectivamente), cedidos por la Fundación Antoni de Montpalau.

Yolanda Romero Gómez

 
Por:
Clara Derrac
Annie Leibovitz
Waterbury, Connecticut (EE.UU.) 1949

Con un prolífico trabajo lleno de matices, Annie Leibovitz se ha consolidado como una figura central en la fotografía contemporánea, así como una de las cronistas de la cultura popular más destacas de los siglos XX y XIX. Estudió Pintura en el Instituto de Arte de San Francisco antes de decantarse por la fotografía, disciplina en la que encontró su lenguaje distintivo. Desde sus primeros trabajos para la revista Rolling Stone en los años setenta, su obra ha producido algunas de las imágenes más reconocibles de la cultura visual contemporánea, instalándose en un lugar central del imaginario colectivo. Utilizando el retrato como medio predilecto, su práctica fotográfica desdibuja los límites entre lo popular y la alta cultura, el glamur y la vulnerabilidad, lo público y lo privado.

Aunque comenzara con una práctica muy directa, su fotografía pronto se volvió más elaborada y conceptual, adaptándose, además, del medio analógico al digital. Consciente de la naturaleza ambigua de la imagen fotográfica, Leibovitz estructura su proceso de trabajo en torno a un equilibrio entre la puesta en escena y la espontaneidad. Su fotografía opera de manera similar a la composición pictórica, donde cada detalle contribuye a un significado simbólico. Un rasgo esencial en su método es el control de los aspectos ambientales para explotarlos como elementos discursivos. No se trata aquí de una subordinación de lo natural a lo artificial, sino de una puesta en escena que reescribe la imagen pública del retratado para revelar su subjetividad. Esta teatralidad —heredera, en cierto modo, de la tradición barroca—, lejos de enaltecer las figuras que fotografía, a menudo expone la fragilidad que coexiste con la imagen de poder. Su mítica fotografía de John Lennon y Yoko Ono (1980) es paradigmática de esta dinámica: el cuerpo desnudo y fetal de Lennon, aferrado a Ono, vestida y firme, invierte los roles de poder y juega con la tensión entre lo íntimo y lo público. Su trabajo puede leerse así bajo el prisma de la posmodernidad, ya que recurre a la intertextualidad y a la apropiación de arquetipos y códigos culturales preexistentes, para subvertir categorías establecidas.

El proceso de creación de Leibovitz no debe entenderse únicamente como un acto técnico, sino como una aproximación conceptual a sus retratados. La fotógrafa a menudo se inserta en sus vidas, convive con ellos, estudia sus universos antes de pulsar el obturador. Este acercamiento revela una ética del trabajo que privilegia el proceso sobre el resultado final. El objetivo es capturar lo distintivo del sujeto fotografiado, el «núcleo» de su persona. Esta idea está presente en piezas tan diversas como su retrato de Whoopi Goldberg (1984), donde la imagen de la actriz en una bañera de leche alude a su presencia cómica, pero también a su identidad racial; o su serie Pilgrimage (2011), un proyecto que se detiene en lugares y objetos de la memoria cultural estadounidense. En esta línea, la faceta como fotógrafa documental de Leibovitz es tan significativa como la de retratista de celebridades: su cobertura del conflicto en Sarajevo en 1993 o sus fotos del despegue del helicóptero de Richard Nixon en 1974, el día de su renuncia, dan cuenta de ello.

A lo largo de su carrera, Leibovitz ha trabajado para medios como Vogue, Vanity Fair o el New York Times. Su obra ha sido objeto de exposiciones en todo el mundo, incluyendo retrospectivas en la Smithsonian National Portrait Gallery (Washington, D. C., 1991), el Brooklyn Museum (Nueva York, 2007) o la National Portrait Gallery (Londres, 2009), entre otros, y sus fotografías se encuentran en destacadas colecciones como la de Los Ángeles County Museum of Art (LACMA), la Smithsonian National Portrait Gallery (Washington, D. C.) y el Museum of Contemporary Art (MOCA), de Los Ángeles.

Clara Derrac

 
«La tiranía de Cronos», Banco de España (Madrid, 2024-2025).
VV. AA. La tiranía de Cronos, Madrid, Banco de España, 2024, p. 82, 83, 84, 85.