Si algo caracteriza la obra de Xavier Valls es lo que tiene de particular, considerando el contexto en que se desarrolla y el modo en que asimila las convulsiones sociales y artísticas que se dan durante el tiempo que lleva a cabo su producción artística. Influido por Manolo Hugué, Joaquim Sunyer y Josep Llorens i Artigas —especialmente en sus escenas presididas por árboles, fuentes y jardines— o Ràfols-Casamada y Maria Girona —en su estilo más arcaizante y de figuración más esquemática—, Valls es un artista a quien, pese a conocer a lo más granado de la escena artística parisina (Tristan Tzara, Alberto Giacometti, María Zambrano, Luis Fernández, Balthus, Fernand Léger), nada lo indujo a modificar los principios figurativos que lo mantuvieron al margen de todo y de casi todos.
Fruto de la influencia en la obra de Valls de Georges Seurat y Giorgio Morandi son estas tres acuarelas pintadas sobre papel a principios de la década de 1990. Se trata de tres composiciones marcadas por la construcción, el estatismo y la delicadeza de unos matices poéticos aplicados con suavidad y con el fin de mostrar una luz matizada y misteriosa al margen del arte de vanguardia; tres ejemplos de la iconografía propia de un artista interesado en la plasmación de atmósferas metafísicas y plácidas merced a la suavidad de una pincelada sutil y la palidez de un cromatismo armónico.
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