Ofrenda de frutas
- 1994
- Cibachrome sobre papel con soporte secundario de cartón pluma
- 93,5 x 68 cm
- Edición 1/2
- Cat. F_12
- Adquirida en 1995
La Colección Banco de España posee tres fotografías del artista vasco Alberto Peral (Santurce, Vizcaya, 1966), creador que apareció en la escena cultural española a principios de los años noventa. De fuerte impronta conceptual, Peral ha trabajado con todo tipo de disciplinas, desde el dibujo, la fotografía, la instalación, el vídeo o la escultura —quizás el medio en el que se siente más cómodo y cuyas producciones son más conocidas—. De hecho, el propio artista considera que las piezas realizadas con otros lenguajes remiten a la escultura; en una entrevista con Rodrigo Carreño afirmaba: «Yo soy escultor, pero no tanto en la idea de trabajar la materia, sino que mi cabeza está continuamente pensando en los elementos. Yo vengo de una tradición objetual de los años ochenta de representar físicamente las cosas. Cuando he hecho vídeo o fotografía siempre ha tenido que ver con esa experiencia previa tridimensional. Por eso siempre juego con la bidimensionalidad y la tridimensionalidad. He probado otros medios, pero siempre para experimentar y acabar volviendo no al objeto sino a lo tridimensional y a lo físico». Alberto Peral se vincula a la vanguardia clásica al partir de formas sencillas de carácter geométrico —son comunes los ovoides y las esferas, aunque también los conos—, dotadas de un tratamiento orgánico, cálido, que reclaman tanto la vista como el tacto. De esta manera, resuelve piezas que proyectan reminiscencias antropomórficas y que se asientan con una potente presencia en el ámbito de lo real, incluso si este se trasviste de la presunta neutralidad del cubo blanco.
En las tres fotografías de los fondos del Banco de España prima la ambigüedad (Ofrenda de frutas, 1994; Cerradura 1 y Cerradura 2, 1999), habiendo sido seleccionada por su iconografía la primera de ellas para esta muestra de tesis sobre el bodegón. Álvaro de los Ángeles conecta Ofrenda de frutas, en esta misma publicación con el bodegón de Vik Muniz, Canasta de frutas, también presente en la actual muestra por las influencias caravaggiescas que ambas mantienen; las dos piezas se sirven en distinta medida de la fotografía, pero también de las influencias clásicas y del poder simbólico de la imagen para, desde la experiencia vital contemporánea, hacer referencia a la naturaleza muerta barroca, género que contó con sugestivos ejemplos en la escena artística española del siglo XVII.
En este caso, la fruta —un racimo de uvas negras, peras y manzanas— se presenta como una ofrenda que entregan unas manos masculinas desnudas. Las referencias a los lenguajes barrocos respecto a la luz y a un tiempo en el que las cosas aparecen suspendidas, congeladas, están muy presentes. El sentido de la imagen resulta, no obstante, muy ambiguo. La fotografía está realizada sobre un fondo negro y el ser humano emerge con un fuerte claroscuro solo mostrándose unas manos y un paño de pureza blanco que cubre su vientre y su sexo; estos fragmentos corporales, junto a las frutas, cuyo sentido de ofrenda subraya el título de la fotografía, se iluminan de forma dramática, muy teatral. La poética y la belleza se utilizan como medios para generar la emoción en una imagen cuya iconografía nos parece reconocible, nos remite a un rito cuyo origen se remonta al principio de los tiempos, al momento primigenio de la cultura. La oscuridad conduce también al misterio de los antiguos espacios sacros, solo accesibles para iniciados, donde se producían misterios que conectaban lo contingente con el principio de todo.
En esta ofrenda no acaba de parecer clara la condición del donante: ¿abraza los frutos de la tierra, los protege o está en el proceso de apretarlos? El que se trate de parte de un cuerpo humano que carece de identidad, del que se nos ha robado el rostro, cosifica la figura generando un continuo con la naturaleza que sostiene. De forma sutil, tanto sujeto como frutos parecen ser entregados, ofrecidos.
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