Tras un período inmerso en las prácticas del arte conceptual, Ferran García Sevilla se embarca en la década de 1980 en el movimiento generalizado de revivificación de la pintura, de cuya mano el arte español entra en la posmodernidad. Pero si algo distingue su obra de la de sus contemporáneos es el hecho de mantener un amarre en las ideas: le interesan la antropología religiosa, la metafísica y las tradiciones místicas en diversas culturas —del tantra al sufismo—, de las que llegó a afirmar: «El principio de lo místico estaría en la frontera, en el reverso de la palabra, de todo aquello que no acepta descripciones por metafóricas que sean». Su obra penetra así en una profundidad de contenido que la aleja de la tentación tautológica y superficial de la «pintura por la pintura» y la mantiene en la dimensión utópica propia del conceptualismo, ensombrecido entonces por la transformación del sistema del arte en España. El artista lo expresó de este modo: «El arte sea cual sea su materialización externa, es una búsqueda de pureza, de perfección, de trabajo sobre la esencia de las cosas».
A lo largo de la citada década de 1980, su producción pasó por períodos e intereses intermitentes que provocan variaciones radicales en su pintura. La extraordinaria profusión del artista se muestra en las numerosas series que realizó en solo cuatro años, de 1985 a 1989, como Paraíso, Erase, Tot, Mona, Ruc, Cien, Tecla, Mosaicos y Bajorrelieves.
Nota 4 (1988) corresponde a este momento no figurativo en la que los objetos, animales o partes del cuerpo reconocibles quedan reducidos a unas leves formas abstractas flotando en un éter indefinido, lo cual condujo a la crítica a asimilar a este García Sevilla con el momento más despojado de la pintura de Joan Miró, con origen más remoto en el biomorfismo de Hans Arp. Más allá del arraigo que pueda encontrarse en la vanguardia histórica, es significativo este vuelco hacia lo abstracto en un autor que con frecuencia incorpora el lenguaje escrito al lienzo. En ese sentido, es toda una declaración de intenciones el hecho de que presentara estas piezas en 1989 sin más texto explicativo que un poema del persa Rumí, pionero del sufismo, cuyos versos son por completo elocuentes de ese abandono del lenguaje literal, antes muy presente en su pintura y en sus indagaciones conceptuales, así como del silenciamiento momentáneo de su pintura: «He rasgado el vestido del habla y he dejado ir las palabras / Tú que no estás desnudo, llevas una túnica, sigue durmiendo».
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