Moros en un paisaje montañoso

Moros en un paisaje montañoso

  • c. 1860
  • Gouache sobre papel
  • 56 x 43 cm
  • Cat. P_110
  • Adquirida en 1985
  • Observaciones: Al dorso consta una certificación manuscrita de Manuel Gómez Moreno: «Esta acuarela, o más bien aguazo (guach), puesto que está pintada con blanco, mide 56 x 43 cm. Y es obra de Eugenio Lucas, "el Viejo", no solamente segura, sino que ella, y su compañera, son las piezas más sobresalientes que conozco en su género, dentro de un Romanticismo efectista, con su entonación general dorada y su ilusión de paisaje y cabalgata fantásticos y fase la más original de Lucas, desentendiéndose de su inspiración en Goya / M. Gómez Moreno». Esta certificación de Gómez Moreno corresponde a una duda sobre la autoría de la obra. Xavier Salas ha sugerido que podría tratarse de una obra de Genaro Pérez Villaamil (1807-1857).
Por:
Javier Portús

Ambas obras llevaban al dorso una certificación en la que Manuel Gómez Moreno las atribuía a Eugenio Lucas Velázquez. A veces ha habido dudas sobre esta atribución y se han barajado otros nombres, como Genaro Pérez Villaamil y Francisco Lameyer, en cuya producción también abundan los paisajes situados en entornos fantásticos, con muchas rocas, que actúan como escenarios de carácter orientalista. En lo que nunca ha existido dudas es en la alta calidad de estas obras y en la destreza que demuestra su autor en el manejo de las masas y los colores.

Más recientemente, Enrique Arias Anglés ha vuelto a afirmar la autoría de Lucas, lo que, por otra parte, se confirma a la vista de algunas obras firmadas por este pintor, como Paisaje fluvial con puerto y figuras (Biblioteca Nacional, Madrid), rubricada y fechada en 1866, que contiene una roca cilíndrica muy parecida a la de Moros en un paisaje montañoso. Ese tipo de gran roca es casi una seña de identidad del paisaje romántico español, especialmente del de Eugenio Lucas. Se insinúa en alguna obra de Pérez Villaamil, como en Castillo roquero (Fundación Lázaro Galdiano, Madrid), pero abunda sobre todo en la obra de Eugenio Lucas, en la que es posible incluso asistir a su génesis. En su origen son castillos ruinosos que coronan una colina o se encuentran junto a un puerto de mar —por ejemplo, Pescadores al pie de un castillo—, pero con el tiempo se van transformando en formaciones geológicas. En el caso de la obra del Banco de España conserva cierto carácter híbrido entre ruina y roca, parecido al que se observa en el citado Paisaje fluvial con puerto y figuras.

Otra de las características que hermanan estas obras de Lucas con la de Pérez Villaamil es su técnica, que encuentra sus antecedentes en el llamado «método Cozens», que sistematizó el artista británico Alexander Cozens. Unas primeras manchas, dejadas más o menos al azar en la superficie pictórica, son el germen de volúmenes y masas que a su vez dan lugar a un paisaje fantástico en el que con frecuencia (por la propia dinámica creativa) los efectos atmosféricos ocupan un lugar destacado. En este caso, una vez creados los paisajes siguiendo este método, Lucas Velázquez los convierte en escenarios por donde transitan personajes concebidos básicamente en términos de masa.

A la hora de «animar» esos paisajes, el pintor recurre a uno de los repertorios que más impresionaban en el imaginario del Romanticismo: el mundo oriental, que en el caso español había sido uno de los temas preferidos por Pérez Villaamil. Aunque se ha especulado con la posibilidad de que Lucas Velázquez viajara a Marruecos en 1859, no hay ninguna prueba de ello. Lo que sí quedan son dos obras orientalistas firmadas ese año, una época en la que presumiblemente cultivó esta temática con cierta asiduidad. Eran temas que desde varios puntos de vista se ajustaban muy bien a ese método de trabajo: por una parte, gracias al interés de Lucas Velázquez por sacar provecho en sus paisajes a las amplias posibilidades de los ocres y amarillos, creaba escenarios rocosos y secos, adecuados para incluir en ellos escenas que remitían al mundo norteafricano; por otra parte, la idea de «caravana», estrechamente vinculada a ese mundo, tenía ventajas notables desde el punto de vista compositivo. Lo vemos, por ejemplo, en Caravana en un paisaje de tormenta. Antes de que el pintor llenara de figuras el paisaje, este resultaba un tanto informe, pues no se entendía la sucesión de planos espaciales, sobre todo en el primer término y al pie de la montaña. Con las masas de personajes conseguía dos cosas: por un lado, su distribución en el espacio permitía articular el terreno y crear una perspectiva; por otro lado, gracias a las diferencias de escala entre los personajes del primer término y los del fondo creaba la sensación de espacio y distancia en la composición. En la descripción de esas masas y personajes, Lucas Velázquez se revela como un maestro lleno de virtuosismo, que ha aprendido las posibilidades descriptivas de rápidos toques de pincel y para quien el concepto de «mancha» resulta fundamental.

Una función parecida poseen las masas en Moros en un paisaje montañoso, aunque aquí el escenario contiene un elemento de tanto valor estructural como la masa cilíndrica citada anteriormente. A sus pies, la pincelada de alto valor descriptivo de Lucas Velázquez permite apreciar jinetes sobre sus caballos, camellos o un campamento repleto de tiendas de campaña de diferentes colores. Todo ello, dotado de un sentido de la masa y movimiento que anima la escena.

Ambas obras, a partir de su unidad de técnica, formato y tema, presentan un cromatismo diferente. En Caravana en un paisaje de tormenta, el pintor explota el contraste entre las masas ocres que invaden todo el primer término y un paisaje al fondo que se resuelve a base de azules de tonos e intensidad diferentes: el azul profundo del mar y los azules más claros y a veces mezclados con grises del cielo, en el que una masa de nubes anuncia tormenta. En el cuadro compañero todo se solventa a base de marrones y amarillos, de lo que resulta una notable unidad tonal. En este caso, el fondo es un cielo encendido de atardecer, en el que las nubes aportan una nota dramática. A la hora de modelar el paisaje terrestre, Lucas se ha servido de negros y algunos toques de verde, que se suceden desde el ángulo inferior derecho hasta la zona superior izquierda y que ayudan a crear perspectiva y a enmarcar espacialmente la escena.

Javier Portús

 
Por:
Javier Portús
Eugenio Lucas Velázquez
Madrid 1817 - Madrid 1870

Apenas se conocen datos sobre su formación, aunque se sabe que estudió en la Academia de San Fernando, donde, según indicó él mismo, tuvo como maestro a José de Madrazo. Otro de los escenarios de su formación debió de ser el Museo del Prado, donde posiblemente estudió en profundidad las obras de Velázquez, a tenor del estilo y los temas que desarrollaría a lo largo de su carrera. También fue un artista muy receptivo hacia la producción de Goya. Su nombre ha ido siempre ligado al de este pintor, pues muchos de sus cuadros están parcialmente basados en sus pinturas o estampas, e incluso su técnica guarda muchas similitudes con la pincelada ágil y desatada de algunas obras goyescas. De hecho, durante mucho tiempo han pasado como de mano de Goya piezas que hoy en día los expertos no dudan en catalogar como de Lucas. Su pintura está caracterizada por un mayor interés por los efectos escenográficos y un deseo más acusado de subrayar el pintoresquismo de sus escenas, lo que lo convierte en uno de los más interesantes y originales representantes españoles del paisaje romántico. El diálogo tan estrecho que mantuvo con la obra de Goya, tanto desde un punto de vista técnico como temático, hace que sea considerado uno de los pintores en cuya producción se observa una mayor voluntad de reconocer una tradición nacional y de concebir su trabajo, en parte, como respuesta a esta. Al mismo tiempo, se interesó por lo que estaba ocurriendo fuera de España, y en su obra se advierte un gran conocimiento del paisajismo romántico inglés y de la obra de Delacroix.

A pesar de sus ideas políticas, por las que se alistó en 1843 en la Milicia Nacional, Lucas consiguió labrarse un destacado prestigio profesional, a lo que contribuyeron tanto la calidad de sus retratos como la extraordinaria variedad de géneros y temas que trató. Fue a la vez un prolífico e imaginativo paisajista, desarrolló un marcado interés por las escenas costumbristas o los episodios de carácter histórico y en muchas ocasiones sintetizó ambos repertorios, utilizando paisajes dramatizados y literaturizados como marcos idóneos para incluir en ellos temas de carácter exótico, histórico o pintoresco. Logró hacerse con una clientela muy receptiva al atractivo de unas escenas que describen paisajes misteriosos, costumbres populares, riesgos, dramas y pasiones, es decir, todos los ingredientes que nutrían la imaginación romántica.

Prueba del alto grado de aceptación de su pintura por parte de públicos con intereses distintos es el encargo para pintar el techo del Teatro Real en 1850, su nombramiento al año siguiente como pintor honorario de cámara o las buenas críticas que recibieron los dos cuadros que presentó en la Exposición Universal de París en 1855 por parte de Gauthier.

Javier Portús

 
«Pintura de paisaje del Romanticismo español», Banco Exterior (Madrid, 1985). «Obras Maestras de la Colección del Banco de España», Museo de Bellas Artes de Santander (Santander, 1993).
Enrique Arias Anglés Pinturas del paisaje del Romanticismo español, Madrid, Fundación Banco Exterior, 1985. Alfonso E. Pérez Sánchez y Julián Gállego Banco de España. Colección de pintura, Madrid, Banco de España, 1985. Alfonso E. Pérez Sánchez, Julián Gállego y María José Alonso Colección de pintura del Banco de España, Madrid, Banco de España, 1988. VV. AA. Pintura orientalista, Madrid, Fundación Banco Exterior, 1988. Francisco Calvo Serraller Obras maestras de la Colección Banco de España, Santander, Museo de Bellas Artes y Universidad Internacional Menéndez Pelayo, 1993. Enrique Arias Anglés Archivo Español de Arte, «Precisiones en torno al orientalismo de Lucas y Lameyer», Madrid, CSIC, 1998, nº 283. VV. AA. Colección Banco de España. Catálogo razonado, Madrid, Banco de España, 2019, vol. 1.