Eugenio Lucas Velázquez

Madrid 1817 - Madrid 1870

Por: Javier Portús

Apenas se conocen datos sobre su formación, aunque se sabe que estudió en la Academia de San Fernando, donde, según indicó él mismo, tuvo como maestro a José de Madrazo. Otro de los escenarios de su formación debió de ser el Museo del Prado, donde posiblemente estudió en profundidad las obras de Velázquez, a tenor del estilo y los temas que desarrollaría a lo largo de su carrera. También fue un artista muy receptivo hacia la producción de Goya. Su nombre ha ido siempre ligado al de este pintor, pues muchos de sus cuadros están parcialmente basados en sus pinturas o estampas, e incluso su técnica guarda muchas similitudes con la pincelada ágil y desatada de algunas obras goyescas. De hecho, durante mucho tiempo han pasado como de mano de Goya piezas que hoy en día los expertos no dudan en catalogar como de Lucas. Su pintura está caracterizada por un mayor interés por los efectos escenográficos y un deseo más acusado de subrayar el pintoresquismo de sus escenas, lo que lo convierte en uno de los más interesantes y originales representantes españoles del paisaje romántico. El diálogo tan estrecho que mantuvo con la obra de Goya, tanto desde un punto de vista técnico como temático, hace que sea considerado uno de los pintores en cuya producción se observa una mayor voluntad de reconocer una tradición nacional y de concebir su trabajo, en parte, como respuesta a esta. Al mismo tiempo, se interesó por lo que estaba ocurriendo fuera de España, y en su obra se advierte un gran conocimiento del paisajismo romántico inglés y de la obra de Delacroix.

A pesar de sus ideas políticas, por las que se alistó en 1843 en la Milicia Nacional, Lucas consiguió labrarse un destacado prestigio profesional, a lo que contribuyeron tanto la calidad de sus retratos como la extraordinaria variedad de géneros y temas que trató. Fue a la vez un prolífico e imaginativo paisajista, desarrolló un marcado interés por las escenas costumbristas o los episodios de carácter histórico y en muchas ocasiones sintetizó ambos repertorios, utilizando paisajes dramatizados y literaturizados como marcos idóneos para incluir en ellos temas de carácter exótico, histórico o pintoresco. Logró hacerse con una clientela muy receptiva al atractivo de unas escenas que describen paisajes misteriosos, costumbres populares, riesgos, dramas y pasiones, es decir, todos los ingredientes que nutrían la imaginación romántica.

Prueba del alto grado de aceptación de su pintura por parte de públicos con intereses distintos es el encargo para pintar el techo del Teatro Real en 1850, su nombramiento al año siguiente como pintor honorario de cámara o las buenas críticas que recibieron los dos cuadros que presentó en la Exposición Universal de París en 1855 por parte de Gauthier.