«El arte tiene que estar cerca de la vida y la vida es error, es una sucesión de luces y sombras [...]. El cuadro redondo te miente. Yo prefiero los imperfectos, los que dejan ver que se te ha ido la mano o que te tiembla el pulso». Estas son palabras pronunciadas en 2004 por Joaquín Pacheco, pintor figurativo que ha mantenido una trayectoria constante, cruzada con diversas generaciones —estuvo presente en la Bienal de Venecia en fecha tan temprana como 1958—, con referencias explícitas y débitos evidentes con el primer expresionismo alemán, con Francis Bacon o con Edward Hopper. Su vinculación con la vanguardia alemana de principios de siglo que rompió el molde del gusto burgués queda declarada desde su exposición junto al autodenominado «grupo expresionista» en 1962. Las obras que contiene la Colección Banco de España, correspondientes a su etapa tardía, de la década de 1980 en adelante, muestran una suerte de recolección de elementos descartados y recuperados de su carrera.
De cariz distinto, más vinculado a la fascinación del Madrid contemporáneo de los años ochenta, es Gran Vía (1987), representativo de una temática que gira en torno a la vida urbana, con escenas de las arterias principales en encuadres deudores de la pintura de Edward Hopper y que proporciona a los espacios metropolitanos una visión diferente a la de los fotógrafos de su generación (como Francesc Català-Roca y sus imágenes de la Gran Vía madrileña en plena posguerra). Bajo los perfiles rutilantes, entre déco y futuristas, del edificio Capitol (también conocido como edificio Carrió, construido entre 1931 y 1933 en la plaza de Callao), se manifiestan la asepsia, incomunicación y ausencia de individualidad de los personajes y automóviles que hacen la parte de autómatas congelados en un teatro de títeres, lo que muestra un interés por esa soledad urbana que contrasta con las imágenes de «lujo, calma y voluptuosidad» de sus obras de temática costera.
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