Isabel II

Isabel II

  • c. 1850
  • Óleo sobre lienzo
  • 143 x 100 cm
  • Cat. P_55
  • Adquirida por el Banco Español de San Fernando en 1850
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Federico realizó varios retratos de Isabel II. Debido al considerable número de copias que proliferaron de tres de ellos, debe entenderse que recibieron el uso de efigies oficiales en distintas sedes de organismos e instituciones públicas, así como en colecciones aristocráticas y burguesas que los emplearon como una muestra de adhesión al poder isabelino. Las dos primeras versiones del retrato oficial de la reina ideadas por Madrazo fueron pintadas a lo largo de la década de los años cuarenta, en 1844 y 1848 respectivamente, y representan a la soberana vestida con un imponente traje de seda blanca, como corresponde a las reinas católicas (Madrid, Museo de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando y Madrid, Museo del Prado); se han mencionado ya algunas de las principales réplicas y copias realizadas en tiempos isabelinos de ambas y, aunque gozaron de un eco notable, su difusión todavía rivalizó con los retratos de la soberana de otros artistas que a lo largo de esa década intentaron ganar el pulso a Madrazo. Sin embargo, la tercera versión de ese retrato (Roma, Embajada de España ante la Santa Sede) —que representa a Isabel II a la edad de veinte años vestida con un suntuoso traje de corte de raso de color azul adornado con cuatro volantes de encaje y plumas— fue el más espectacular de los retratos reales concebidos por Madrazo y el más eficaz en cuanto a la trasmisión de la imagen oficial de la reina. El número de obras conocidas asociadas a esta gran pintura supera con mucho el del resto de los retratos de Isabel II realizados durante su reinado. Así, ha de considerarse como su imagen más divulgada y de la que se conocen probablemente un mayor número de réplicas, copias y versiones. La reina, peinada en dos bandós sobre el rostro que se recogen en su nuca, porta una espectacular diadema de brillantes y perlas con forma de pera de la que está prendido un delicado velo de encaje. El escote, amplio y generoso, permite ver sus hombros y se adorna con un espléndido collar de perlas; sobre distintas vueltas del encaje plateado, decoran el vestido otras perlas, de gran tamaño, como la de ambas manillas de broche. Dos fíbulas en el hombro y en el pecho sujetan las bandas que luce la reina, que son las de la Orden de la reina María Luisa, conjuntada con otra más. Madrazo planeó cuidadosamente su posado, para conferirle la conveniente majestad a la imagen que estaba pintando, buscando para ello una gestualidad elegante y distante, tomada de los usos retratísticos de la dinastía de los Austrias.

La copia de tres cuartos que posee el Banco de España —tenida a veces, erróneamente, como un original— reproduce exactamente el que se conserva en la Embajada de España ante la Santa Sede, que es la cabeza de la serie, aunque se conoce una versión con algunas alternativas decorativas en el Museo Nacional de Bellas Artes de La Habana. La copia del Banco de España, en ese sentido, solo se permite la licencia de añadir en la mano derecha de la reina un guante o un pañuelo distinto al que lleva en el retrato de Roma, así como unas ligeras diferencias en la descripción de los paños, aquí más sintéticos. Como en el original, al fondo de la composición, tras la figura, puede distinguirse sobre un cojín la regalía real, compuesta por la corona y el cetro, aunque el copista ha simplificado también la decoración parietal del original de Madrazo, para aligerarla en este nuevo formato, limitándola a una orla decorativa que está impresa en el muro del fondo. Pese a que la obra ha sido considerada en ocasiones como un original de Madrazo por diversos autores, no cabe duda de que se trata de una copia de época de medida calidad. Dado que se viene identificando esta obra como una de las tres mencionadas en el inventario del Banco Español de San Fernando que se levantó el primero de enero de 1851, ha de estimarse como una de las más inmediatas copias ejecutada a partir del original de Madrazo, que no estuvo listo hasta avanzado el año anterior y que permaneció en Madrid, con la finalidad de que se sacaran copias, réplicas, reducciones y versiones, hasta 1852, año en que se envió a su destino.

Carlos González Navarro

En 1850 Federico de Madrazo realizó un retrato de Isabel II destinado a la embajada de España ante la Santa Sede. Se trata del último de los retratos que hizo el pintor a la reina, y el de mayor calidad y más ambición compositiva. Isabel tenía por entonces veinte años, y posó de pie, con un vistosísimo vestido azul, muy enjoyada, y en un entorno palaciego repleto de referencias a su rango: una gran columna en la parte izquierda, una mesa sobre la que apoyan cetro y corona sobre un cojín, y una escultura femenina que parece enmarcar la embocadura de una puerta. Llama la atención no tanto la presencia de estos elementos como su escala y el papel que juegan para crear una composición densa y monumental.

El cuadro se envió a Roma en 1852 y su autor cobró 20 000 reales por el mismo, una cifra considerable que da fe de la importancia del encargo. De hecho, esta obra sirvió como base para un elevado número de piezas. El propio autor reseñó, en la relación que hizo de sus propias obras, hasta seis versiones de este retrato, que se difundió también a través de copias realizadas por otros artistas, pues por su calidad y su puesta en escena se convirtió en una de las imágenes de la reina más apreciadas.

Entre esas obras derivativas figura la del Banco de España, que Julián Gállego consideraba autógrafa de Federico de Madrazo y, más recientemente, José Luis Díez clasifica entre las copias, lo que responde a su mayor debilidad de factura. Otra de las razones para esta última clasificación es que el Banco Español de San Fernando no figura entre los destinatarios de los retratos incluidos en la relación hecha por Madrazo.

Se trata de una adaptación del original, que ha sido sometido a un proceso de simplificación tanto desde el punto de vista compositivo como estilístico. La reina no está representada de cuerpo entero, sino de tres cuartos, y el complejo contexto que la rodea ha sido reducido a la mesa con el cojín encarnado sobre el que apoyan la corona y el cetro, cuya descripción, por lo demás, no está guiada por la voluntad de precisión y por el alarde detallista del cuadro de Roma. Pero a cambio de esa reducción general de elementos, en la pintura del Banco de España se advierte el escudo de la reina en la parte frontal del tapete que cubre la mesa.

Muchos de los elementos que distinguen al cuadro del Banco respecto del de la embajada se encuentran también en un retrato de la reina firmado por Madrazo en 1849 (Museo del Romanticismo, Madrid). Es también de tres cuartos y el fondo está simplificado, aunque se mantiene la referencia a la columna. La principal diferencia es que en el retrato del Museo del Romanticismo la reina apoya su mano izquierda sobre la mesa y no sostiene un guante con la derecha, mientras que en los otros dos retratos dobla el brazo izquierdo y mantiene la mano a la altura del vientre.

La obra del Banco de España parece una síntesis de ambos desde el punto de vista compositivo, aunque denota un interés menor por la precisión descriptiva. Se aprecia, por ejemplo, en la indefinición de la pieza que tiene en la muñeca izquierda, en los objetos sobre la mesa o en el motivo decorativo de la pared del fondo: una cenefa dorada cuya función y forma quedan un poco desdibujadas, mientras que en el cuadro de 1849 adquiere la precisión típica de un pintor tan amigo de la exactitud como Federico de Madrazo.

Probablemente se trata, como señaló Gállego, de uno de los retratos de la reina que figuran en un inventario del Banco Español de San Fernando realizado el 1 de enero de 1851.

Javier Portús

 
Por:
Javier Portús
Federico de Madrazo y Kuntz
Roma 1815 - Madrid 1894

Fue uno de los miembros más activos e importantes de la familia y controló el panorama artístico madrileño durante casi todo el siglo XIX. A la misma pertenecieron importantes pintores como José, Ricardo o Raimundo, el historiador Pedro e, incluso por vía política, Mariano Fortuny. Su formación temprana tuvo como escenario Madrid, y más concretamente el taller de su padre José y la Academia de Bellas Artes, de la que llegó a ser académico de mérito antes de cumplir veinte años. En esa época realizó algunos cuadros para la casa real, cuya calidad le granjeó el título de pintor supernumerario de cámara en 1833, año en el que pasó unos meses en París trabajando en el taller de Ingres. Hombre de acusadas inquietudes intelectuales, a su vuelta a Madrid aglutinó a un grupo de amigos con aspiraciones comunes, entre los que figuraban Valentín de Carderera o Eugenio de Ochoa, y fundaron en 1835 la revista El Artista, una de las publicaciones emblemáticas del Romanticismo español.

Entre 1837 y 1842 su vida transcurrió en París y Roma, donde asentó las bases de un prestigio internacional que le acompañó hasta su muerte y completó su formación al amparo de Jean-Auguste Dominique Ingres y Johann Friedrich Overbeck, que se convirtieron en los principales puntos de referencia de su estilo; el primero por la elegancia y hábil composición de sus retratos, y el segundo por el tratamiento del color y de las masas, especialmente en lo que se refiere a las composiciones de carácter religioso.

Tras la experiencia romana regresó a Madrid en 1842 con la intención de dedicarse a la realización de grandes cuadros de tema histórico o religioso, a través de los cuales pudiera mostrar sus grandes dotes técnicas y su preparación intelectual. Pero el mercado para este tipo de obras ya estaba copado y tuvo que dedicarse fundamentalmente al retrato. Su extraordinaria habilidad técnica, su enorme capacidad de trabajo, su elegancia y su inteligencia para embellecer la realidad física de sus modelos sin necesidad de alterar sustancialmente la realidad lo convirtieron en el retratista más solicitado por la alta sociedad madrileña y en uno de los mejores cultivadores del género que ha habido en España en ese siglo. Por lo mismo, su obra es un documento excepcional para conocer no solo las efigies de los principales miembros del mundo de la política, las artes o la economía del país, sino también sus ideales y aspiraciones, que se reflejan tanto en el estilo de las obras como en su puesta en escena o en los elementos de ajuar e indumentaria.

A partir de 1842 vivió fundamentalmente en Madrid, aunque realizó numerosos viajes al extranjero, llegando a residir durante dos años (1878-1880) en París. Esa parte de su vida está jalonada por los éxitos artísticos y el reconocimiento oficial, que lo llevó a ocupar importantes cargos en las instituciones culturales de la corte. Así, en 1843 fue nombrado director de pintura de la Academia de San Fernando; en 1857 la reina Isabel II lo nombró primer pintor de cámara; y entre 1860 y 1868 y 1881 y 1894 fue director del Museo del Prado.

Javier Portús

 
Por:
Paloma Gómez Pastor
Isabel II (Madrid 1830 - París 1904)
Reina de España 1833 - 1868

María Isabel Luisa de Borbón y Borbón, fue la hija primogénita de Fernando VII y de su cuarta esposa, María Cristina de Borbón Dos Sicilias. Su nacimiento fue muy deseado, al no haber logrado su padre descendencia de sus tres matrimonios anteriores, pero dividió a España en dos bandos, pues a los dos días de morir Fernando VII, el 29 de septiembre de 1833, estalló la Primera Guerra Carlista. Su tío, Carlos María Isidro, no la reconocía como reina legítima, a pesar de que en marzo de 1830, Fernando VII derogó el Auto Acordado de Felipe V y restableció la tradición de la monarquía española por la cual las mujeres podían reinar. Isabel fue jurada princesa de Asturias el 20 de junio de 1833 y proclamada Reina el 24 de octubre del mismo año. Reina desde los tres años, durante su minoría de edad (1833-1843) actuaron como regentes, primero su madre, la reina María Cristina, y después el general Espartero.

La regencia de María Cristina duró desde 1833 hasta 1840. Durante esta regencia se otorgó el Estatuto Real de 1834, de carácter moderado, y la Constitución de 1837, de carácter progresista. La Reina María Cristina tuvo que renunciar a la regencia en 1840 y partir al exilio en Francia. Las Cortes nombraron Regente único al general Espartero, y eligieron a Agustín de Argüelles como tutor de Isabel y Luisa Fernanda, quien a su vez nombró aya a la condesa de Espoz y Mina.

En 1843, tras la caída de Espartero, las Cortes decidieron declarar mayor de edad a Isabel II que acababa de cumplir los trece años. El reinado de Isabel II se caracterizó por la inestabilidad política marcada por las sublevaciones, los pronunciamientos militares y los numerosos gobiernos, al mismo tiempo que comenzaba la modernización de España.

El primer Gobierno de la reina Isabel II lo presidió Salustiano Olózaga, jefe del Partido Progresista, sustituido por el gobierno moderado de Luis González Bravo. El 3 de mayo de 1844 comenzó a gobernar el General Narváez, iniciándose un periodo de diez años de gobiernos moderados, la llamada Década Moderada (1844-1854). Narváez presidió cuatro gobiernos, siempre detrás del partido moderado, del que fue jefe y valedor durante el periodo 1843 a 1868. Además de ser el hombre fuerte de dicha década, fue el auténtico protagonista del reinado de Isabel.

Los Gobiernos de Francia e Inglaterra intervinieron activamente en los matrimonios de Isabel II y su hermana Luisa Fernanda, ante el temor de que el regio matrimonio diese a una potencia supremacía sobre la otra. Ambas potencias llegaron a un acuerdo, Isabel no podía casarse más que con un descendiente de Felipe V. El infante Francisco de Asís fue elegido por exclusión; quizá no fuese el esposo más adecuado para Isabel II, joven extrovertida y vital, a quien no le entusiasmaba la idea de casarse con un primo del que no le atraía ni su aspecto físico ni su carácter taciturno. El 10 de octubre de 1846, con dieciséis años, contrajo matrimonio en el Palacio Real de Madrid. Simultáneamente se celebró la boda de la infanta Luisa Fernanda con Antonio de Orleans, duque de Montpensier, noveno hijo del rey Luis Felipe de Austria.

El proyecto de reforma de la Constitución de 1845 dio lugar a la caída de Bravo Murillo y puso de manifiesto el declive del partido moderado; sus sucesores representaron la reacción más extrema del partido moderado, contribuyendo a la formación de un frente revolucionario que puso fin a la Década Moderada y originó la Revolución de 1854. De todas las consecuencias que tuvo esta revolución, la más grave fue el desprestigio de la reina.

Ante la gravedad de la situación, la reina llamó a Espartero, quien gobernó durante dos años, el Bienio Progresista (1854-1856), en el que O’Donnell ocupó la cartera de Guerra. Tras un paréntesis de dos años de Gobiernos moderados (1856-1858), llegó el segundo de O’Donnell, el llamado Gobierno largo o Quinquenio Progresista (1858-1863), fueron cinco años de paz, estabilidad política y económica, en los que destacó el gran desarrollo del trazado y puesta en explotación de vías férreas que además de facilitar las comunicaciones, contribuyó a dar mayor entidad urbana a las ciudades españolas.

El Quinquenio terminó con la crisis provocada por la decisión de O’Donnell de hacer un reajuste ministerial, que dio lugar al abandono de Prim del partido unionista y su incorporación al progresista. A la crisis se sumó el enfrentamiento de la reina y su jefe de Gobierno que se consumó al negarse ésta a firmar el decreto de disolución de las Cortes, solicitado por el jefe de gobierno para abordar la reforma constitucional. Con la caída de O’Donnell comenzó el ocaso de su reinado.

Los Gobiernos presididos sucesivamente por el marqués de Miraflores, Arrazola y Mon, dieron paso de nuevo al Gobierno de Narváez (16 de septiembre de 1864) que fue destituido en 1865 después de las graves protestas estudiantiles reprimidas violentamente la Noche de San Daniel. La salida de Narváez fue seguida por el último Gobierno de O’Donnell (1865 a 1866), que tuvo que enfrentarse a la conspiración ya imparable de los progresistas, que habían decido avanzar por el camino de la Revolución.

En 1866 estallaron sucesivos pronunciamientos encabezados por Prim; el que se produjo en Madrid en el cuartel de Artillería de San Gil, degeneró en una batalla urbana, seguida de una represión muy dura que erosionó la tradicional generosidad de la reina y el talante liberal del duque de Tetuán. La reina le sustituyó por Narváez, y O’Donnell se exiló voluntariamente a Biarritz (Francia). Isabel II perdía a uno de los hombres más leales y valiosos de su reinado. Narváez presidió el que sería su último Gobierno, desde julio de 1866 a abril de 1868, cuando suspendió las Cortes y las garantías constitucionales.

La réplica de los progresistas no se hizo esperar, en agosto de 1866 firmaron el Pacto de Ostende en el que se comprometían a hacer un solo frente para derrocar al régimen y a la dinastía, creando un centro revolucionario permanente en Bruselas. A la muerte de O’Donnell en 1867, la Unión Liberal se unió al Pacto. Cuando en 1868, murió Narváez, la reina se quedó sin apoyos. Nombró presidente del Gobierno a González Bravo cuya forma dictatorial de gobernar precipitó el destronamiento de Isabel II.

Acaudillaron la Revolución los generales Serrano y Prim junto con el almirante Topete. Llegaron a Cádiz y Gibraltar el 17 y 19 de septiembre de 1868. El 30 de septiembre Isabel II, desde San Sebastián, cruzó la frontera con Francia, iba a cumplir treinta y ocho años. La Revolución Gloriosa terminó con su reinado.

En el destierro se instaló en principio en el castillo de Pau, cedido por Napoleón III. Pasados los primeros meses se separó definitivamente y por acuerdo, del rey consorte. Isabel II se trasladó a París, estableciendo su residencia definitiva en el palacio Basilewsky, al que dio el nombre de palacio de Castilla. Allí el 25 de junio de 1870 abdicó en su hijo Alfonso XII, y encomendó a Cánovas la jefatura del movimiento Alfonsino. Murió el 9 de abril de 1904 de una gripe que desembocó en neumonía. El Gobierno francés le rindió honores de jefe de Estado a quien durante treinta y cinco años había sido reina de España, y durante treinta y seis había residido en París. Con toda solemnidad el féretro de la Reina fue conducido a la estación de ferrocarril de Orsay desde donde partió hacia a España para darle sepultura en el Panteón de Reyes del monasterio de El Escorial.

A pesar de la inestabilidad política de este periodo, los treinta y cinco años del reinado de Isabel II hasta su destronamiento en 1868, supusieron la modernización de España. La población experimentó un notable crecimiento, 15 500 000 en el primer censo oficial de 1857. En 1848 comenzó el trazado de la red de ferrocarriles; en 1855 se pusieron en explotación 5400 kilómetros de red ferroviaria.

En 1845 comenzó una importante reforma de la Hacienda en la que participó Ramón de Santillán, y que aplicó Alejandro Mon. En 1856 se creó el Banco de España de la fusión del Banco de San Fernando con el de Isabel II. La aplicación de las leyes bancarias dio paso a la fundación de bancos de emisión y sociedades de crédito.

La desamortización impulsó la ampliación del terreno cultivado. La industria textil, del algodón y lanera, logró un acelerado proceso de expansión y concentración, principalmente a partir de 1842 en que se importó maquinaria inglesa. La minería comenzó a ser explotada a gran escala en la segunda mitad del siglo XIX. La construcción de obras públicas destacó especialmente en el gobierno de Bravo Murillo, así como en el de O’Donnell. Se construyeron más de 7000 kilómetros de carreteras y se promovió el sistema de riegos y el de abastecimiento de agua a los núcleos urbanos por medio de canales como el de Isabel II, el de Tauste, el Imperial o el de Castilla. También se creó el sello de correos y la red de telégrafos en 1854. El alumbrado de gas entró en funcionamiento en 1841 y los primeros ensayos de alumbrado eléctrico se produjeron en Barcelona en 1852.

A mediados del siglo XIX comenzó la fotografía en España. Trabajaron al servicio de la Corte Charles Clifford y Jean Laurent. También se produjo un importante desarrollo cultural: se promulgó la primera Ley de Instrucción Pública de Claudio Moyano, y se fundó la Academia de Ciencias Morales y Políticas. Isabel II donó al Museo del Prado, por Ley de 12 de mayo de 1865, sus colecciones privadas que constituyen el repertorio de obras más importantes que hoy posee el Museo. Así mismo, en 1836, la Biblioteca Real dejó de ser propiedad de la Corona y pasó a depender del Ministerio de la Gobernación, recibiendo el nombre de Biblioteca Nacional. Durante su reinado, ingresaron por compra, donativo o incautación, la mayoría de los libros más antiguos que posee actualmente la Biblioteca. El 21 de abril de 1866, la Reina puso la primera piedra del edificio en el que hoy se alberga la Biblioteca Nacional, construido por Francisco Jareño. Durante su reinado y favorecido por su afición al bel canto, se inauguró en Madrid el Teatro Real, el 19 de noviembre de 1850, con La favorita de Donizetti, y renació el género de la zarzuela.

Isabel II tuvo diez hijos, de los que sobrevivieron cinco: Isabel, muy popular en Madrid donde era llamada cariñosamente la Chata; Alfonso, el futuro Alfonso XII; Pilar; Paz y Eulalia.

Extracto de T. ORTÚZAR CASTAÑER, Diccionario biográfico español, Real Academia de la Historia, 2009-2013.

Paloma Gómez Pastor

 
«El Banco de España. Dos siglos de historia (1782-1982)», Banco de España (Madrid, 1982). «Sagasta y el liberalismo progresista en España», Sala Amós Salvador (Logroño, 2002-2003). «Liberalismo y romanticismo en tiempos de Isabel II», Museo Arqueológico Nacional (Madrid, 2004). «De Goya a nuestros días. Miradas a la Colección Banco de España», Musée Mohammed VI d'Art Moderne et Contemporain (Rabat, 2017-2018). «2328 reales de vellón. Goya y los orígenes de la Colección Banco de España», Banco de España (Madrid, 2021-2022).
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