Colección
En la pintura de naturalezas muertas resultó muy común durante el Barroco la organización de parejas o grupos seriados, en muchos casos con una pura intención decorativa. En el catálogo de Juan de Arellano abundan tales conjuntos a lo largo de toda su producción, ya fueran floreros, cestos o guirnaldas. Consumado especialista de un género en auge, el Madrid de Felipe IV y Carlos II, parte de su éxito se debió a su capacidad para idear unos prototipos compositivos y un repertorio floral que, sabiamente combinados, permitían numerosas variantes. Además, el uso de telas con medidas estandarizadas facilitaba la creación de dichos conjuntos.
La pareja de floreros de la Colección Banco de España viene siendo reconocida como prototípica de esa fórmula, ya en una etapa de plena madurez. En sus primeros floreros conocidos solía recurrir a piezas de orfebrería para sustentar los ramos. Pero conforme avanzó la década de 1660 optó por modelos de vidrio cada vez más sencillos, que no restaban protagonismo al alarde colorista que desplegaba en las flores, verdaderas protagonistas de estas composiciones. Para subrayar la conexión entre los floreros, acostumbraba a repetir el mismo tipo de jarrón, aunque variara la colocación o especies utilizadas. En este caso, la variación radica en la forma de los recipientes de vidrio, pues solo uno de ellos presenta un pie y ambos ofrecen una selección botánica muy semejante. Se estructuran por igual, con un lirio azul en el ápice rodeado de claveles y tulipanes rojos. De hecho, en uno y otro se repiten prácticamente en la misma ubicación algunas flores, como las campanulas azules o bella de día superpuestas al cuerpo de los jarros; el tulipán con la corola gacha a la derecha; o la rosa en el centro. Entre ambos se reparte el habitual catálogo floral en Arellano, junto con las especies ya citadas: narcisos amarillos, anémonas, rosas de distinta coloración y peonías.
Se trata, por tanto, de modelos ya depurados, en los que se desarrolla una estrategia bien aprendida para dar un efecto casual a ramos con un idéntico patrón cromático, ya que los colores más claros (blanco, rosa y amarillo) se colocan en el centro y los más intensos hacia los extremos (rojo, azul y morado). La morfología diversa característica de cada especie es captada con vivacidad, desde los tallos sumergidos entre los reflejos del cristal, hasta su despegue en todas direcciones hasta casi tocar los bordes del lienzo. Si bien hay una descripción suficiente de cada planta para ser reconocidas, esta no solo está basada en la copia del natural, pues se advierte también el conocimiento de otros pintores. Arellano se enmarca en una renovación de esta temática en Europa, en la que sigue los pasos de Jan Brueghel, Daniel Seghers y, especialmente, Mario Nuzzi.
El ejemplar firmado sigue con literalidad un trabajo previo del pintor, un Florero de cristal firmado en 1668, que ingresó en 2006 en el Museo Nacional del Prado (P007921). El lienzo de la Colección Banco de España solo prescinde del aspecto desgastado de la base de piedra del cuadro del Prado, para utilizar la misma superficie en los dos floreros. Mientras que el segundo, carente de firma como resulta habitual en estos grupos, supone una variante muy cercana. Dada la estrecha cercanía técnica y compositiva, se deben de datar en fechas muy próximas.
Aunque resulta patente el afán ornamental de estas obras, ha habido autores que han interpretado los pétalos caídos del tulipán jaspeado de rojo y blanco de la derecha, en el segundo de los cuadros, como una reflexión sobre la caducidad de la vida. Siendo innegable la presencia de lo simbólico en la estética barroca, también se puede explicar como recurso para acentuar el sentido realista de la representación.
Se trata de dos obras características del estilo más conocido del gran pintor madrileño Juan de Arellano, a pesar de que la firma haya sido rehecha en el curso de alguna de las restauraciones a las que se has sometido a ambas piezas. Seguramente fueron concebidas como pareja; la identidad de dimensiones y el hecho de hallarse firmado solo uno de los cuadros así parecen afirmarlo.
La delicada transparencia de los vasos de cristal y el ligero tono de las flores libremente colocadas, como sacudidas por el aire en una disposición suelta y ocasional, corresponde a una fase avanzada de su producción, en torno a las décadas de 1660 o 1670.
Las flores representadas son las características de Arellano: tulipanes, narcisos, campánulas, clavelinas, anémonas gigantes y, por supuesto, rosas. El hecho de que en uno de ellos se adviertan unos pétalos de tulipán caídos, y, en ambos, buena parte de las flores se muestren muy abiertas, a punto de deshojarse, cumplido ya su instante de esplendor, presta a estos floreros — como era habitual en el siglo XVII español— un sutil toque de advertencia moral ante la fragilidad de la vida y el carácter efímero de la belleza, que las convierte casi en vanitas desprovistas del carácter macabro usual, pero igualmente admonitorias.
Comentario actualizado por Carlos Martín
Más obras de Juan de Arellano