Colección
El lienzo está firmado durante el último año de la vida del modelo, que aparece de busto, luciendo casaca con bordados de oro y ostentando la banda blanquiazul de la orden de Carlos III, cuya cruz muestra en el pecho. Bajo ella, aparece la cruz laureada de San Fernando, que fue creada a iniciativa del monarca. Del cuello cuelga el Toisón de Oro, todo lo cual compone una imagen de carácter oficial del monarca.
El retrato, que ingresó en las colecciones del Banco en 1972, tiene como pareja una efigie similar de María Cristina de Borbón, que era la reina en aquel momento. Existen varias obras cercanas a esta pareja de retratos desde el punto de vista de su iconografía, su estilo y su función. Unos años antes, hacia 1825, Luis de la Cruz realizó otra de dimensiones ligeramente menores (67 x 52 cm) en la que se representa respectivamente al rey y su mujer de entonces, María Josefa Amalia de Sajonia (Museo del Prado, Madrid). Es interesante comparar las efigies del rey, que se resuelven de manera muy parecida, variando únicamente el hecho de que en el caso del cuadro del Banco se muestre la cruz de San Fernando y en que los motivos decorativos de los collares de los que pende el toisón son distintos. Cambia también tenuemente el rostro. Luis de la Cruz ha querido acentuar la mayor edad del rey en el cuadro del Banco, ensanchando ligeramente su cara. Pero, al mismo tiempo, es interesante comparar estos rostros con los que aparecen en retratos del monarca de esos mismos años, especialmente de Vicente López, como el de 1832 que pertenece a la Colección Banco de España. La comparación muestra una mayor fidelidad por parte de López a lo que debían de ser las huellas del paso del tiempo en el rostro del rey, que tiene una expresión adecuada a los cerca de cincuenta años que tenía entonces. Luis de la Cruz, por el contrario, actuó como retratista «lisonjero» y disimuló esas huellas, creando una epidermis suave y sin apenas accidentes, con un ligero matiz aporcelanado. En ese gusto por las superficies limpias, las epidermis tersas y la plasmación minuciosa de todos los detalles (por ejemplo, la forma como se describe el cabello), el pintor está proyectando en el lienzo sus dotes y métodos como miniaturista.
El cuadro compañero, María Cristina de Borbón, tiene como punto de referencia un retrato de la reina (Museo del Prado, Madrid) de algo más de medio cuerpo, en el que aparece con un peinado similar y ostentando igualmente la cruz y banda de la orden austríaca de San Esteban y la banda de la orden de María Luisa.
La biografía de Fernando VII (1784-1833) está ligada a un momento clave de la historia de España, pues la efímera primera parte de su reinado (1808) terminó con la llegada al trono de José I, a lo que siguió la crisis bélica de la Guerra de la Independencia. Su vuelta al trono en 1814 inauguró un período de fuerte involución política, y a su muerte se creó un importante problema sucesorio ante la negativa de una parte de la sociedad a reconocer los derechos al trono de su hija Isabel II. Durante su reinado se fundó el Museo del Prado, con obras procedentes de las Colecciones Reales. En 1829 se creó el Banco de San Fernando, que sustituyó al Banco de San Carlos.
Rey de España 1814 - 1833
Fue el noveno hijo de Carlos IV y María Luisa de Parma. La muerte prematura de sus hermanos, los gemelos Carlos y Felipe, posibilitó que sucediera a su padre en el trono. En 1789 fue jurado príncipe de Asturias en San Jerónimo el Real. La educación del príncipe distó de ser excelente pero no fue un ignorante ni menospreció la cultura. En su juventud se aficionó a la química y a las ciencias experimentales en el laboratorio puesto a su disposición, dirigido por el científico Gutiérrez Bueno. Se preocupó de incrementar su biblioteca, y adquirió un conocimiento suficiente de francés como para traducir textos de esa lengua. Tuvo interés por conocer en persona el estado económico de su reino, que plasmó en sus diarios de viajes; y se interesó por las artes, continuando con ello la tradición de su padre (durante su reinado se creó el Museo del Prado y el Conservatorio de Música de Madrid).
Sin embargo, la imagen transmitida por sus contemporáneos es la de un hombre vulgar, sin grandeza. Quienes lo trataron lo han presentado como una persona de carácter débil, influenciable, hipócrita, desconfiado, tímido, cobarde, e incapaz de sentir afecto hacia los demás. Fue un hombre muy consciente de su elevada condición, preocupado por su imagen pública, además de terco y autoritario. Mesonero Romanos dijo de él que no careció de sagacidad interesada y traviesa para servirse de los hombres de la más diversa condición.
Su papel en la corte fue insignificante hasta su matrimonio con María Antonia de Nápoles en 1802. Influido por su esposa comenzó a interesarse por la política; todo lo hizo mediante intrigas, con el auxilio de un grupo de aristócratas y el canónigo Escóiquiz, grupo que podríamos denominar «facción» o «partido fernandino». El móvil principal fue impedir que Godoy obstaculizara su acceso al trono, poner fin a al reformismo de raíz ilustrada de los últimos años del reinado de Carlos IV, incrementar el peso de la aristocracia en el gobierno, y satisfacer las aspiraciones del clero.
Aprovechando las serias dificultades económicas por las que pasaba España a principios del siglo XIX y la fuerte presión diplomática de Napoleón que, amparado en el Tratado de 1796, comprometió a Carlos IV en la guerra contra Inglaterra, su facción lanzó una ofensiva contra Godoy, basada en una campaña propagandística costeada por el propio Fernando, que alcanzó a los soberanos y especialmente a la reina, cuya depravación sexual tenía por responsable de todas las desgracias del reino.
En 1807 los fernandinos dieron un paso al frente en su plan para acabar con Godoy y obtener al mismo tiempo el apoyo de Napoleón. Carlos IV fue alertado y ordenó el registro del cuarto del príncipe de Asturias. Se hallaron papeles que pusieron al descubierto la trama. Se abrió un proceso judicial, la «Causa de El Escorial», el príncipe confesó, y terminó con el perdón de Carlos IV a su hijo. Mal informada sobre lo que pasó, la población juzgó inverosímil la participación del príncipe de Asturias en una operación contra el rey, y todo lo redujo a una maniobra de Godoy para denigrar al «príncipe inocente». El fracaso de la conspiración se tornó de inmediato en un éxito del príncipe de Asturias.
Tras los sucesos de El Escorial, la posición de los fernandinos era inmejorable ante la opinión pública. Aprovecharon la ocasión que les brindaba el intento de trasladar la corte al sur de la Península, en previsión de acciones inesperadas de las tropas francesas que estaban entrando en España, para organizar el suceso conocido como el “Motín de Aranjuez”. El motín derrocó a Godoy y terminó con la abdicación de Carlos IV. Napoleón se presentó como árbitro pero con el fin de anexionarse el reino, e hizo acudir a Bayona a todos los miembros de la familia real. Obligó a Fernando VII a devolver la corona a Carlos IV, y a éste a abdicar en su persona. Napoleón consiguió la corona española con suma facilidad.
Fernando VII permaneció en Valençay desde mayo de 1808 hasta marzo de 1814 cuando termina la guerra de la Independencia. La conducta de Fernando durante este periodo fue de sumisión a Napoleón, y nada hizo por contactar con los españoles que luchaban en su nombre. En 1813 se produjo un giro inesperado. Napoleón tuvo necesidad de finalizar la guerra en España para disponer de sus tropas y negoció un tratado con Fernando VII. Para forzar a Fernando VII a asumirlo le prometió que le facilitaría su vuelta a España como monarca absoluto. El tratado de Valençay no fue ratificado por la regencia constitucional, el poder ejecutivo legalmente establecido en España, que no obstante autorizó el regreso de Fernando VII. Su regreso significó la victoria sobre Napoleón, volvía muy fortalecido: rey «legítimo» frente al «intruso» José Bonaparte; y sobre todo era el «príncipe inocente» que, sin ser responsable de los males de la patria, se había inmolado por ella sometido a un duro cautiverio.
Durante la ausencia del rey, las Cortes de Cádiz habían resuelto la crisis de la monarquía tradicional española mediante su transformación en monarquía constitucional, mediante la Constitución de 1812. Fernando VII y su entorno no aceptaron esta solución. La promesa que le hizo Napoleón en Valençay y la manifiesta antipatía del duque de Wellington —el hombre con mayor poder militar en España en ese momento— hacia la obra de las Cortes de Cádiz, le facilitaron el camino para derogar la Constitución, declarar nulas las decisiones de las Cortes y restaurar la monarquía absoluta, en 1814.
Fernando VII nunca acató la Constitución de 1812, ni aceptó un sistema representativo, cualquiera que fuera su carácter. No obstante, tras el pronunciamiento de Riego se vio obligado a acatarla, aunque inmediatamente alentó todo tipo de operaciones en su contra. La sensación de inseguridad personal, mezclada con un odio visceral a los liberales y al constitucionalismo, caracterizó el resto de su reinado. En 1823 volvió a derogar la Constitución, esta vez con la decisiva intervención militar de un ejército extranjero, los «Cien Mil Hijos de San Luis», acordada por las potencias europeas el año anterior en el Congreso de Verona.
Si bien no cabe hablar de victoria completa de los absolutistas en 1814 y en 1823, dio la impresión de que retornaba la monarquía absoluta tradicional, encarnada en un monarca dotado de plenos poderes, solamente limitados por la doctrina católica y las leyes tradicionales garantes de los privilegios de personas y territorios. El sistema político creado por Fernando VII se caracterizó por el ejercicio personal del poder regio, un acusado espíritu contrarrevolucionario, y la práctica sistemática de una dura política represiva.
Para salvar la vida o evitar la cárcel los liberales que pudieron se exilaron mayoritariamente a Francia e Inglaterra. El exilio político y los intentos de los liberales por levantar a la población española contra el absolutismo —que fracasaron—, constituirían los rasgos definitorios del reinado de este monarca. Otros no menos relevantes fueron la pérdida de América, salvo Cuba y Puerto Rico, y el retroceso internacional de España.
En 1826, acorralado por la doble oposición de liberales y ultra-realistas tuvo que ceder a una política reformista encaminada a modernizar la administración. Los ejecutores fueron individuos de talante ilustrado, firmes partidarios de la monarquía absoluta, los llamados «absolutistas moderados» o «pragmáticos», aunque lo más apropiado sería calificarlos como «fernandinos» por su fidelidad al rey (Martín de Garay, García de León Pizarro, Cea Bermúdez, el conde de Ofalia, López Ballesteros, y Javier de Burgos, entre otros). Las medidas —algunas apreciables— como la creación del Consejo de Ministros y del Ministerio de Fomento, la ley de minas, el código de Comercio, la fundación de la Bolsa de Madrid, etc., estuvieron encaminadas a garantizar la pervivencia del régimen fernandino. El reformismo de los moderados no tranquilizó al realismo extremista. En 1827 aprovechando el descontento campesino, de artesanos, clero y notables locales, visitó Cataluña —tras la revuelta de los Agraviats o Malcontents— Navarra, y el País Vasco. El recibimiento entusiasta de la población le confirmó su fidelidad. A su regreso a Madrid había recuperado gran parte de la popularidad perdida. Los realistas más moderados pensaron que se abrirían cauces a la participación, pero las líneas maestras de la política real no se movieron un ápice.
Uno de los grandes problemas de su reinado fue la sucesión. Sus tres primeras esposas no le dieron descendencia. De su cuarta esposa, su sobrina María Cristina de Borbón —con quien se casó en 1829— tuvo dos hijas, Isabel y Luisa Fernanda, pero ningún varón. Meses antes del nacimiento de la primera, que reinaría con el nombre de Isabel II, publicó una Pragmática Sanción (marzo de 1830) por la cual suprimía la ley sálica, vigente en España desde 1713, y restablecía el derecho sucesorio castellano, según el cual, en ausencia de varón por línea directa, podían reinar las mujeres de mejor línea y grado, sin quedar postergadas a los varones más remotos. En contra se manifestaron los ultrarrealistas partidarios de su hermano Carlos María Isidro, a favor, los absolutistas moderados y los liberales. Desde 1830 la política española transcurrió en un ambiente de acusada agitación, provocado por los llamados «carlistas» y los «isabelinos» o «cristinos».
Al margen de la cuestión sucesoria, los liberales siguieron con sus intentos de provocar el cambio político, amparados en el ambiente creado en Europa por los movimientos revolucionarios de 1830. Se ensayaron distintas acciones, todas fracasaron, y muchos de los comprometidos, ejecutados. Fueron muy sonados los casos de Mariana Pineda, y el general Torrijos.
Fernando VII falleció el 29 de septiembre de 1833. La reina María Cristina asumió la regencia durante la minoría de edad de su hija Isabel II.
Extracto de E. LA PARRA LÓPEZ, Diccionario biográfico español, Real Academia de la Historia, 2009-2013
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