Puerto de La Cruz (Santa Cruz de Tenerife) 1776 - Antequera (Málaga) 1853
Por:
Javier Portús
Se trata del pintor más importante entre los activos en Canarias a finales del siglo XVIII y principios del XIX, y uno de los artistas españoles más singulares del entorno de Fernando VII. Su formación tuvo como puntos de referencia a su propio padre y a Juan de Miranda, el pintor más destacado en Tenerife. Las cuatro primeras décadas de su biografía tendrán como escenario la isla, en la que desarrolló una prestigiosa carrera profesional que compaginó con la actividad docente y con el ejercicio de cargos políticos. Así, entre 1810 y 1814 fue profesor en la Escuela de Dibujo dependiente del Consulado del Mar, en la Laguna; y en 1808 y 1814 fue alcalde de esta ciudad. En esos años, se dedicó sobre todo al retrato, que sería el género en el que se especializó. Para él posaron los miembros más importantes de la sociedad local, como el clérigo Don Diego Nicolás Eduardo (Museo Diocesano de Arte Sacro, Las Palmas), un importante arquitecto neoclásico para cuyo retrato Luis de la Cruz construyó un marco igualmente sobrio y clasicista.
En 1815 viajó a Madrid, donde al año siguiente fue nombrado pintor honorario de cámara. A partir de entonces realizó numerosos retratos del rey y sus sucesivas esposas, además de un buen número de los personajes de su entorno. Muchos de ellos adoptaron el formato de miniaturas, que fue un campo en el que Luis de la Cruz se especializó y consiguió alcanzar renombre. Ese interés por la miniatura se debía a sus propias inclinaciones y dotes personales, pero también fue estimulado por el hecho de que, a gracias a la presencia de Vicente López, el rey y su corte contaban con un retratista extraordinariamente dotado y con gran capacidad de trabajo. De hecho, el punto de referencia para entender el estilo de Luis de la Cruz a partir de su instalación en Madrid fue la obra de López. En alguna ocasión, sin embargo, supo ofrecer alternativas formales e iconográficas respecto a las fórmulas del valenciano. Así, Fernando VII y María Cristina paseando por los jardines de Aranjuez (1832, Museo de Bellas Artes, Oviedo) es uno de los escasos cuadros en los que se nos ofrece una visión de la intimidad del monarca. Otras obras, como su espléndido Autorretrato en el estudio (c. 1825, colección particular, Madrid) se cuentan entre los retratos más singulares de la época fernandina.
Luis de la Cruz fue un pintor muy bien considerado dentro del ambiente artístico oficial, lo que le granjeó numerosas distinciones españolas y extranjeras. Así, fue caballero de la orden de la Espuela de Oro y ostentó el Gran Cordón de la orden de San Miguel de Francia. Igualmente, compaginó su carrera artística con puestos de carácter oficial, como el de Vista de la Aduana de Sevilla, que obtuvo en 1825. Nueve años después consiguió un puesto parecido en Cádiz. La llegada del Gobierno liberal al año siguiente supuso el cese en ese puesto. A partir de 1840 residió en Málaga, donde desarrolló una destacada labor docente, y entre sus discípulos contó con Carlos de Haes.
Se trata del pintor más importante entre los activos en Canarias a finales del siglo XVIII y principios del XIX, y uno de los artistas españoles más singulares del entorno de Fernando VII. Su formación tuvo como puntos de referencia a su propio padre y a Juan de Miranda, el pintor más destacado en Tenerife. Las cuatro primeras décadas de su biografía tendrán como escenario la isla, en la que desarrolló una prestigiosa carrera profesional que compaginó con la actividad docente y con el ejercicio de cargos políticos. Así, entre 1810 y 1814 fue profesor en la Escuela de Dibujo dependiente del Consulado del Mar, en la Laguna; y en 1808 y 1814 fue alcalde de esta ciudad. En esos años, se dedicó sobre todo al retrato, que sería el género en el que se especializó. Para él posaron los miembros más importantes de la sociedad local, como el clérigo Don Diego Nicolás Eduardo (Museo Diocesano de Arte Sacro, Las Palmas), un importante arquitecto neoclásico para cuyo retrato Luis de la Cruz construyó un marco igualmente sobrio y clasicista.
En 1815 viajó a Madrid, donde al año siguiente fue nombrado pintor honorario de cámara. A partir de entonces realizó numerosos retratos del rey y sus sucesivas esposas, además de un buen número de los personajes de su entorno. Muchos de ellos adoptaron el formato de miniaturas, que fue un campo en el que Luis de la Cruz se especializó y consiguió alcanzar renombre. Ese interés por la miniatura se debía a sus propias inclinaciones y dotes personales, pero también fue estimulado por el hecho de que, a gracias a la presencia de Vicente López, el rey y su corte contaban con un retratista extraordinariamente dotado y con gran capacidad de trabajo. De hecho, el punto de referencia para entender el estilo de Luis de la Cruz a partir de su instalación en Madrid fue la obra de López. En alguna ocasión, sin embargo, supo ofrecer alternativas formales e iconográficas respecto a las fórmulas del valenciano. Así, Fernando VII y María Cristina paseando por los jardines de Aranjuez (1832, Museo de Bellas Artes, Oviedo) es uno de los escasos cuadros en los que se nos ofrece una visión de la intimidad del monarca. Otras obras, como su espléndido Autorretrato en el estudio (c. 1825, colección particular, Madrid) se cuentan entre los retratos más singulares de la época fernandina.
Luis de la Cruz fue un pintor muy bien considerado dentro del ambiente artístico oficial, lo que le granjeó numerosas distinciones españolas y extranjeras. Así, fue caballero de la orden de la Espuela de Oro y ostentó el Gran Cordón de la orden de San Miguel de Francia. Igualmente, compaginó su carrera artística con puestos de carácter oficial, como el de Vista de la Aduana de Sevilla, que obtuvo en 1825. Nueve años después consiguió un puesto parecido en Cádiz. La llegada del Gobierno liberal al año siguiente supuso el cese en ese puesto. A partir de 1840 residió en Málaga, donde desarrolló una destacada labor docente, y entre sus discípulos contó con Carlos de Haes.