Como una maravilla aparente o una lluvia inversa de estrellas fugaces se presenta este jardín imaginario, que parece condensar todos los paisajes posibles y donde el espectador puede situarse solo como tal, pero no como un actuante. Se trata de una suerte de decoración fantástica, como un truco de escenario, que muy bien podía haber surgido del mundo de Julio Verne, con una resolución plástica próxima al Max Ernst o al Joan Miró más destilados y, en general, al primer surrealismo de los «campos magnéticos». Las filamentosas plantas aparecen rematadas por una estrella, haciendo que se acentúe, con su movimiento ingrávido, la sensación de estar flotando y la generación de un espacio infinito. Por otra parte, hay que señalar que aunque la forma de representar los objetos roza el surrealismo, estos se encuentran ubicados sobre una superficie pictórica planteada con procedimientos muy vanguardistas, en azules verdosos y rosas, para abocar finalmente en un azul intenso que acentúa la sensación etérea del espacio...
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