El Cáucaso o Tartaria

El Cáucaso o Tartaria

  • 1935
  • Óleo sobre lienzo
  • 309 x 324 cm
  • Cat. P_376
  • Adquirida en 1955
  • Observaciones: En el catálogo de la exposición de Sert en Madrid y Barcelona en 1987-1988 figura con el título «Escena de equilibristas». Procedencia: Nicolás de Rumanía.
Por:
José María Viñuela

En la sucursal del Banco de España en Barcelona se conservan siete lienzos de Josep Maria Sert, cuya procedencia era escasamente conocida y que fueron concebidos como un conjunto con un programa iconográfico unitario y coherente. El interés que hoy despierta la obra del famoso y cosmopolita pintor catalán de la primera mitad de este siglo justifica la oportunidad de este estudio, entre otras razones por el desconocimiento de esta significativa parte de la producción sertiana, así como de su localización actual.

Josep Maria Sert nació en una familia burguesa dedicada a la fabricación de textiles ennoblecida por Alfonso XII. Se fue a París en 1899, tras la muerte de sus padres. Allí emprendió una actividad llena de éxitos en medios como el clero, la aristocracia o los grandes financieros internacionales gracias a sus dotes excepcionales para la gran composición decorativa y por haber sabido dar respuestas rápidas y convincentes a una clientela que demandaba productos artísticos imponentes y eclécticos. Fue también un artista bien relacionado, que cultivó la sofisticada vida social de su tiempo. Contó para ello, a poco de establecerse en París, con la ayuda de Maria Godebska, que se convertiría en su primera esposa. Misia, como era conocida en todos los medios artísticos franceses, no solo era amiga de Renoir, Dégas, Bonnard o Vouillard, que la retrataron numerosas veces; además tenía acceso a las altas esferas del gran mundo parisino, gracias a lo cual Sert pudo cultivar un selecto núcleo de amistades que le proporcionaron importantes encargos.

Pero el pintor, además, contaba con una formación sólida iniciada en Barcelona en la Escuela de Bellas Artes de San Jorge, complementada con diversos maestros, entre ellos Pere Borrell del Caso, autor de uno de los cuadros más populares de la Colección Banco de España: el conocido trompe l’oeil que lleva por título Huyendo de la crítica, pintura que representa a un niño haciendo el ademán de escapar del marco de un cuadro. En su primer año de estancia en París, e influido por el modernismo, se decidió por la pintura decorativa de gran formato, género que nunca abandonó, obteniendo como primer encargo la realización de unos murales destinados al comedor del Pabellón de l’Art Nouveau en la Exposición Universal de 1889. Este fue el comienzo de una larga serie de encargos por Europa y América para decorar desde palacios franceses, españoles o italianos hasta iglesias, mansiones inglesas o rascacielos neoyorquinos, actividad que le proporcionó distinciones y honores de todo tipo, y una considerable fortuna.

En el año 1928 conoció a Roussadana Mdivani, perteneciente a una familia georgiana, con la que contrajo matrimonio tras alejarse de Misia. Iniciaba así una etapa marcada por el abandono de la vida bohemia y el acceso a otro tipo de esfera social, tan mundana como la anterior, aunque algo más superficial. Los cuatro hermanos que componían el grupo, arruinados al marcharse de Rusia, entraron por vía de matrimonio en los circuitos del gran capital europeo y americano, consiguiendo que el nombre Mdivani fuera popular en toda la prensa internacional de los años treinta por sus enlaces con estrellas de Hollywood o millonarias del petróleo, escandalosos divorcios e incluso muertes accidentadas. El menor de ellos, el príncipe Alexis, cuyos estudios en Inglaterra habían sido financiados por Sert, compró un palacio en Venecia durante su viaje de novios tras el matrimonio con Barbara Hutton, situado en el edificio de la antigua Audiencia de San Gregorio, próximo a la iglesia de Santa Maria della Salute, junto al Gran Canal, y encargó a su cuñado, ya pintor de renombre, la decoración de su mansión veneciana. El conjunto fue pintado e instalado por el propio artista en la ciudad de la que muchas veces se declaró ferviente admirador, y cuya pintura del pasado fue parte importante de su inspiración. En 1935, cuando Sert instalaba en Venecia la última parte del conjunto, Alexis Mdivani moría en un accidente de automóvil cuando viajaba en compañía de Maud von Thyssen-Bornemisza. Unos años más tarde, las pinturas fueron adquiridas por el Banco, siguiendo el consejo de Juan de Zavala, el arquitecto que en los años cuarenta del pasado siglo construyó la nueva sucursal de la plaza de Catalunya, que se inauguró en 1954. A Juan de Zavala se le debe, además, una de las mejores piezas que posee el Banco: una Ceres de Juan van der Hamen, actualmente colgada en el comedor de la galería principal, en el edificio de Madrid.

Toda la decoración de Sert que cubría los paramentos verticales en el salón del palacio veneciano fue desmembrada y más o menos hábilmente manipulada para adaptarla a diferentes locales del nuevo edificio del Banco en la plaza de Catalunya, lo cual invitó a entrar en el contenido descriptivo del conjunto cuando aún se encontraba formando una unidad en los muros del palacio Mdivani. En cualquier caso, no es prudente analizar el contenido simbólico del programa iconográfico, porque, en caso de tenerlo, podría prestarse a conjeturas fantásticas y a cantidad de interpretaciones. Por ejemplo, se ha especulado con alusiones a la internacionalidad de la familia Mdivani, procedente de la República Soviética de Georgia. Afortunadamente, en la actualidad hay un proyecto de reunificación de las pinturas en un único local para preservar, entre otras cosas, el carácter unitario del conjunto.

El local donde se situaron las pinturas originalmente tenía planta rectangular, de doble longitud que anchura y con dimensiones aproximadas de 18 x 8 metros. En un testero menor había una chimenea entre dos puertas definiendo un paramento para el cual Sert concibió una composición con arquitecturas de fondo en las que se aprecian minaretes y cúpulas accesibles a través de un fantástico puente con pináculos. En primer término, justo encima de la chimenea, figura un grupo de personas de varias razas en esquema compositivo triangular. Y en el vértice superior, un mago de túnica roja es sobrevolado por dos grupos de niños.

A la sucursal del Banco de Barcelona llegaron los lienzos al final de los años cuarenta y fueron adaptados, recompuestos y separados para ornamentar el patio de operaciones, la escalera y el salón de reuniones. A pesar de las transformaciones y viajes que sufrieron las telas, el conjunto se mantiene en un aceptable estado de conservación, pudiéndose apreciar ahora con claridad las diferencias entre la pintura de mano de Sert y los añadidos efectuados entonces, a consecuencia del diferente envejecimiento de los pigmentos empleados en los añadidos. Fueron autores de la adaptación al nuevo emplazamiento, según un plan del arquitecto Zavala, los restauradores Ángel Macarrón, a quien correspondió suplementar las telas, y Félix Alonso, un hábil perspectivista bien conocido en Madrid en los estudios de los arquitectos de aquellos años.

En el patio de operaciones se instalaron las dos composiciones mayores, conforme al gusto del momento para edificios representativos. Quedaron encastrados en la pared, en casetones rehundidos y recercados con marcos de piedra caliza recibidos al muro. Uno de los lienzos correspondía al testero que estuvo enfrentado a la chimenea en el palacio Mdivani y hubo de ser completado como rectángulo al existir en la pared de origen dos huecos de paso, trabajo que aunque compositivamente se resolvió con criterios de incorporación de elementos sertianos —continuación de los ya existentes—, adolece de cierta pobreza imaginativa y de escasa calidad técnica, visible hoy con claridad porque los pigmentos no han sufrido el mismo ritmo de envejecimiento.

El otro gran rectángulo, también situado en el patio de operaciones, y correspondiente al testero largo entre dos puertas anteriormente descrito, sufrió menos añadidos en la adaptación, ya que constituía, desde el origen, un rectángulo completo. Pero fue cortado por las líneas que definen las dos jambas más próximas de las puertas que había en el salón veneciano, y únicamente se le añadieron dos estrechas bandas a los lados.

A su vez, estos dos fragmentos de la decoración fueron trasladados a unos paramentos visibles desde la zona de público del patio de operaciones, después de haber sido sometidos a un proceso de limpieza y restauración parcial, realizados con el criterio de respetar absolutamente lo ya existente, tanto la pintura original como los añadidos de los años cincuenta. Y para ocupar totalmente los paramentos en sentido horizontal, con vistas a devolverles el carácter decorativo mural, fueron complementados con unas bandas perimetrales, a modo de marcos, pero consistentes en superficies pintadas siguiendo el plano del lienzo, aunque separados de él por una entrecalle. Este trabajo, delicado en cuanto a concepto y de gran magnitud, dadas las dimensiones de la superficie a pintar (30 metros), fue hábilmente resuelto por la pintora Isabel Quintanilla, quien concibió, tras consultar a los arquitectos Rafael Moneo, Luis Nadal y Óscar Tusquets, el programa decorativo de los marcos que fueron realizados por la artista en su taller. Isabel Quintanilla no ha eludido la responsabilidad de realizar un trabajo que, siendo un servicio a las pinturas de Sert, algo tiene que ver con las características de su trayectoria creativa, con el fin de entrar de lleno en la pintura decorativa, obteniendo unos resultados que aúnan el ejercicio de la sensibilidad actual y el respeto a una obra del pasado.

Con toda esta azarosa historia, el conjunto de paneles de Sert es, a pesar de ello, poco conocido, como lo prueba el hecho de haber sido olvidada su procedencia y de ser una novedad, hoy aún, para muchas personas, incluso de Barcelona, interesadas en su obra. Justo ahora que existe un movimiento de revisión de los conjuntos sertianos, pasados ya los apasionamientos a favor, de sus admiradores y clientes, o en contra, de los devotos de las vanguardias más dogmáticas, parece, por lo tanto, un momento oportuno para considerar con suficiente perspectiva la obra del pintor, uno de cuyos mayores méritos fue la negociación en la Sociedad de Naciones en Ginebra para que fueran devueltas, en buen estado, las obras de arte evacuadas del Museo del Prado y de otros organismos del patrimonio del Estado durante los bombardeos de Madrid entre 1936 y 1939.

José María Viñuela

 
Por:
Pilar Sáez Lacave
Josep María Sert i Badía
Barcelona 1874 - Barcelona 1945

No es fácil calificar a un personaje como Josep Maria Sert, y tampoco a su pintura. Excesivo, mundano, enérgico, Sert es uno de esos artistas excepcionales que ni la historia ni la crítica consiguen precisar. Gran maestro de la pintura decorativa en el momento en que este arte inicia su declive, fue uno de los catalanes más universales de su tiempo gracias a su gran talento creador y a un extraordinario don de gentes. Su fuerte personalidad, el aplomo con el que dirigió su carrera, su estilo grandilocuente, alejado de las vanguardias, sus numerosos proyectos no artísticos —como su implicación en la evacuación de las obras del Prado durante la guerra— y sus amistades con magnates y políticos, así como la intensidad de su vida, llena de contradicciones, levantan aún hoy opiniones encontradas y a menudo apasionadas. Se casó dos veces con dos mujeres tan singulares como él, Misia Godebska (1872-1950) y Roussy Mdivani (1906-1938), y fue íntimo de grandes personalidades de su tiempo como Pablo Picasso, Mlle Chanel o Igor Stravinsky. Se codeó con las mayores fortunas del momento, cuyas casas decoró respondiendo con éxito a sus exigencias estéticas. Es, en suma, uno de los personajes más interesantes de la primera mitad del siglo XX y, sin duda alguna, el mayor pintor decorador del período.

La carrera de Sert comenzó tarde. No conocemos obras de sus años de juventud en su Barcelona natal, aunque sí sabemos que se formó como artista probablemente para integrar la boyante empresa familiar de tejidos. De esta filiación provenga tal vez su falta de complejos a la hora de reunir arte y negocio. Como muchos de su generación, fue alumno de Pere Borrell y de Alexandre de Riquer. Frecuentó ambientes artísticos tan dispares como el círculo de Saint Lluc o la barra de Els Quatre Gats, y en 1899, tras morir sus padres, se mudó a París para intentar una carrera como artista. Gracias a su origen de gran burgués y a sus contactos barceloneses se integró rápidamente en los ambientes del simbolismo musical parisino, en los que conoció a figuras tan emblemáticas del momento como Paul-Albert Besnard, Auguste Rodin o Edgar Degas, o a jóvenes artistas emergentes como Maurice Denis o Claude Debussy. No sorprende, pues, que llegado el momento de definirse artísticamente Sert se decantara por un arte decorativo y monumental, para el que sin duda tenía grandes cualidades y en el que la crítica le auguraba un gran futuro.

Su oportunidad le llegó en 1900, cuando el obispo de Vich, Josep Torras i Bages, le ofreció la posibilidad de decorar la catedral de su diócesis. Esta obra, para la que Sert acabó realizando tres proyectos distintos, se convirtió en el eje central de su carrera debido a sus inusuales características y a sus múltiples avatares. Si los encargos privados construyeron su reputación entre la elite cosmopolita de París y la de la costa este de Estados Unidos, la fama mundial que consiguió con la hazaña de la decoración de la catedral de Vich le abrirá las puertas del encargo público internacional. Con el encargo de Vich se vio obligado a tomar decisiones en su incipiente carrera y a organizar su trabajo según el sistema del taller, es decir, con ayudantes y una producción de la obra por etapas. Nada raro ni desacostumbrado, por otra parte, frente a semejante encargo.

El Salón de Otoño de 1907, donde Sert expone por primera vez sus pinturas, y su encuentro pocos meses más tarde con Misia, figura legendaria de la vida artística parisina, lo sacaron del anonimato y lo convirtieron en un artista en alza en los medios parisinos más aristocráticos, proporcionándole multitud de encargos. Desde el inicio de su carrera, Sert hizo gala de una libertad creadora sorprendente y singular en un género como la pintura decorativa, ligado al encargo y sometido a las imposiciones de la arquitectura. Supo jugar con la percepción, se apropió y transformó el espacio que decoró, y engañó al espectador con escenas aparentemente reales pero de tanta profusión y artificio que el ojo no consigue abarcar en su totalidad. La influencia italiana y los temas mitológicos tan presentes en sus primeras obras se diluyeron con el paso de la Gran Guerra en favor de un estilo pletórico, de colores vivos y dorados intensos, plagado de elementos exóticos y de carácter orientalizante, como los elefantes o las palmeras. Sert demuestra tener una capacidad innata para mirar, seleccionar y catalogar toda clase de motivos, gestos y formas de cualquier índole, que aparecen reunidos de manera disparatada en sus telas. La autocitación y repetición de todo este catálogo tiene mucho que ver con el papel crucial que adquirió la fotografía en esta búsqueda obsesiva del motivo. Sert viajaba mucho, siempre con la cámara en mano, registrando escenas de todo tipo que alimentaban su inspiración y constituían ese catálogo infinito que no cesó de reciclar de obra en obra a lo largo de los años. Es, sin embargo, en el taller donde la fotografía se inserta de manera definitiva en su proceso creativo. Allí dispone de manera muy teatral, primero con modelos y más tarde con figuritas de belén y muñecos, escenas que reproducen lo que dibuja e imagina. El pintor trabaja cada gesto y cada forma bajo el prisma de la fotografía, estudia la luz y sus sombras, la perspectiva y el encuadre de sus composiciones, que muchas veces instala en plataformas y estrados.

La década de 1920 está marcada por éxitos y cambios. Sert extendió su fama a Estados Unidos, donde expuso por primera vez en 1924 en la Galerie Wildenstein. Su encuentro al año siguiente con la joven Roussy Mdivani provocó un vuelco en su vida, y tras unos años de habladurías en los que el trío parecía funcionar, el pintor terminó por abandonar a Misia. La aparente bohemia que compartía con su primera mujer se transformó en un glamur elegante y refinado que la pareja exhibía en sus numerosos viajes a la costa este norteamericana, donde los hermanos de Roussy, conocidos como los «Marrying Mdivani», se movían con agilidad. A Roussy le gustaba el mar. El matrimonio realizó largos cruceros por el Mediterráneo a bordo de su barco y adquirió una casa en la costa catalana, el Mas Juny, que se convertirá en los años treinta en punto de encuentro estival de su extenso y variopinto círculo de amistades, donde se maduran proyectos y se negocian contratos. Es curioso, no obstante, que a pesar de estos veraneos, el Mediterráneo que, junto con Oriente y España, inspiró muchas de sus obras anteriores, prácticamente desaparezca de su repertorio precisamente a lo largo de esta década de 1930. Para Sert existe una relación clara entre el temperamento y las formas, y por ello enlaza el Barroco con el Mediterráneo. Es, pues, el carácter barroco del Mediterráneo lo que lo atrae e inspira, y quizá por eso decide recurrir de nuevo a él cuando en 1934 tiene que decorar el palacete que su cuñado Alexis se compra en Venecia, y realiza Fantasía mediterránea. Esta obra ahonda aún más en este sentimiento, al superponer el tema «mediterráneo» con el de «oriente», en referencia tal vez a la ciudad que acoge sus pinturas o a las raíces orientales de su cliente. Sea como fuere, al confundir de esta manera ambos temas, Sert demuestra de nuevo conocer muy bien las expectativas de su clientela, pues no hace más que recurrir de manera brillante a una serie de clichés extendidos en el imaginario colectivo para crear una atmósfera de fantasía que propicie la diversión en un salón de baile.

Por su parte, el proyecto de Vich, abandonado por desacuerdos sobre su financiación desde la muerte en 1916 del obispo Torras, recibió de Francesc Cambó el apoyo económico necesario para su realización: el conjunto —segundo de la serie— quedó instalado casi en su totalidad en 1929. Este triunfo, aplaudido y muy celebrado por la prensa, atrajo por fin el encargo público. En los años siguientes, Sert realizó las pinturas de dos de los edificios más representativos del orden político, económico y artístico del período: el Palacio de las Naciones en Ginebra (1935), la sede de la Sociedad de las Naciones, creada para velar por la paz mundial, y el hall del RCA (1933-1940), el edificio art déco más conocido del complejo construido en Manhattan en plena crisis bursátil por John D. Rockefeller; la ocasión para Sert de expresarse públicamente sobre el lugar que ocupa la pintura decorativa en la modernidad y la cristalización de un lenguaje de formas masivas e imponentes, cercanas a la escultura, en consonancia con la escala de los espacios que decoraba.

El tono triunfalista y de celebración de ambos conjuntos se apagó, sin embargo, rápidamente con el estallido de las guerras española y mundial. El 21 de julio de 1936 un grupo de milicianos arrasó y quemó la catedral de Vich con sus pinturas. Este ataque no es casual. La ciudad y su catedral —cuya decoración había sido financiada por el líder de un partido catalanista, burgués y conservador— simbolizaban el poder y la influencia de la burguesía catalana a ojos de las fuerzas revolucionarias. En Madrid un ataque similar dañó las pinturas que el pintor había realizado para el duque de Alba en 1931. Sert vivió con dolor estas pérdidas, aunque no se posicionó del lado nacional hasta bien avanzada la guerra. El fallecimiento de Roussy en 1938, enferma desde la muerte de su hermano Alexis en 1935, es otra desgracia más que se abate sobre él en sus últimos años.

Con el estallido de la Segunda Guerra Mundial y París ocupado, el pintor vio muy reducida su actividad. Los últimos años los dedicó a proyectos españoles, y principalmente a realizar, bajo la mirada del régimen, una nueva decoración para la catedral de Vich, inaugurada parcialmente de nuevo en octubre de 1945. Apenas unas semanas después, Sert murió en una clínica barcelonesa. Su entierro, multitudinario, se celebró en la catedral. La ciudad de Vich, emocionada, le homenajeó cerrando los comercios y cubriendo sus balcones de crespones negros.

Pilar Sáez Lacave

 
 
Alfonso E. Pérez Sánchez y Julián Gállego Banco de España. Colección de pintura, Madrid, Banco de España, 1985. María del Mar Arnús y Francisco de Sert José María Sert (1874-1945), Madrid, Ministerio de Cultura, 1987. Alfonso E. Pérez Sánchez, Julián Gállego y María José Alonso Colección de pintura del Banco de España, Madrid, Banco de España, 1988. VV. AA. Colección Banco de España. Catálogo razonado, Madrid, Banco de España, 2019, vol. 1.