Colección
La obra Dos de la tarde, realizada en 1991 por la artista Victoria Civera, es una manifestación de su exploración del tiempo a través de la abstracción. Utilizando técnicas mixtas sobre lienzo, Civera emplea una paleta de colores suaves —negro, ocre y blanco— y formas orgánicas que se entrelazan en una composición dinámica y fluida. El título de la pieza, Dos de la tarde, hace referencia a la hora del nacimiento de la artista, un detalle que su madre le recordaba a menudo. Este título aporta una dimensión autobiográfica a la obra, conectándola al momento que marca el inicio de su vida. Civera utiliza la pintura para reflexionar así sobre el paso del tiempo partiendo de ese instante inicial, desde una vivencia personal y subjetiva.
La práctica artística de Civera se caracteriza por una confluencia entre la abstracción y la figuración para crear narrativas visuales en torno a lo experiencial y lo afectivo. Dos de la tarde pertenece a una etapa artística en la que la práctica de Civera, asentada en Nueva York desde finales de los 80, empezaba a interesarse por las formas geométricas y las composiciones sobrias en formatos reducidos, adoptando en ocasiones una escala discreta, casi minúscula. La decisión de emplear la abstracción lineal para representar una experiencia tan íntima como el nacimiento subraya el apego de la artista por experimentar con el potencial del lenguaje no figurativo para expresar lo personal. La abstracción permite así a Civera trascender la vivencia particular para evocar ideas universales sobre la maternidad, la feminidad y el tiempo. La combinación de elementos geométricos como el círculo y la línea recta con trazos más sueltos y gestuales articula la composición y refuerza la sensación de temporalidad. El motivo del círculo, que reaparece a lo largo de la trayectoria artística de Civera, adquiere un significado particular en Dos de la tarde. Su reiteración crea un ritmo y una cadencia que pareciera aludir al entrelazamiento del pasado, el presente y el futuro, evocando la naturaleza cíclica del tiempo y el cambio como única constante.
Dos de la tarde se inscribe de esta forma en una práctica más amplia de Civera, donde la idea de la circularidad del tiempo adquiere protagonismo. La artista ha recalcado esta particular concepción del tiempo a lo largo de su carrera, tanto en su obra visual como en sus aforismos, llegando a dar nombre a una de sus exposiciones monográficas, «El tiempo es circular en el silencio», celebrada en el Museo Patio Herreriano (Valladolid) en 2023. El círculo ha sido definidor desde los años 80 en toda la práctica visual de la artista y se ha mantenido en etapas posteriores. Civera se decantará por el formato de tondo en series como Horizontes Circulares (2017) y en piezas que abordan la corporalidad de la mujer desde la abstracción, como Uno (1) (sonido de útero) (2017). La propia artista ha llegado a afirmar que la espiral aparece en su obra a partir de su embarazo, a comienzos de los 80. En Dos de la tarde, el círculo no solo actúa como un elemento visual central en la composición, sino que parece evocar también los ciclos naturales de la vida, o, tal vez, la conexión entre distintos momentos de la existencia. Como en gran parte de su obra, Civera plantea en esta pieza una exploración de la identidad y la maternidad desde la sensibilidad femenina. Dos de la Tarde propone rememorar el momento de nacimiento y el rol de la madre como gestora y portadora de esta memoria. La obra nos habla de la intrahistoria de una conexión íntima con la figura materna, así como de la transmisión de experiencias y recuerdos a través del afecto.
Las cuatro obras de Victoria Civera dentro de la Colección Banco de España corresponden a un momento en que la artista —afincada en Nueva York desde finales de la década anterior— representa, junto con otros, una marcada internacionalización del arte español coincidente con el asentamiento de la democracia en España y la búsqueda de una homologación mediante la cultura. Sin abandonar la «pintura-pintura», el trabajo de Civera de los años noventa comienza de nuevo a experimentar, a abrirse hacia un carácter objetual, como muestra el caso del uso de la tela metálica en Sin título (1992), obra indicativa de una tendencia hacia las composiciones circulares que ya utiliza a comienzos de los ochenta, así como de un camino material que la dirigirá en adelante hacia la práctica de la instalación más allá de la estricta pintura, un gesto indicativo de la hibridación formal que caracteriza su trabajo.
Las tres obras de carácter puramente pictórico reflejan, por su parte, un repertorio personal tendente a la sobriedad, en el que lo orgánico y lo geométrico dialogan en armonía, y la abstracción lineal y aparentemente rigurosa parece constantemente desafiada por un cierto carácter gestual y, en ocasiones, biomórfico, como muestran las formas que evolucionan en Tel tech (1992). La preferencia por el pequeño o medio formato, propio de este período de Civera, revela un interés por el ámbito de lo íntimo y una sensibilidad que en adelante se convertirá en aproximación a una cierta iconografía de lo femenino y sus formas de significarse culturalmente. Pero también está relacionada con la atención, en ese período, a una pintura pausada en la que lo expresivo se sacrifica en pos de lo reflexivo, en la que Civera se desmarca del debate entre abstracción y figuración.
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