Pintor de paisajes plenairistas y en especial, del entorno de la sierra de Guadarrama, donde acudía regularmente para encontrar inspiración, Beruete es conocido por la sobriedad y realismo de una plástica que, estableciendo sus raíces en el naturalismo sintético de Velázquez, se asocia a las ideas regeneracionistas impulsadas desde Madrid por la Institución Libre de Enseñanza, su defensa de la libertad de cátedra y la negativa a doblegarse ante los dogmas oficiales a partir del último cuarto del siglo XIX. Por mucho que participó, desde el inicio de su formación, en las excursiones científicas organizadas por la Institución Libre de Enseñanza por los alrededores de Madrid, la manera libre y moderna de captar el paisaje es lo que dota su pintura de un inconfundible sello de identidad caracterizado por la poesía que transmite.
Realizado en 1910 —es decir, dos años antes de su muerte—, este paisaje de Cuenca, de cálido cromatismo, pincelada desinhibida y poco cargada de materia, se enmarca en la línea de paisajes castellanos y vistas de ciudades —especialmente Toledo, Cuenca y, sobre todo, Madrid— caracterizadas por la fuerza de la influencia impresionista de este pintor, que consiguió hacer del paisaje el verdadero protagonista de su producción. Se trata de una buena muestra del modo en que Beruete consigue aunar sobre la superficie de un lienzo su interés científico y geográfico del paisaje con la idealización poética del mismo.
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