Cuando Carlos III ascendió al poder en 1759, Juan Pascual de Mena, que ya entonces se encontraba bien situado en la corte, realizó varios retratos del monarca. El que atesora la colección es un importante busto en mármol que se apoya en una peana geométrica muy sencilla y que está firmado y fechado en el arranque del brazo derecho. El rey, rondando la cincuentena, viste un pesado y rico manto en el que emboza su torso, permitiendo que se vean los símbolos de su autoridad, el Toisón de Oro y la banda. Con bucles laterales y larga coleta prendida con un lazo que cae en forma de tirabuzones sobre su hombro derecho, Carlos III parece mirar al infinito con un semblante sereno en el que se dibuja una suave sonrisa; este gesto quizá pueda leerse como el guiño de un monarca que, a través del llamado despotismo ilustrado, inició un proceso de modernización en el país desde las obras públicas hasta el transporte, el ejército o la educación. Sus rasgos más característicos están bien marcados, como su magnífica nariz, huyéndose de las idealizaciones a las que, sin embargo, estaba acostumbrado el clasicismo en el que Juan Pascual de Mena militaba. La Fundación Santander Central Hispano, la Universidad Carlos III de Madrid y la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando poseen, asimismo, retratos del monarca de similares características, realizados por el escultor toledano. Esta última colección guarda una pequeña escultura en madera y yeso de Felipe V a caballo que sirvió de base, cambiando la cabeza, de la estatua ecuestre de Carlos III que desde hace tan solo unos años preside la Puerta del Sol de Madrid.
Rey de España 1759 - 1788
Nació en Madrid el 20 de enero de 1716. Era hijo de Felipe V (1683-1746) y de su segunda esposa, Isabel de Farnesio (1692- 1766). Gozó de buena salud y fue muy aficionado al ejercicio de la caza. Además del castellano, hablaba francés y tres dialectos italianos; escribía en latín y aprendió algo de alemán. Mostró gran interés por los oficios manuales (la relojería y la imprenta) y por los juegos, como el billar. Destacó en el estudio de la geometría y las matemáticas, por su afición a las flores y a los árboles y por sus conocimientos de táctica militar y fortificaciones.
En 1731, a la muerte de Antonio Farnesio sin descendencia, heredó el ducado de Parma. Isabel de Farnesio había conseguido el reconocimiento de los derechos sucesorios de los Farnesio y de los Médici en su hijo Carlos. Con motivo de la Guerra de Sucesión (1733-1735) de Polonia, los reyes de España y Francia suscribieron el Primer Pacto de Familia en 1733. El infante don Carlos al mando de los ejércitos españoles en Italia conquista Nápoles en 1734 para Felipe V, quien lo proclama rey. Después de conquistada la isla de Sicilia en 1735, nacía el Reino de las Dos Sicilias, donde reinó como Carlos VII desde 1734 a 1759 en que fue proclamado rey de España. Durante estos años ambos reinos mantuvieron autonomía, junto con sus respectivas leyes, instituciones y privilegios. Su reinado ha sido considerado como el punto de partida de la historia moderna de la Italia meridional. Aunque Nápoles fue elegida como capital del nuevo reino, siempre se mostró atento a los problemas de gobierno en Sicilia.
Su reinado fue tímidamente reformista. Se emprendió una reforma fiscal que terminó por fracasar, y se fundó el Banco de Nápoles en 1751 al tiempo que se intentaba unificar el sistema monetario. La agricultura, por el contrario, siguió siendo de mera subsistencia, y la ganadería, trashumante. Destacó su actividad de mecenazgo artístico, cuyos principales exponentes fueron las excavaciones de Herculano y Pompeya; le corresponde el mérito de haber organizado, de forma sistemática, las tareas de recuperación de las ciudades sepultadas por la erupción del Vesubio del año 79 d. C.
Se casó con María Amalia de Sajonia en 1738. Tuvieron trece hijos, seis varones y siete mujeres. Entre ellos, Carlos Antonio, que llegaría a ser rey de España bajo el nombre de Carlos IV; Fernando, que sería sucesor de su padre en el Reino de Nápoles; y Gabriel Antonio, hijo predilecto del rey Carlos, que acabaría casándose con Maria Ana Victoria, hija mayor de los reyes de Portugal.
Fue proclamado rey de España el 11 de septiembre de 1759, al morir Fernando VI, su hermano, sin descendencia. En la Corona de las Dos Sicilias le sucede su hijo Fernando, bajo la regencia de Bernardo Tanucci. Llega a España por el puerto de Barcelona y a Madrid el 9 diciembre de 1759; la entrada solemne y oficial tuvo lugar en julio de 1760. Ese mismo año, en septiembre, falleció la reina María Amalia de Sajonia. Carlos III permaneció viudo hasta su muerte.
En su primer Gobierno mantuvo a los mismos secretarios del Despacho del anterior reinado, excepto en Hacienda que nombró a Leopoldo de Gregorio, marqués de Esquilache —su ministro de hacienda en Nápoles—, que asumió el protagonismo político, junto a Bernardo Wall. Su gestión inicial —y la de sus ministros— se proyectó sobre tres campos principales: Hacienda, el Ejército y la Marina. La política financiera partió del reconocimiento de las deudas de la Corona en el reinado de su padre, Felipe V, que Fernando VI se había negado a asumir. Las reformas en el Ejército y la Marina venían reclamadas por la situación internacional, en plena Guerra de los Siete Años (1756-1763). Carlos III era partidario de la neutralidad armada, que no pudo mantener: Inglaterra declaró la guerra a España en diciembre de 1761. Con un ejército y una marina todavía escasamente preparados, las consecuencias fueron desastrosas: el Tratado de París de 1763 consagró a Inglaterra como la gran potencia hegemónica europea.
Su reinado en España comenzaba con una derrota exterior, y quizá por ello los proyectos de reforma de la monarquía española recibieron un impulso firme. Las reformas se produjeron en muy diversos ámbitos, desde el fiscal a la reorganización de la administración de justicia, la ley de amortización de bienes raíces por el clero, la eliminación de trabas que encorsetaban la producción gremial, la libertad del comercio de granos en 1765, el control de privilegios del Concejo de la Mesta en Extremadura y la introducción del comercio libre con los dominios de América entre 1765 y 1778; la pretensión de conseguir una industria popular, la fundación de las Nuevas Poblaciones de Sierra Morena y Andalucía, la atención a los marginados sociales, la organización y reforma de los planes de estudios de las Universidades (Salamanca, Valladolid, Alcalá), y la supresión de los Colegios Mayores; la fundación de Sociedades Económicas de Amigos del País o la creación del Banco Nacional de San Carlos en 1782.
Su reconocida afición edilicia se manifestó tanto en Nápoles como en Madrid, donde mereció el sobrenombre de «el mejor alcalde de Madrid». Destaca la mejora urbana (empedrado de calles, construcción de desagües y pozos ciegos, colocación de farolas) encargada a Francesco Sabattini. Procuró convertir a Madrid en la gran capital de la monarquía española embelleciéndola con edificios y monumentos como el Museo de Historia Natural, el Hospital General, el Colegio de Cirugía, el Observatorio Astronómico o el Jardín Botánico. Protegió las artes industriales, de ahí que instalase, en 1759, la fábrica de porcelana de Capodimonte en el Buen Retiro; que impulsase la Real Fábrica de Paños de Segovia, en 1762; o que velase por la fábrica de cristal de La Granja, fundada por Felipe V y reacondicionada en 1773. También le interesó el fomento de la ciencia y la técnica, en especial la Botánica y la Medicina, para lo que envió a América varias expediciones científicas, entre otras la de osé Celestino Mutis en Nueva Granada (1782-1808).
El reinado de Carlos III en España inicia una segunda etapa a partir de 1766, más concretamente tras producirse el llamado Motín de Esquilache en Madrid, acompañado de múltiples motines en otras provincias. El pretexto para el estallido del motín el 10 de marzo de 1766 fue un bando que prohibía el uso de los tradicionales embozos, capas largas y sombreros redondos que debían ser sustituidos por la capa corta o redingote y el sombrero de tres picos, a fin de facilitar la identificación de quienes delinquiesen. Los amotinados, además de mantener la indumentaria española, reclamaban la rebaja del precio del pan y el cese de los ministros extranjeros (sobre todo, Esquilache).
Una destacada consecuencia de los motines de la primavera de 1766 fue la expulsión de la Compañía de Jesús, muy influyente en la Iglesia de la época y defensora de las doctrinas contrarias al poder temporal de los reyes, dada su absoluta dependencia del papa. En un dictamen fiscal de 1766, Campomanes solicitaba el extrañamiento del reino de los jesuitas, lo que finalmente consiguió Floridablanca del Papa Clemente XIV en 1773. Aunque acusados oficialmente de instigadores, los ministros de Carlos III fueron conscientes de que el hambre y la escasez de alimentos habían sido la causa principal, lo que explica posteriores medidas de política agraria como la Ley Agraria (1784), que recortaba privilegios del ganado mesteño, y la declaración de honrados de diversos oficios mecánicos.
Durante el decenio de 1766 a 1776 —marcado por el motín y la caída de Esquilache—, el Gobierno de la monarquía descansó en una serie de hombres y nombres: Grimaldi, como primer secretario del Despacho; Aranda y Campomanes en la presidencia y la fiscalía del Consejo de Castilla; y, actuando coordinadamente con los dos anteriores en todo lo relativo a la política regalista, Roda, secretario del Despacho de Gracia y Justicia. La rivalidad entre Grimaldi y Aranda se tradujo en la disputa, dentro del mundo de las facciones cortesanas, de los «golillas» o letrados frente al denominado «partido aragonés». El fracaso de la expedición a Argel, en el verano de 1775, determinó la caída de Grimaldi y su sustitución por Floridablanca como secretario del Despacho de Estado. Su marcha supuso la desaparición de los extranjeros del Gobierno de la monarquía.
Nada más tomar posesión de su cargo, Floridablanca se enfrentó a asuntos como el de la independencia de las trece colonias inglesas de Norteamérica. La renovación del Tercer Pacto de Familia (de 1761) con Francia mediante la Convención de Aranjuez, de 1779, que situó a España al borde de la guerra con Inglaterra. Floridablanca no pudo mantener el papel de árbitro internacional que deseaba y, a instancias de Francia y con el apoyo de Carlos III, hubo de suscribir dicha Convención, que llevó a la declaración de guerra y que concluyó, sin embargo, con la ventajosa Paz de Versalles por la que España recuperó de Gran Bretaña la isla de Menorca y ambas Floridas. Una consecuencia de la guerra fue la emisión de deuda pública, los denominados vales reales, desde 1780.
En los últimos años del reinado de Carlos III, Floridablanca consolidó su predominio político, se convirtió de hecho en una especie de primer ministro; esta situación desembocó en la creación de la Junta Suprema de Estado por Real Decreto de 1787 acompañado de Instrucción reservada en cuya redacción intervino el propio Carlos III. Esta Instrucción constituye un programa de gobierno interior y exterior de la monarquía en la segunda mitad del siglo XVIII. La puesta en funcionamiento de la Suprema Junta de Estado por Floridablanca, parece ser la solución lógica para un monarca que se hallaba próximo a la muerte. Otorgó testamento ante el conde de Floridablanca, en su condición de secretario interino de Gracia y Justicia, en la mañana del sábado 13 de diciembre. Murió el 14 de diciembre de 1788. Carlos III fue el primer Borbón español que quiso reposar junto a los reyes de la Casa de Austria, en seal de continuidad dinástica de la monarquía hispana. Fue el último monarca español —cronológicamente hablando— del Antiguo Régimen, puesto que falleció antes de la Revolución Francesa de 1789.
El retrato más íntimo de Carlos III que se conserva es el que dejó escrito el conde de Fernán-Núñez, destaca que era de trato familiar y sencillo, y modesto de atuendo (de caza siempre que se hallaba en el campo); procuraba mostrar un carácter muy contenido, dominio de sí mismo, sencillez y hasta campechanería en ocasiones. Muy religioso, devoto de la Inmaculada Concepción y de San Jenaro, de castas costumbres, austeras y rutinarias. Fernán-Núñez hace especial hincapié en su afabilidad con todos, también con las gentes humildes o con los criados.
Entre los juicios globales que algunos contemporáneos hicieron de su reinado, merece destacar los que realizaron tres espíritus críticos. Jovellanos, en su Elogio de Carlos III (1788), concluía que había sido «la mano sabia y laboriosa que esclareció y entresacó a la nación de la influencia de los errores políticos»; Cabarrús, en otro Elogio de Carlos III (1789), sostuvo que no había tenido más norte que el de la felicidad de sus vasallos». Y, en su Elogio fúnebre (1789), José Nicolás de Azara afirmó que había sido «en el trono lo que, siendo vasallo, hubiera querido que fuera su monarca».
Extracto de: J. M. Vallejo García-Hevia: Diccionario biográfico español, Madrid: Real Academia de la Historia, 2009-2013.
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