Colección
Bodegón de la ventana
- 1944
- Óleo sobre lienzo
- 99 x 80 cm
- Cat. P_582
- Adquirida en 1996
Entre los numerosos bodegones que pintó Rafael Zabaleta destaca el tipo que se puede apreciar en este Bodegón de la ventana: la mezcla de la escena de interior en la que sitúa la naturaleza muerta, con una ventana que permite la vista de un paisaje exterior. En este caso, lo que se divisa a través de las puertas de un balcón son los edificios de una calle. La combinación de un ambiente interior con un paisaje exterior fue frecuente en la tradición moderna cubista, cultivada especialmente por Juan Gris. Ahora bien, en este óleo también se detecta la huella de los nuevos realismos de la pintura europea de entreguerras. La mesa situada ante el balcón presenta formas mixtilíneas y una decoración recargada. Sobre ella, se dispone un abigarrado conjunto de platos, jarrones, un frutero, flores, frutas, un mantel y una esfera blanca. Una parte de la composición aparece presidida por distintas tonalidades de grises, en contraste con los rojos, rosas, amarillos, verdes y naranjas de los elementos jugosos de naturaleza muerta, el azul de un vistoso florero y el del que tapiza la pared del fondo. El motivo romboidal y floral de esta pared corresponde con el que se puede ver frecuentemente en los cuadros del pintor, y coincide con el que decoraba algunas estancias de su casa estudio en Quesada, Jaén, su lugar de nacimiento. En virtud de él, es posible observar cómo se filtra su ambiente privado en su pintura. Frente a la planitud y el lenguaje elusivo que habían cultivado los pintores del cubismo tardío, Zabaleta opta por una descripción más realista y una representación espacial más ajustada a la perspectiva, si bien haciendo un uso bastante libre de sus reglas. Se decanta, además, por representar las sombras de los objetos, lo que el cubismo había obviado. La composición de este óleo es prolija, da cuenta de un gusto peculiar por la exuberancia y la pintura suntuosa.
En esta naturaleza muerta se aprecia otro de los rasgos característicos del estilo de Zabaleta: unas líneas de contorno muy marcadas, que responden al papel de guía que desempeña el dibujo, como «esqueleto del cuadro al que luego hay que añadir el color», en sus propias palabras. Eugenio d’Ors, uno de los mayores defensores de su obra, escribió que supo «incorporar a un refinado pintar de artista, las robustas y substanciosas virtudes artesanas de un pintor de paredes».
El Bodegón de la ventana corresponde a un momento de la pintura de Zabaleta en el que ya ha quedado atrás el eclecticismo que acompañó a su asimilación de la pintura vanguardista europea. En su etapa más prolífica, a partir de los cuarenta, se adentra en la definición de un lenguaje propio, que acabará desembocando en lo que la crítica ha denominado «expresionismo rutilante». Entre los géneros que acomete, se encuentra a menudo el del bodegón. Es indudable que, en sus naturalezas muertas, Zabaleta afrontó con decisión la tarea de aunar de una forma convincente la representación de una escena interior con una vista exterior. La mayoría de las veces, y al contrario de lo que ocurre en este caso, se basaba en el paisaje rural de su entorno natal. En esa misión, la habilidad en el manejo de la iluminación es crucial; como se puede apreciar en el Bodegón de la ventana, donde se recrea el golpe de luz exterior sobre uno de los batientes de la ventana, en contraste con la relativa oscuridad del paño de la pared de fondo. En su repertorio de naturalezas muertas, junto a estas escenas diurnas se encuentra un sustancioso número de nocturnos.
Entre los géneros pictóricos tradicionales que abordan las obras de Rafael Zabaleta, y de manera paralela a su interés por el paisaje o el retrato de la figura humana, el bodegón es uno de los más recurrentes en su trayectoria.
Bodegón de la ventana (1944) es uno de sus «bodegones de interior» ejecutados en una etapa en la que el lenguaje artístico de Zabaleta se consolidó tras un período de aprendizaje en el que abundan los «eclecticismos». Son también conocidos sus «bodegones en el campo», sus «bodegones nocturnos» o la serie de «chineros» —bodegones geométricos que se asemejan a alacenas que se incrustan en los muros—.
En Bodegón de la ventana, Rafael Zabaleta establece un juego de perspectivas entre un espacio interior situado en un primer plano en el que dispone una serie de elementos propios de las naturalezas muertas —un jarrón con flores, un frutero, un plato con una rodaja de sandía y un mantel que cubre la superficie de una mesa—, y un plano en profundidad que se corresponde con la vista exterior de los edificos de una calle. Ambos espacios aparecen delimitados por una pared empapelada con motivos «florales» y por un balcón que se abre al exterior. La imagen está construida a partir de una cuidada superposición de campos de color —los objetos en primer plano están resueltos por tonos saturados, en oposición a la luminosidad mucho más tenue de los elementos dispuestos en los planos de profundidad—, y de la oposición temática entre naturaleza muerta y arquitectura, así como la división entre interior y exterior.
El poeta Luis Rosales señalaba en un texto titulado «Zabaleta. En el museo de arte definitivo», publicado en el diario ABC en el año 1962 que «la técnica de Zabaleta establece distancias imprevistas, y nos enseña, por ejemplo, que una cosa es la madera y otra es la mesa. Su arte separa lo indivisible, y en torno suyo, en torno de la mesa, hay una convergencia popular. Todas las cosas están juntas. Todas las cosas duelen». Un escrito que se adentraba en esa distancia que «divide y relaciona unas cosas con otras; la distancia exterior, que relaciona las cosas con el mundo, y la distancia interior, que relaciona las cosas con el cuadro», originando una visión ordenada de la «realidad» que afecta al espectador y que se convirtió en característica de las obras del autor.
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