Nacido en el seno de una familia burguesa, Rafael Zabaleta ingresa en 1924 en la Escuela de Bellas Artes de San Fernando de Madrid, donde recibirá clases, entre otros, de Rafael Laínez Alcalá, Ignacio Pinazo y Cecilio Pla y Gallardo. En 1932 participa por primera vez en una exposición colectiva de la escuela. Al terminar sus estudios volverá a vivir a Quesada, si bien mantendrá un estrecho contacto con círculos intelectuales y artísticos de Madrid, Barcelona y París. Entre 1932 y el estallido de la Guerra Civil, su pintura acusa las aproximaciones a los postulados pictóricos modernos. Durante sus años de formación, su interés por Freud, los poetas surrealistas, Miró, Dalí y Picasso lo conducen a algunos ensayos o tentativas en el universo surrealista. Fruto de ello son algunos óleos surrealizantes, aderezados de sueños, obsesiones infantiles y sexuales. De esta incursión, solo se conservan los dibujos al aguatinta en blanco y negro de Los sueños de Quesada. En 1943, su obra estuvo presente en la primera edición del Salón de los Once en la Galería Biosca, impulsada, entre otros, por Eugenio d’Ors, admirador de su pintura y a quien estuvo unido por una estrecha amistad, y desde entonces participará regularmente en las sucesivas ediciones de este salón. De la mano de D’Ors mantuvo una intensa relación con la ciudad de Barcelona, y se celebraron varias muestras de su obra en Cataluña.
Al tanto de las innovaciones de la pintura moderna europea, sus viajes a París en 1935 y 1949, en los que conocerá a Picasso y a algunos pintores de la Escuela de París, como Manuel Ángeles Ortiz, Miquel Villà y Vázquez Díaz, marcarán definitivamente su obra. Durante esos años, Zabaleta ha ido absorbiendo la influencia de las vanguardias europeas, fundamentalmente del cubismo tardío, el expresionismo, el surrealismo y de los artistas italianos reunidos en torno a la revista Valori Plastici, especialmente Giorgio de Chirico y Carlo Carrà. Gradualmente convierte esas influencias en un lenguaje personal aplicado, entre otros, a la cultura popular del medio rural jienense en el que transcurrió su vida. Centrado en la representación del entorno humano y paisajístico de Quesada, desarrollará un estilo pictórico realista de acentos expresionistas, fuertemente estructurado por un dibujo muy marcado y con un empleo decidido del color.
Entre sus series temáticas se cuentan bodegones interiores y exteriores, nocturnos, campesinos, retratos, maternidades, parejas tumbadas, desnudos o el motivo del pintor y sus modelos. La obra fundamental de su última etapa, a partir de los cincuenta, calificada de «estilo rutilante», insiste en las escenas rurales de su tierra natal, Quesada, compuesta tanto de sus paisajes como de sus habitantes. La crítica suele destacar su lograda transcripción pictórica de los paisajes rurales de su entorno vital y la forma en la que las cualidades de la tierra se proyectan en el cuerpo, el rostro o las manos de sus personajes.
Entre la numerosas exposiciones en las que Zabaleta participó se pueden destacar las del Palais Galliera de París (1959), el Museo de Arte Moderno de Madrid, la I Bienal Hispanoamericana de Madrid (1951) o la III Bienal de Barcelona (1951), la Bienal del Mediterráneo de 1955 en Alejandría, la Exposición Internacional de Bruselas y la Exposición Universal de Charleroi (ambas en 1958), y la XXX Bienal de Venecia (1960). En el año de su muerte, los herederos del pintor donaron su colección para la constitución del Museo Rafael Zabaleta en Quesada, Jaén. En el año 2009, CaixaForum Barcelona organizó la antológica «Zabaleta 101. Centenario de Rafael Zabaleta», y casi una década después, en 2017, el Museo de Arte Contemporáneo de Elche acogió una amplia muestra de sus dibujos. Su obra figura también en las colecciones Centro-Museo Vasco de Arte Contemporáneo ArTIUM de Vitoria-Gasteiz, el Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía, el Museo Provincial de Jaén, el Museo de Bellas Artes de Bilbao, el Museu Nacional d’Art de Catalunya, y el Museo de Arte de Aragón (CDAN).
Nacido en el seno de una familia burguesa, Rafael Zabaleta ingresa en 1924 en la Escuela de Bellas Artes de San Fernando de Madrid, donde recibirá clases, entre otros, de Rafael Laínez Alcalá, Ignacio Pinazo y Cecilio Pla y Gallardo. En 1932 participa por primera vez en una exposición colectiva de la escuela. Al terminar sus estudios volverá a vivir a Quesada, si bien mantendrá un estrecho contacto con círculos intelectuales y artísticos de Madrid, Barcelona y París. Entre 1932 y el estallido de la Guerra Civil, su pintura acusa las aproximaciones a los postulados pictóricos modernos. Durante sus años de formación, su interés por Freud, los poetas surrealistas, Miró, Dalí y Picasso lo conducen a algunos ensayos o tentativas en el universo surrealista. Fruto de ello son algunos óleos surrealizantes, aderezados de sueños, obsesiones infantiles y sexuales. De esta incursión, solo se conservan los dibujos al aguatinta en blanco y negro de Los sueños de Quesada. En 1943, su obra estuvo presente en la primera edición del Salón de los Once en la Galería Biosca, impulsada, entre otros, por Eugenio d’Ors, admirador de su pintura y a quien estuvo unido por una estrecha amistad, y desde entonces participará regularmente en las sucesivas ediciones de este salón. De la mano de D’Ors mantuvo una intensa relación con la ciudad de Barcelona, y se celebraron varias muestras de su obra en Cataluña.
Al tanto de las innovaciones de la pintura moderna europea, sus viajes a París en 1935 y 1949, en los que conocerá a Picasso y a algunos pintores de la Escuela de París, como Manuel Ángeles Ortiz, Miquel Villà y Vázquez Díaz, marcarán definitivamente su obra. Durante esos años, Zabaleta ha ido absorbiendo la influencia de las vanguardias europeas, fundamentalmente del cubismo tardío, el expresionismo, el surrealismo y de los artistas italianos reunidos en torno a la revista Valori Plastici, especialmente Giorgio de Chirico y Carlo Carrà. Gradualmente convierte esas influencias en un lenguaje personal aplicado, entre otros, a la cultura popular del medio rural jienense en el que transcurrió su vida. Centrado en la representación del entorno humano y paisajístico de Quesada, desarrollará un estilo pictórico realista de acentos expresionistas, fuertemente estructurado por un dibujo muy marcado y con un empleo decidido del color.
Entre sus series temáticas se cuentan bodegones interiores y exteriores, nocturnos, campesinos, retratos, maternidades, parejas tumbadas, desnudos o el motivo del pintor y sus modelos. La obra fundamental de su última etapa, a partir de los cincuenta, calificada de «estilo rutilante», insiste en las escenas rurales de su tierra natal, Quesada, compuesta tanto de sus paisajes como de sus habitantes. La crítica suele destacar su lograda transcripción pictórica de los paisajes rurales de su entorno vital y la forma en la que las cualidades de la tierra se proyectan en el cuerpo, el rostro o las manos de sus personajes.
Entre la numerosas exposiciones en las que Zabaleta participó se pueden destacar las del Palais Galliera de París (1959), el Museo de Arte Moderno de Madrid, la I Bienal Hispanoamericana de Madrid (1951) o la III Bienal de Barcelona (1951), la Bienal del Mediterráneo de 1955 en Alejandría, la Exposición Internacional de Bruselas y la Exposición Universal de Charleroi (ambas en 1958), y la XXX Bienal de Venecia (1960). En el año de su muerte, los herederos del pintor donaron su colección para la constitución del Museo Rafael Zabaleta en Quesada, Jaén. En el año 2009, CaixaForum Barcelona organizó la antológica «Zabaleta 101. Centenario de Rafael Zabaleta», y casi una década después, en 2017, el Museo de Arte Contemporáneo de Elche acogió una amplia muestra de sus dibujos. Su obra figura también en las colecciones Centro-Museo Vasco de Arte Contemporáneo ArTIUM de Vitoria-Gasteiz, el Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía, el Museo Provincial de Jaén, el Museo de Bellas Artes de Bilbao, el Museu Nacional d’Art de Catalunya, y el Museo de Arte de Aragón (CDAN).