Bodegón

Bodegón

  • 1960
  • Gouache sobre papel
  • 50 x 64 cm
  • Cat. D_335
  • Adquirida en 2012
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Esta composición, en la que destaca la combinación de verdes, grises y amarillos, muestra un cromatismo habitual en la pintura de Francisco Bores. En un espacio esencialmente plano, coincidente con el de la propia superficie pictórica, se aprecian formas trazadas con pinceladas gruesas, sueltas y espontáneas que logran una síntesis sutil de línea, color y espacio. Por medio de ellas se sugieren figuras de objetos, como un jarrón con flores, un frutero y una pieza de fruta. Es un buen ejemplo de una sabia combinación de espontaneidad con armonía y equilibrio. Desde los años treinta, en sus numerosos bodegones, Bores había ido adoptando el legado del cubismo, pero distanciándose de su austeridad constructiva para orientarlo hacia lo intuitivo, lo gestual y espontáneo. A partir de los cuarenta ha encontrado ya un lenguaje completamente propio que se materializará en numerosas naturalezas muertas. En este gouache destacan las pinceladas fluidas y la equiparación de fondo y figura, alejado de cualquier tentación literaria. También es un buen ejemplo del carácter de su pintura, atenta a las cosas cotidianas y volcada hacia una figuración lírica que parte de presupuestos cercanos al interés por los valores plásticos propio de la abstracción. La necesidad de agregar espontaneidad e intuición al cubismo que Bores sintió en París a partir de las décadas de los veinte y los treinta quedará como un sustrato que alcanza hasta sus bodegones de los sesenta.

El lienzo se realizó en la época en que su íntimo amigo y protector Tériade editó una monografía sobre él, con un texto de Jean Grenier. De este mismo periodo data la Nature morte au pichet, que también forma parte de la Colección Banco de España. Ambas obras reflejan la pervivencia en su trabajo tardío de las líneas maestras de la Escuela de París y son excelentes testimonios de su renovación del género de la naturaleza muerta en el arte moderno del siglo XX.

Maite Méndez Baiges

Una de las cualidades más apreciables en las obras de Francisco Bores es el equilibrio y la intimidad que respiran. Buen conocedor de la pintura de la primera generación de la Escuela de París, supo asimilar las enseñanzas del cubismo sintético, sobre todo de Juan Gris; como él, Bores abordaba sus lienzos como si se tratara de una obra abstracta, pasando posteriormente a introducir alusiones a la realidad. Siempre hay en ellas una referencia al mundo visual, salvo en las pinturas realizadas en torno a 1928.

Nature morte au pichet (1961) pertenece a uno de los momentos más interesantes de su trayectoria, cuando la búsqueda del espacio se caracteriza por una acusada armonía de la composición. Es en ese mismo período cuando realiza el gouache Bodegón (1960), de ingreso más reciente en la Colección Banco de España, que refleja, al igual que la anteriormente citada, la pervivencia en su trabajo tardío de las líneas maestras de la Escuela de París y sus débitos de por vida con el cubismo, lo que convierte a esta obra en gran medida en indistinguible de su trabajo en este género durante los años treinta.

 
Por:
Maite Méndez Baiges
Francisco Bores
Madrid 1898 - París 1972

Es la figura más relevante de la Escuela de París y, más en concreto, de la figuración lírica española. Empezó sus estudios de pintura en el taller de Cecilio Pla y Gallardo, donde conoció a Pancho Cossío, con quien más tarde compartirá la experiencia parisina, Manuel Ángeles Ortiz y Joaquín Peinado. En torno a 1923 entra en contacto con los ultraístas madrileños y participa en sus tertulias del Café Pombo y Gijón. Durante su etapa juvenil en Madrid se dedica al grabado, con un estilo en el que es palpable la influencia del expresionismo centroeuropeo, y hace incursiones en un «clasicismo renovado» en la línea de los pintores italianos reunidos en torno a la revista Valori Plastici. Realiza ilustraciones para revistas como Alfar, Revista de Occidente, Cruz y Raya o El Sol. En 1925 participa con éxito en la exposición de la Sociedad de artistas ibéricos, una de cuyas salas estaba dedicada enteramente a su obra, y ese mismo año viaja y se establece definitivamente en París. Se integra en la Escuela de París, junto a Pancho Cossío, Hernando Viñes y Benjamín Palencia. Su estilo se forja con la reconsideración de los movimientos y artistas de las vanguardias europeas, como Cézanne, Matisse, Picasso, Derain, Gris, el cubismo y, esporádicamente, el surrealismo. El artista se interesará especialmente por la obra de Cézanne, pero no tanto como precursor del cubismo como por sus propios planteamientos sobre una idea autónoma de la pintura. Se encamina por la vía de un neocubismo que conjuga el legado de Cézanne, Braque y Juan Gris con las premisas del lirismo, «entre el decir autónomo de los elementos plásticos y el decir figurativo en relación con lo vivencial».

En París el crítico Tériade le secunda desde las páginas de la revista Cahiers d’Art; percibe en su obra un nuevo punto de partida para la pintura moderna, y destaca su pureza sensual conseguida sin ningún artificio anecdótico. Bores proponía una vía de salida al neocubismo que toma de Juan Gris el procedimiento de comenzar la obra como si se tratase de una composición abstracta que desemboca paulatinamente en alusiones a la realidad exterior. Bores quiere, además, conciliar el cubismo con la tradición, una constante de su obra hasta el final. A finales de 1929, a partir de un viaje al Mediodía francés que supone un iluminador reencuentro con la naturaleza, acuña la metáfora de la «pintura fruta» para expresar la consideración de la pintura como un acto sensual, un placer de los sentidos, que servirá posteriormente para calificar su pintura. A partir de los años treinta, una vez deshecho el entorno de la «figuración lírica», prosigue con un lenguaje personal que le convertirá en uno de los pintores más influyentes de su generación.

En Francia realizó la primera exposición individual en la Galerie Percier de París en 1927; dos años más tarde participó en el Salon des Surindépendants, del que fue asiduo expositor hasta 1937. A partir de entonces, se instaló en la villa Saint-Jacques, que abandonó para realizar viajes esporádicos a España. En 1964 ejecutó las vidrieras para el Seminario de Montbrison y las ilustraciones para Llanto por la muerte de Ignacio Sánchez Mejías, de Federico García Lorca. En 1966 fue nombrado Officier de l’ordre des Arts et des Lettres por el entonces ministro francés de Cultura André Malraux. En los últimos años de su vida tuvo ocasión de exponer en España, tras una larga ausencia, en dos ocasiones, ambas en la Galería Theo de Madrid, en 1969 y 1971. En 1999 el Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía le dedicó la exposición antológica «Bores esencial. 1926-1971».

Su obra se encuentra en algunos de los museos y colecciones de arte moderno más prestigiosos, como el Musée d’Art Moderne de la Ville de Paris, el MoMA de Nueva York, la Fundación Arte y Tecnología de Telefónica, el Museo Patio Herreriano de Arte Contemporáneo de Valladolid, el Museo de Bellas Artes de Bilbao, Moderna Museet de Estocolmo, el Národní galerie de Praga, el Reina Sofía de Madrid, el IVAM de Valencia, etc.

Maite Méndez Baiges

 
 
VV. AA. Colección Banco de España. Catálogo razonado, Madrid, Banco de España, 2019, vol. 1. VV. AA. Flores y frutos. Colección Banco de España, Madrid, Banco de España, 2022.