Ángel custodio

Ángel custodio

  • 1954
  • Piedra calcárea y bronce
  • 241 x 123 x 81 cm
  • Cat. E_146
  • Encargo al autor en 1954
Por:
Carlos Martín

El trabajo de Ángel Ferrant en la posguerra española se alimentó en parte de obras de encargo que ayudaron a paliar las dificultades económicas y el relativo olvido del artista en las primeras décadas del régimen franquista. Ese es el caso del Ángel custodio, concebido en 1954 para la fachada lateral de la nueva sede del Banco de España en Barcelona, inaugurada poco más tarde. La obra se mantiene hoy en el lugar para el que fue creada, en la avenida Portal del Ángel, encastrada en una hornacina exterior que rompe la severa continuidad del almohadillado de tabla en granito diseñado por Juan de Zavala para la sucursal. Ferrant estaba íntimamente vinculado a la escena barcelonesa desde que estudiara en la Escuela de la Lonja y participó, aunque sin éxito, en diversos concursos como el convocado para la decoración escultórica de la cercana plaza de Cataluña en los años treinta, mientras en los cuarenta mantuvo una relación estrecha con los nuevos grupos de vanguardia surgidos allí, como Dau al Set. Por ello, resulta destacable que se trate de la única obra en espacio público barcelonés junto a la muy posterior alegoría Ingeniería textil (1961), en el barrio de Sarriá. Aunque su emplazamiento en alto la hace pasar relativamente desapercibida, su simbolismo y ubicación están arraigados con fuerza en la historia remota y reciente de la ciudad.

El proyecto nació de una idea de un joven Oriol Bohigas, inspirada en el deseo expresado por Eugenio d’Ors —nativo de esta zona del centro urbano— de recuperar, a modo de remedo, un ángel desaparecido de la muralla medieval de la ciudad, cuyo lienzo norte transcurre de manera intermitente por las cercanías del actual emplazamiento de la sucursal bancaria. La toponimia de la zona lleva marcada por la figura del ángel desde el siglo XV: el nombre Portal del Ángel remite a uno de los accesos de dicho perímetro amurallado, hoy abierto hacia la plaza de Cataluña por el chaflán que forma el edificio del Banco. La obra de Ferrant es el último estrato, necesariamente connotado por el contexto de la dictadura franquista, de una leyenda que vincula la figura angélica a esta zona extramuros de la urbe medieval; según este relato, en 1419, durante su visita a Barcelona, san Vicente Ferrer fue testigo en el lugar de la aparición de un ángel. Tras la colocación de una escultura de perfiles tardogóticos en el lienzo de muralla (hoy conservada solo en fotografías), la imagen se convierte en figura apotropaica y protectora de plagas y pestes según la religiosidad popular de la ciudad. Retirada en 1859, pasa por dos iglesias hasta su destrucción definitiva durante la Guerra Civil. Con todo ello, la «reposición» de la figura, un siglo después de su retirada, a través del encargo a Ferrant puede considerarse, en el contexto del nacionalcatolicismo franquista, una suerte de expiación pública de los fenómenos de iconoclasia anticlerical, especialmente virulentos en la ciudad de Barcelona durante la Semana Trágica y a lo largo de la contienda civil. Y es probable que Ferrant viera en la pieza también una oportunidad de expiación personal, en este caso política (al menos ante el estamento oficial), pues su demostrada fidelidad a la República y su participación en la Junta de Incautación y Protección del Patrimonio Artístico durante el sitio de Madrid le habían granjeado un proceso de depuración por el que en abril de 1939 se vio obligado a rendir cuentas exculpatorias ante el bando sublevado.

El Ángel custodio es un caso singular dentro de la trayectoria de un artista que aceptó en contadas ocasiones enfrentarse a temas religiosos; otros ejemplos de obra votiva son el temprano grupo de Reyes Magos en barro (1931) conservado en el Museo Reina Sofía; un Santiago Apóstol para el parteluz de la portada de la parroquia homónima de Orihuela (c. 1948), escultura que también sustituye a la destruida durante la guerra; el Retablo de san Francisco para la Escuela de Ingenieros de Montes de Madrid (1945); o un Sagrado Corazón (1954), obras muy ponderadas por el clero español del momento, que buscaba nuevas vías de expresión para un arte religioso remozado en su exterior. El Ángel custodio de la fachada lateral del Banco de España participa de cierto aspecto totémico común a gran parte de la producción de Ferrant, realizado en tres bloques de piedra calcárea, correspondientes a las piernas, torso y cabeza y, por último, las alas, con dos añadidos en metal para la espada y la corona que sostiene con la mano izquierda. Si bien se achaca a Ferrant un regreso al academicismo, la obra es hija de su profunda investigación del medio desde presupuestos más abstractos: de formas contundentes y redondeadas, con cierto aire de nostalgia noucentista, está realizada acorde con su teoría acerca de la combinatoria de formas básicas y contiene los característicos esgrafiados del escultor, que aportan dinamismo a una figura cuya mayor dificultad estriba en la altura desde la que dirige su gesto a los viandantes. El ángel muestra además unos perfiles marcadamente ambiguos, más femeninos que efébicos en el rostro. Y remite —sin alterarla— a la iconografía tradicional del ángel custodio impuesta en la Corona de Aragón, en la que a la «espada de fuego» del relato del Génesis bíblico se añade una corona que singulariza esta tipología y la vincula al territorio, mientras el resto de elementos de la fachada, símbolos de origen pagano (tales como las antorchas mercuriales o las ruedas dentadas) puntúan el edifico a la misma altura para significar su componente financiero, en peculiar convivencia con el ángel de la guarda engastado en su tabernáculo.

Carlos Martín

 
Por:
Beatriz Espejo
Ángel Ferrant
Madrid 1890 - Madrid 1961

A pesar de tener una fuerte influencia de su padre, el pintor Alejandro Ferrant, al estudiar en la Escuela de Bellas Artes de San Fernando de Madrid se decantó por la escultura. En 1910 participó en certámenes como la Exposición Nacional de Bellas Artes, en el que ganó la Segunda Medalla. Tres años más tarde viajó a París y entró en contacto con la vanguardia. Enseguida se produjo un giro renovador del concepto de creación y del objeto artístico. A su regreso, trabajó como profesor en la Escuela de Artes y Oficios de A Coruña desde 1918 hasta su traslado a Barcelona en 1920, donde permaneció hasta 1934 salvo el tiempo que viajó a Viena con la Beca de la Junta de Ampliación de Estudios. Barcelona propició el cambio de su lenguaje clasicista hacia una gramática moderna, con tentativas hacia la abstracción y la apertura de nuevas técnicas escultóricas.

En 1930 colaboró en la preparación de la fundación del grupo ADLAN (Amics de l’Art Nou) y en 1936, ya en Madrid, participó en la «Exposición Logicofobista», en la que es considerado un vínculo con las poéticas surrealistas del objeto. Desde 1945 empezó a trabajar con objetos encontrados, dentro de la poética del objet trouvé, y a fijarse en el arte prehistórico. Sus materiales son piedras, palos y conchas, que transforma en conjuntos en lo que llama «expresión inutilitaria». Su papel en la puesta en marca de la I Semana de Arte de la Escuela de Altamira en 1949 es fundamental, así como en las conferencias de la Decena de Arte Abstracto en Santander en 1953. Dentro de su vasta producción, destacan también las esculturas articuladas y los móviles que expresan su preocupación por el movimiento y la ocasionalidad, así como una búsqueda gráfica a fin de generar nuevas ideas. En 1960 obtuvo el Premio especial de Escultura en la Bienal de Venecia.

En los últimos años destacan varias exposiciones que rescatan su papel dentro de la historia del arte, como la celebrada en la Fundació Joan Miró (Barcelona, 1980); el Palacio de Cristal (Madrid, 1983); el Museo Pablo Gargallo (Zaragoza, 1997); y el Museo Reina Sofía (Madrid, 1999).

Beatriz Espejo

 
 
VV. AA. Colección Banco de España. Catálogo razonado, Madrid, Banco de España, 2019, vol. 1.