A pesar de tener una fuerte influencia de su padre, el pintor Alejandro Ferrant, al estudiar en la Escuela de Bellas Artes de San Fernando de Madrid se decantó por la escultura. En 1910 participó en certámenes como la Exposición Nacional de Bellas Artes, en el que ganó la Segunda Medalla. Tres años más tarde viajó a París y entró en contacto con la vanguardia. Enseguida se produjo un giro renovador del concepto de creación y del objeto artístico. A su regreso, trabajó como profesor en la Escuela de Artes y Oficios de A Coruña desde 1918 hasta su traslado a Barcelona en 1920, donde permaneció hasta 1934 salvo el tiempo que viajó a Viena con la Beca de la Junta de Ampliación de Estudios. Barcelona propició el cambio de su lenguaje clasicista hacia una gramática moderna, con tentativas hacia la abstracción y la apertura de nuevas técnicas escultóricas.
En 1930 colaboró en la preparación de la fundación del grupo ADLAN (Amics de l’Art Nou) y en 1936, ya en Madrid, participó en la «Exposición Logicofobista», en la que es considerado un vínculo con las poéticas surrealistas del objeto. Desde 1945 empezó a trabajar con objetos encontrados, dentro de la poética del objet trouvé, y a fijarse en el arte prehistórico. Sus materiales son piedras, palos y conchas, que transforma en conjuntos en lo que llama «expresión inutilitaria». Su papel en la puesta en marca de la I Semana de Arte de la Escuela de Altamira en 1949 es fundamental, así como en las conferencias de la Decena de Arte Abstracto en Santander en 1953. Dentro de su vasta producción, destacan también las esculturas articuladas y los móviles que expresan su preocupación por el movimiento y la ocasionalidad, así como una búsqueda gráfica a fin de generar nuevas ideas. En 1960 obtuvo el Premio especial de Escultura en la Bienal de Venecia.
En los últimos años destacan varias exposiciones que rescatan su papel dentro de la historia del arte, como la celebrada en la Fundació Joan Miró (Barcelona, 1980); el Palacio de Cristal (Madrid, 1983); el Museo Pablo Gargallo (Zaragoza, 1997); y el Museo Reina Sofía (Madrid, 1999).
A pesar de tener una fuerte influencia de su padre, el pintor Alejandro Ferrant, al estudiar en la Escuela de Bellas Artes de San Fernando de Madrid se decantó por la escultura. En 1910 participó en certámenes como la Exposición Nacional de Bellas Artes, en el que ganó la Segunda Medalla. Tres años más tarde viajó a París y entró en contacto con la vanguardia. Enseguida se produjo un giro renovador del concepto de creación y del objeto artístico. A su regreso, trabajó como profesor en la Escuela de Artes y Oficios de A Coruña desde 1918 hasta su traslado a Barcelona en 1920, donde permaneció hasta 1934 salvo el tiempo que viajó a Viena con la Beca de la Junta de Ampliación de Estudios. Barcelona propició el cambio de su lenguaje clasicista hacia una gramática moderna, con tentativas hacia la abstracción y la apertura de nuevas técnicas escultóricas.
En 1930 colaboró en la preparación de la fundación del grupo ADLAN (Amics de l’Art Nou) y en 1936, ya en Madrid, participó en la «Exposición Logicofobista», en la que es considerado un vínculo con las poéticas surrealistas del objeto. Desde 1945 empezó a trabajar con objetos encontrados, dentro de la poética del objet trouvé, y a fijarse en el arte prehistórico. Sus materiales son piedras, palos y conchas, que transforma en conjuntos en lo que llama «expresión inutilitaria». Su papel en la puesta en marca de la I Semana de Arte de la Escuela de Altamira en 1949 es fundamental, así como en las conferencias de la Decena de Arte Abstracto en Santander en 1953. Dentro de su vasta producción, destacan también las esculturas articuladas y los móviles que expresan su preocupación por el movimiento y la ocasionalidad, así como una búsqueda gráfica a fin de generar nuevas ideas. En 1960 obtuvo el Premio especial de Escultura en la Bienal de Venecia.
En los últimos años destacan varias exposiciones que rescatan su papel dentro de la historia del arte, como la celebrada en la Fundació Joan Miró (Barcelona, 1980); el Palacio de Cristal (Madrid, 1983); el Museo Pablo Gargallo (Zaragoza, 1997); y el Museo Reina Sofía (Madrid, 1999).