Alfombra de nudo

Alfombra de nudo

  • 1943
  • Tejido de nudo turco o simétrico
  • 397 x 689 cm
  • Cat. A_137
  • Observaciones: Urdimbre: algodón. Trama: yute y algodón. Nudo: lana. Densidad de tejido: 15 nudos/dm
Por:
Antonio Sama

Alfombra de diseño singular, no encuadrable dentro de los estilos al uso en el repertorio estilístico de los tejidos anudados. En todo caso, aquel se podría relacionar con algunas alfombras-tapiz de época de Carlos III por su recuerdo pompeyano, pero la inusitada presencia de motivos figurativos le aleja de dichos precedentes históricos.

Su plano está ordenado en torno a un gran medallón central de forma ovalada que adopta la fisonomía de un cielo azul rodeado por un emparrado con vides trepadoras. El resto del campo -de fondo color beis- está ocupado por diversos recuadros decorativos recortados sobre fondo azul y rosa. Todos estos se dibujan mediante trazos mixtilíneos de doradas ferronneries.

A modo de bordura, a lo largo de todo el perímetro de la alfombra se dispone una serie continuada de estos recuadros que parecen colgar de una barra. Su interior es rosa y sobre él se disponen variadas representaciones de carácter naturalista: la mayoría son aves de vistoso plumaje (afrontadas o bebiendo sobre una fuente), pero flanqueando los ángulos se disponen también dos emblemas pastoriles. Justo en los ángulos, cuelgan de cintas rosas sobre fondo azul vistosos bouquets de flores. Ya sobre el campo, marcan cada una de las esquinas grandes ornamentos de ferronnerie. Están dispuestos en bisectriz -o sea, siguiendo la diagonal del ángulo- y encierran como trípodes con bandejas de flores sobre fondo mixto: rosa y azul. A ambos lados se enlazan mediante guirnaldas florales con otros recuadros o cartuchos de ferronnerie: por uno de ellos convergen hacia los situados en el eje vertical de la alfombra; por el opuesto hacia otros que encierran dos grandes aves espaldadas con largos picos. Enmarca todo el borde externo una ancha piedra de color ocre anaranjado.

Esta composición remite claramente a la decoración de grutescos o a la pintura pompeyana, pues ambas participan del mismo espíritu ornamental plasmado en los frescos o los mosaicos de la antigüedad clásica. Los primeros se incorporaron al arte occidental a partir del descubrimiento de las “grutas” de la Domus Aurea de Nerón en el siglo XVI, los segundos a partir de la exhumación de las ruinas de Pompeya y Herculano a mediados del XVIII. El repertorio grutesco y pompeyano pasó, así, a ser divulgado a través de grabados e ilustraciones que fueron fuente frecuente de inspiración para decoraciones murales, diseños de plafones y, en general, todo tipo de artes aplicadas. Entre estas destacaron significativamente los tapices, pero también las alfombras españolas de la época Carlos III y Carlos IV, que se convirtieron así en testimonios privilegiados del impacto que produjeron en Europa los hallazgos arqueológicos llevados a cabo en la Campania durante el tiempo en que el primero fue virrey de Nápoles.

La estructura compositiva de la alfombra que comentamos recuerda a la de los plafones para techos del siglo XVIII en los que a menudo se inspiran los diseños de alfombras neoclásicas, pero un examen atento revela que su fuente de inspiración directa fueron los tapices. En concreto, un conjunto de paños de grutescos conservado en la colección del Patrimonio Nacional (serie 31) que en su día conformaron una colgadura de cama. Data esta de la época de Felipe II (c. 1560) y refleja el gusto que por este novedoso género de decoración se divulgara en las cortes europeas tras los descubrimientos arqueológicos de Rafael y su círculo de colaboradores, particularmente Giovanni da Udine. El dibujante de la alfombra se ha inspirado muy directamente en determinados detalles del paño 2 de la citada colgadura: las aves abrevando en los cuencos de agua y las otras zancudas dispuestas en los cartuchos de ferronnerie a ambos lados de los jarrones de flores, pero también los emblemas o trofeos pastoriles. Además de todo esto, el emparrado con hojas y racimos de vid y la arquitectura de ferronneries.

En la piedra figuran las marcas de manufactura: “REAL FÁBRICA DE TAPICES” y “STUYCK = MADRID 1943”, lo cual acredita -como cabría esperar de este diseño “culto”- que la alfombra fue tejida en la fábrica de Atocha en 1943, siendo director de la misma Gabino Stuyck San Martín. la familiaridad de los directores de la manufactura con las colecciones reales ha facilitado, sin duda, la inspiración de su dibujo en el tapiz de grutescos de Felipe II. En el Archivo Histórico de la Real Fábrica de Tapices se ha podido localizar un boceto (1544 ALF) que, aunque no concuerda exactamente con el dibujo de la alfombra número 137, presenta muchas semejanzas en los detalles decorativos y está inspirado indudablemente en el tapiz 2 de la serie 31 del Patrimonio Nacional.

Antonio Sama

 
Por:
Antonio Sama
Real Fábrica de Tapices
Madrid 1721

La Real Fábrica de Tapices comienza su actividad de manera oficial en el año 1721. Su fundación se debe a la iniciativa de Felipe V y de sus consejeros, en especial el cardenal Alberoni.

La necesidad de establecer una manufactura de tapices en la corte madrileña deriva de la Guerra de Sucesión y de los tratados de Utrecht-Rastatt (1713-1714), que ponen fin al dominio de los territorios de Flandes por parte de la Corona española. Dado que los principales centros de producción de tapices se habían localizado históricamente en los Países Bajos meridionales, la pérdida de las últimas posesiones flamencas supuso para la monarquía hispana la ruptura de relaciones con sus habituales proveedores de tapicerías. Ante esta coyuntura, el primer Borbón español decidió evitar las importaciones y apostar por una industria local. Para ello hizo venir a España a los Vandergoten, familia flamenca de expertos tejedores oriundos de Amberes, que llegan a Madrid en el verano de 1720.

Con el patriarca Jacobo el Viejo a la cabeza, la familia antuerpiense monta sus telares en un antiguo caserón situado extramuros de la ciudad y conocido con el nombre de la “Casa del Abreviador”. Como aquel estaba próximo a la puerta de Santa Bárbara, la manufactura comenzó a conocerse como la “Fábrica de Santa Bárbara”.

Al principio, esta funcionó como una industria plenamente estatal -es decir, directamente financiada por la Corona- pero al cabo de apenas dos décadas de actividad, las dificultades financieras y los problemas de gestión aconsejaron cambiar de modelo de funcionamiento. A partir de 1744, por lo tanto, la manufactura pierde ese carácter estatal para pasar a regirse por un sistema de contratas que -permitiendo una actividad empresarial de carácter privado- regula su relación con la Corona.

En sus orígenes, la Real Fábrica se orienta fundamentalmente a la producción de tapices, pero pronto va a comenzar a diversificar su actividad y a crear diferentes vías de negocio: la más temprana en desarrollarse fue la del mantenimiento y restauración del patrimonio textil de las colecciones reales; después se sumaron la fabricación de alfombras de nudo (hacia el último cuarto del siglo XVIII) y, ya avanzado el siglo XIX, la fabricación de reposteros.

A pesar de que ha atravesado por diversas y difíciles coyunturas, la Real Fábrica de Tapices continúa hoy en día su actividad fabril y se sitúa, así, entre el reducidísimo grupo de manufacturas reales creadas al calor del mercantilismo y del espíritu ilustrado, que todavía sobreviven en Europa.

En el año 1888 sus talleres se trasladaron a un edificio de nueva planta construido “ad hoc” en el que todavía permanecen. Desde finales de 1996, la antigua manufactura se transforma jurídicamente en una fundación privada sin ánimo de lucro administrada por un patronato en el que están representados diferentes organismos de las Administraciones Públicas.

Antonio Sama