Colección
Reloj de torre y campanas
- 1890
- Hierro, madera, bronce, acero, metal, cristal, piedra, plomo. Tallado, cincelado, torneado, dorado, fundido
- 80 x 179 x 94 cm
- Cat. R_137
- Encargo al autor en 1889
- Observaciones: Escuela londinense
Este reloj posee una bancada horizontal de hierro fundido. Sostiene tres trenes o rodajes: uno para el movimiento y dos para la sonería. El tren del movimiento está integrado por el tambor motriz, al que va unido el mantenedor de potencia, la rueda del tambor, dos ruedas más y la rueda de escape. Completan el reloj los trenes de la sonería, uno para las horas y otro para los cuartos. Están formados ambos por tambores motrices y regulados por sistemas de rueda contadera y rastrillo. La cadencia de los toques está controlada por venteroles o sistemas de frenado. Armario de madera y cristal. Sistema de transmisión a la esfera. La sonería se efectúa sobre tres campanas alojadas en el pináculo de la fachada.
A mediados de 1889, la Comisión de Obras presidida por el gobernador del Banco de España decidió adquirir un reloj para la torre del nuevo edificio situado en la calle de Alcalá. La Comisión solicitó a las firmas relojeras interesadas en participar en el concurso un presupuesto que incluyese la fabricación de un reloj con cuerda para ocho días, con rodaje de bronce montado sobre ejes de acero reducido y con péndulo de hierro y madera. Además, se debía adjuntar el coste de tres campanas.
Se presentaron cinco propuestas diferentes cuyos presupuestos variaban desde las 10 425 pesetas de la casa alemana Ungerer Frères, las 10 290 pesetas de la casa Chatêau Père et Fils, las 9400 pesetas del relojero inglés David Glasgow, las 9300 pesetas de la casa madrileña de Alberto Maurer hasta la más barata, que ascendía a 7200 pesetas, del relojero francés Paul Garnier. La diferencia del precio entre todas las propuestas radicaba en si estas incluían en los presupuestos los costes de transporte, instalación, aduanas, etc.
Uno de los primeros problemas para calcular el precio final de la obra fue el de estimar el tamaño y el peso de las campanas. La Comisión estableció en un primer momento un peso de 1125 kilogramos, pero alguna de las firmas lo consideró excesivo y lo rebajó a 400 o 500. Al final, se determinó que el peso total de las tres campanas no debía superar los 1000 kilogramos [1].
La propuesta más cara, como hemos visto, fue la de la casa Ungerer Frères, sucesores de la reputada casa Schvirlque de Estrasburgo. Contaba con representante en Madrid y presentó tres proposiciones de las cuales dos fueron rechazadas: una porque se refería a un reloj de los llamados «de lujo» y otra porque las campanas pesarían 500 kilogramos. La aceptada incluía un reloj con tres campanas cuyo peso sería de 1000 kg. El coste inicial era de 6500 pesetas y contenía todos los gastos, excepto las campanas. Al añadir el precio de estas, el total ascendió a 10 425 pesetas. El péndulo oscilaba una vez por segundo y el mecanismo, con un peso de 12 kilogramos, estaba integrado por cuatro movimientos diferentes: uno para el horario, otro para el contacto eléctrico y los dos restantes para los golpes de las horas sobre las campanas. No adjuntaba la garantía, quizás por olvido, pero se obligaba a dejarlo instalado y en marcha en el sitio designado.
La propuesta de la casa Chatêau Père et Fils —sucesores de la casa Collin antes Wagner— era la de un reloj de esmerada construcción, con cuerda para ocho días, escape de clavijas, suspensión de resorte y péndulo compensado de segundos. Todos los movimientos irían montados sobre armaduras. El reloj sería de pequeña «sonería» y se incluirían en el precio todos los elementos necesarios, como el pie para la colocación, el armario, las transmisiones, la instalación, el transporte y las campanas [2], estas con un peso de 500 kilogramos. El precio total era de 6800 pesetas, pero, sumados los gastos adicionales por el aumento de tamaño del mecanismo y por el peso de las campanas, más los derechos de aduana, el presupuesto final aumentó a 10 290 pesetas [3].
El constructor inglés David Glasgow ofreció un reloj cuyo péndulo oscilaba una vez cada dos segundos. De potente mecanismo, aseguró que no sufriría ninguna alteración ni por el viento, ni por la nieve ni por la «trepidación» producida por el tránsito de carruajes. Y solo variaría cuatro o cinco segundos por semana. La maquinaria sería de bronce, de cañón, los ejes de acero, el escape por sistema Dennison, el péndulo compensado bimetálico con tubos de hierro y zinc, un martillo grande para las campanas y cuerda para ocho días. Su precio se fijó en 153 libras, que al cambio eran 3825 pesetas. La Comisión comentó que el laconismo propio de los presupuestos ingleses no permitía aclarar bien algunos conceptos. Como no estaban incluidos los gastos de las campanas ni los del transporte, los gastos de aduana, la instalación del reloj y el armario que lo protegería, la cantidad final aumentó a 9400 pesetas. La única ventaja de este presupuesto es que ya existían en Madrid dos relojes de esta casa.
La propuesta del relojero Alberto Maurer, que contaba con un punto a su favor por tener tienda abierta en Madrid, no se ajustó a los requisitos generales, pues presentó un reloj con cuerda para treinta horas, con sonería de horas y cuartos y tres campanas. El mecanismo sería de los conocidos como de «péndulo libre» que se fabricaba en las casas alemanas de Jucks y Maunhordt. La máquina se construiría en bronce y el rodaje en aluminium. Se comentaba que todo era de buena y esmerada ejecución. Como en el caso de la casa Chatêau Père et Fils, en el precio total se incluía el valor de todos los elementos necesarios, como martillos, transmisiones, pie para la colocación, armario de cristales para el resguardo de la máquina, aparato de contacto eléctrico por si se requería mover por este medio algunos de los horarios interiores y demás accesorios, así como el montaje y los gastos de transporte y aduana, exceptuando las campanas y su colocación en obra. La garantía era de tres años, tiempo que la Casa se comprometía y obligaba a dar cuerda al reloj sin retribución alguna y a reparar los desperfectos, siempre que no fueran reconocidos como de fuerza mayor. El precio señalado era de 4575 pesetas, al cual se agregaría el precio de las campanas, que podían fundirse en Madrid por 4250 pesetas, y el de su colocación, estimado en 175 pesetas. En total, 9000 pesetas. Si quisiera adoptarse un modelo de los llamados de «gran sonería» —o sea, repitiendo los cuartos y las medias—, el precio sería de 9625 pesetas. Si lo que se deseaba era un reloj con cuerda para ocho días, en vez de uno de cuerda de un día, aquellas cifras aumentarían a 9300 para el primer caso y a 9965 pesetas para el segundo. Además, solicitaron percibir el importe del reloj en tres plazos: uno al llegar el mecanismo a esta corte, otro al estar colocado y funcionando y el último a los tres meses de estar en marcha, precisando que aquel se abonaría en oro efectivo.
La última oferta fue la firmada por Paul Garnier, acreditado constructor francés, que proponía un reloj de análogas condiciones a los anteriores, aunque no incluía en el presupuesto el armario para la conservación y no fijaba el tiempo de garantía. El precio indicado era de 4573 pesetas, y consideraba que lo más adecuado era colocar tres pequeñas campanas con un peso de 400 kilogramos. Al tener que equiparar su cómputo al de los demás aspirantes, se vio obligado a elevar el precio final a 7200 pesetas.
Dos de las casas incluyeron en sus presupuestos una garantía por la que se comprometían al cuidado del reloj y al mantenimiento de la marcha (Chatêau Père et Fils ofreció cinco años, y Maurer tres años). Las otras tres no lo contemplaron.
Los arquitectos del Banco de España José María de Aguilar y Eduardo Adaro presentaron por escrito su opinión sobre las propuestas, sugiriendo que, al ser todas las casas de similar calidad, lo que se tendría que valorar era la facilidad para montar y conservar el mecanismo. Por ese motivo, lo más acertado era elegir a una de las casas que tuviera una persona establecida en Madrid, es decir, al establecimiento de Maurer o al de Anduaga, que era el representante de la relojería Ungerer Frères.
Finalmente, ganó el concurso el relojero inglés David Glasgow, con tienda en el n.º 20 de Middleton Square de Londres, de quien se conoce actividad profesional en Madrid desde 1889 a 1901. Lo primero que se planteó fue contactar con la sociedad Mildred Goyeneche y Cía. de Londres, merchant banks y corresponsal del Banco de España durante estos años, para que actuara como intermediario entre el Banco de España y el relojero.
El subgobernador les había remitido el 22 de agosto de 1889 el diseño de la fachada del nuevo edificio donde se instalaría el reloj y les solicitó información sobre algunos aspectos claves en la construcción de este. El encargo final se resumió en los requisitos siguientes: un reloj con sonería sobre tres campanas (con un peso de 750, 300 y 75 kilogramos, respectivamente) que combinara los golpes de horas, medias y cuartos a gusto del constructor; el péndulo estaría compensado y tendría una oscilación por segundo que regulase el escape de fuerza constante, dispuesto de modo que a cada minuto disparase el mecanismo eléctrico que haría funcionar los demás relojes distribuidos por el edificio; también se mencionó que las horas debían sonar en la campana grande y que se repetirían en los cuartos y en las medias. Para poder realizar esta operación de forma correcta, se daría cuerda al reloj diariamente.
Mildred Goyeneche y Cía. respondió al gobernador del Banco de España cuatro días después anunciando que había entregado a Glasgow el diseño y que enviaría traducido el informe redactado por este. Por otra parte, el Banco de España advirtió al relojero que la esfera sería de piedra y que las agujas, las campanas y la torre de hierro para el asiento de estas se estaban construyendo en Madrid.
El Banco deseaba que todos los relojes de su nuevo edificio funcionaran de manera uniforme por medio de la electricidad. Por este motivo, preguntó al relojero inglés si era conveniente que el reloj de la fachada fuera el que regulara el funcionamiento del resto. Si esto tuviese que ser así, debería disponer de un péndulo compensado con una oscilación por segundo que regulara el escape de fuerza constante y dispuesto de tal modo que a cada minuto disparase el mecanismo eléctrico que hiciera funcionar a los demás.
Ante la insistencia, Glasgow determinó que la máquina de su reloj sería de gran precisión y reuniría todos los adelantos técnicos. El péndulo se construiría con compensación térmica y la medición del tiempo no variaría más que cuatro o cinco segundos por semana. Advirtió, además, que para una buena sonería estos relojes tan grandes necesitarían cuatro campanas para tocar las horas y los cuartos. En cuanto a los relojes para el interior del Banco, si tuvieran que ser eléctricos y gobernados por el principal, dispondrían de un péndulo con compensación mercurial que vibraría una vez cada segundo y estarían custodiados en cajas largas. Su precio rondaría entre las 25 y las 35 libras.
A finales del mes de septiembre de 1889, Mildred Goyeneche y Cía. envió traducido al castellano el informe y el presupuesto definitivo emitido por Glasgow. Decía: «El marco del reloj seria de hierro colado sólido y construido de manera que cualquier parte de la obra se podría retirar sin desarreglar las partes restantes. Las tres ruedas principales tendrían 16 pulgadas de diámetro y cada una construida del mejor bronce de cañón y todas las ruedas del reloj del tamaño a propósito y de la misma materia y los dientes cortados en una máquina. Los piñones de acero duro y pulido. El escape sería del sistema "Dennison" [sic]. El péndulo compensado con tubos de zinc y hierro de 13 pies de largo y de peso de 3 ½ quintales ingleses. El reloj tocara las horas sobre la campana grande con un martillo de un peso que no bajara de 40 libras y los cuartos con un martillo de peso proporcional a las campanas pequeñas y todo lo necesario para completar el reloj listo para montar de la mejor materia y obras. El coste de este reloj sería de L. 153 (ciento cincuenta y tres libras esterlinas)» [4].
En el presupuesto que envió, detalló además el conjunto de relojes que se distribuirían por el edificio y que estarían conectados al principal por transmisión eléctrica: «Uno o mas relojes para demostrar la hora sobre esferas de 24 pulgadas de diámetro, con cajas de caoba solida o de “teak”, con péndulos de compensación y todo construido de la mejor materia y obra. El precio sería L. 15 (quince libras esterlinas por cada reloj)».
Tras el intercambio de correspondencia, el 29 de marzo de 1890, el gobernador solicitó a la casa de David Glasgow el coste total del reloj una vez colocado en el edificio y funcionando. Debía incluir en el precio final el importe de la maquinaria, de las campanas, de los portes, de los derechos de aduana, de la mano de obra y de todo lo necesario para su puesta en marcha. También querían saber si la casa de David Glasgow tenía algún representante en Madrid que se ocupara de instalar y conservar el reloj, así como el tiempo de garantía. Una vez más, le enviaron un dibujo del edificio advirtiendo que el campanil o torrecilla en el que se debían colocar las campanas ya estaba construido. En el diseño se establecía la disposición del reloj, la cámara para colocación de la maquinaria y el resto de las necesidades para el buen funcionamiento de la máquina. La altura disponible para la caída de las pesas era de 25 metros. La esfera de piedra no se iluminaría por la noche.
Coincidiendo con este asunto, por recomendación de los arquitectos, se pagaron 5000 pesetas al maestro cerrajero Bernardo Asins por el campanil o armadura de hierro que había fabricado para la colocación de las campanas del reloj de torre.
El Consejo de Gobierno en la sesión del 12 de mayo de 1890 acordó oficialmente abonar al fabricante David Glasgow 386 libras esterlinas por el reloj de torre del nuevo edificio. En esta cantidad se incluía el valor de las tres campanas. Quedaba excluido el coste del transporte desde Londres a Madrid, los derechos de aduana y el montaje del reloj y de las campanas. El pago de las 386 libras se haría en dos plazos. La mitad a la entrega del reloj y campanas en Londres y el resto cuando el reloj estuviera colocado y funcionando correctamente en Madrid. David Glasgow disponía de un corresponsal en Madrid, que era el relojero Ramón Garín. Él se encargaría de instalar el reloj. También se ocuparía del mantenimiento posterior.
Ramón Garín tenía una relojería en la calle del Príncipe. Garín acababa de instalar otro reloj de Glasgow en el colegio-asilo de Santa Cruz inaugurado el 7 de mayo por la reina María Cristina en el pueblo de Carabanchel. La propuesta era que el reloj diera los cuartos con dos o tres golpes sobre igual número de campanas, y las horas solamente sobre la campana mayor y más sonora, como sucede en todos los relojes de este género, siendo indiferente la necesidad de dar cuerda todos los días o una vez por semana.
En junio de 1890, Mildred Goyeneche y Cía. informó al gobernador de la buena marcha de la fabricación del reloj. Glasgow se había comprometido, en el mes de mayo, a construirlo en tres meses. En agosto, por primera vez, el Banco reclamó el reloj. El relojero se disculpó y justificó el retraso por culpa de la huelga de obreros. Se comprometió a terminarlo a finales de septiembre para que se pudiera instalar antes de fin de año.
El 29 de julio se pagaron 204 pesetas a Bonaplata Hermanos por veintiocho números romanos fabricados en latón, pulimentados y fijados a chapas de metal. La colocación en la esfera de piedra fue realizada por los canteros.
Como el envío del reloj se retrasaba, el Banco lo reclamó de nuevo el 10 de octubre. Tres días más tarde, el reloj por fin partió del puerto de Londres en el vapor español Carpio en dirección al puerto de Santander. El barco sufrió una avería en la travesía de Londres a Dover y la entrega se retrasó unos días. Finalmente, llegó a puerto y se entregó al director de la sucursal del Banco de España en la capital cántabra. El mecanismo llegó distribuido en diez paquetes que se trasladaron en ferrocarril hasta Madrid. Glasgow remitió un pliego de instrucciones en castellano para el montaje de la maquinaria.
Luis Loubinoux, plomero y mecánico constructor madrileño, colocó las campanas a finales de noviembre de 1890. Un año después remató la cubierta de la garita del reloj [5].
El reloj quedó instalado y en funcionamiento el 1 de enero de 1891. Ramón Garín percibió 3431 pesetas y 25 céntimos por su instalación. Se le pagó 1 peseta y 50 céntimos al día por su mantenimiento. Además, se conserva una factura fechada el 24 de marzo que ascendió a 1250 pesetas por desarmar, reparar, corregir los desperfectos e instalar el reloj de la torre.
[1] Se fijaron como dimensiones 90 cm para la campana mayor, 80 cm para la mediana y 70 cm para la más pequeña.
[2] Sujetas con tornillos, disposición que permitía desmontar una de ellas sin tocar las restantes. Todas se fabricarían de cobre fundido y martillado, pulimentadas y barnizadas, con los ejes de acero de una sola pieza.
[3] Esto obligaba a duplicar la partida de 2800 pesetas señalada para las campanas, cargar los gastos de aduanas que se calculaban en 150 pesetas, incrementar en un 10 % la última partida por el aumento de dimensiones de algunos de sus componentes, incluir 600 pesetas por la ampliación del mecanismo y una partida más de 210 pesetas. Se descontó el 7,5 %, unas 835 pesetas.
[4] AHBE, Secretaría, caja 1448 (antiguos legajos 803 y 1604).
[5] AHBE, Secretaría, caja 1447.
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