Si algo define la escultura de Blanca Muñoz es el deseo de ingravidez, intentar que sus obras parezcan etéreas sin tender al recurso fácil de colgarlas de un hilo. En ese sentido, Rama (2001) es paradigmática. Traduce su interés por el universo, el cosmos y las fuerzas gravitatorias. En ella hay una búsqueda constante de equilibrio entre luz y sombra, lleno y vacío, movimiento y quietud. Para ello el material que mejor le funciona es el acero inoxidable, como en esta pieza.
La obra se produce a raíz de su etapa londinense, en la que la artista, tras indagar en el estudio de la cosmología, se interesa por ideas como «lo fractal», un modelo matemático que describe y estudia objetos y fenómenos frecuentes en la naturaleza que no se pueden explicar por las teorías clásicas y que se obtienen mediante simulaciones del proceso que los crea. Esa idea de bifurcación, de división de una cosa en dos ramales, brazos o puntas, lleva a la artista a trabajar con multitud de formas ramificadas. En este caso, lo hace en su forma más vertical, alcanzando los tres metros de altura, con alusiones, también, al medio natural, fuente de investigación sobre la estructura de las formas. Como otras obras de la artista, Rama habla de la ingravidez como el estado en que algo flota en el espacio sin sentir los efectos de la atmósfera, y abre un trabajo de alusiones a la botánica más tarde desarrollado por la artista.
En toda su producción, la cercanía a la ciencia ha derivado en un lenguaje geométrico, constructivista, característico en sus obras. Además, incorpora de un modo especial un intenso sentido de dinamismo y movimiento. Las formas geométricas de gran transparencia están hechas para ser vistas moviéndose en el espacio, desplazándose de manera acorde con el movimiento del cosmos y de nuestros propios cuerpos. Se trata de comprender y transmitir que nuestra posición está determinada por los astros.
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