Pensamientos
- 1994
- Acrílico sobre papel impreso (de periódico)
- 57,5 x 40,7 cm
- Cat. D_238
- Adquirida en 2004
Manolo Quejido comenzó a trabajar en su corpus de «pensamientos» en los años setenta como un diálogo íntimo con los maestros de la pintura, de Caravaggio a Goya, de Cézanne a Warhol, en un intento de desgranar los significados más profundos de la pintura entendida como un lenguaje específico. A lo largo de su carrera ha mantenido ese interés hasta convertirlo en uno de los macrotemas de su pintura, como muestra esta serie de acrílicos datados en 1994. Motivo aparentemente banal y decorativo, el pensamiento es una flor de belleza peculiar y nombre enigmático, cuyos pétalos muestran trazos oscuros que parecen señalar hacia una zona interior que en botánica recibe la significativa denominación de «ovario». De la estilización de esos elementos surge la forma curvilínea repetida que identifica toda la serie como un signo repetido, con leves variaciones, sobre distintos fondos de papel de periódico. Aquellos trazos de la flor se convierten en flechas indicativas, y los pétalos conforman una línea continua y voluptuosa que otorga a la imagen un aspecto biomórfico y orgánicamente femenino.
A esta idea de representación esencial del sexo femenino no puede ser ajena la propia polisemia del nombre de la flor, un juego metalingüístico bajo el que yace la idea de la pintura como mecanismo de la mente, como forma de pensar. Y, al mismo tiempo, como invitación a delimitar lo que puede ser pensado, lo que puede ser dicho, lo que puede y no puede ser representado, al menos de manera explícita. Como señaló Miguel Cereceda, la serie está relacionada con la idea de Ludwig Wittgenstein del «pensamiento como una especie de lenguaje» que, pasada por el tamiz de Quejido, acaba configurando una reflexión sobre los propios límites de la pintura como código con sus signos propios, uno de los intereses más profundos del artista sevillano. El hecho de que se transparenten los titulares del diario que le sirve de soporte sin duda lo confirma, pues añade una capa de significado a la obra, que distorsiona intencionalmente tanto el aspecto más sensual de la representación como su referente directo: la propia flor. En esa convivencia de soporte y pintura se plantea el complejo diálogo que mantenemos con los diversos signos que nos rodean o nos conforman.
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